Continuación de la entrada anterior "Dejad que los niños vengan a mí" 1. Los niños también necesitan a Jesús como salvadorLa Escritura enseña que cada ser humano es pecador desde el momento de la concepción y el nacimiento: “He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). También dice que “la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud” (Génesis 8:21). En el idioma original, la palabra que tanto la RV60 como LBLA traduce como juventud, hace referencia más bien a los primero años de vida del hombre, por lo que bien podría traducirse “desde su niñez” (NTV). Lo cierto es que los niños desde temprana edad dan evidencia de un corazón pecaminoso que necesita ser redimido. Todo aquel que es o ha sido padre de niños pequeños puede atestiguar de ello. Sin embargo, muchas veces actuamos como si creyéramos que la desobediencia del niño es sólo producto de su inmadurez. Incluso a veces (los abuelitos y las abuelitas son expertos en esto) nos reímos y festejamos algunas de sus actitudes o acciones que en realidad constituyen actos manifiestos de desobediencia, deshonra a sus padres y por lo tanto un pecado delante de Dios. San Agustín lo describió de manera poética en sus Confesiones de la siguiente manera: ¿Quién me recordará los pecados de mi infancia? Porque nadie está libre de pecado ante tus ojos, ni siquiera el niño que ha vivido un solo día… Por lo tanto, la inocencia del niño reside en la debilidad de su cuerpo y no en la mente infantil. Todos debemos tener muy presente que los niños al ser pecadores necesitan poner su fe en Jesús. Y ésa es una razón por la cual debemos dejar que los niños vengan a Él. 2. Los niños aun a su tierna edad pueden comprender las verdades básicas acerca de Dios, de sí mismos y del EvangelioMatthew Henry lo comenta de la siguiente manera: Nadie es demasiado pequeño o demasiado joven, para ser traído a Cristo, quien sabe cómo mostrar bondad a los que no son capaces de hacerle algún servicio. Si Jesús ordenó que los niños vinieran a Él, eso significa que aun cuando su mente no está completamente desarrollada, ellos pueden entender acorde a su nivel acerca de quién es Dios, qué es el pecado, y su necesidad de un Salvador. El obispo Ryle nos lo explica así: Las almas de los niños pequeños no son inadecuadas para recibir impresiones religiosas. La prontitud con la que sus mentes reciben las doctrinas del Evangelio, y sus conciencias responden a ellas, es un hecho bien conocido por todos los que de alguna manera están relacionados con la enseñanza... Creamos que ellos [los niños] piensan más, sienten más y consideran más que lo que a primera vista parece y que el Espíritu a menudo está trabajando en ellos, de manera tan real y verdadera como en las personas mayores. En una ocasión en la que mi familia escuchaba himnos mientras íbamos en el auto, mi hija escuchó la frase: “Jesús el Salvador”. Entonces ella (quien tiene menos de tres años) me preguntó: “¿Por qué Jesús es el Salvador?” La pregunta me tomó un poco por sorpresa (pues no esperaba que mi hija fuera capaz de hacer ese tipo de cuestiones), así que le traté de responder de una manera sencilla: “Porque Él dio Su vida por los pecadores”. En ese momento no entendí el porqué de su pregunta y si ella en verdad comprendía lo que me estaba preguntando. Sin embargo, al reflexionar un poco más acerca de este suceso, pude recordar una ocasión en cómo mi hija, después de haber terminado de comer, me pidió que la levantara de su silla. Al ver que no la asistí de inmediato, ella empezó a decir: “¡Bájenme, auxilio, sálvenme, sálvenme!” al tiempo que extendía sus pequeños brazos hacia mí. ¿Sabe usted lo que eso significa? Significa que mi hija entiende, aun a su tierna edad y acorde a su pequeña mente el concepto de ser salvado o rescatado. Comprende la realidad de necesitar de la ayuda de alguien para hacer algo que ella no puede hacer, por lo que a su nivel está familiarizada con el concepto de un Salvador. En ocasiones algunas personas me han dicho cosas como: “no la corrijas, todavía no entiende” o “está muy chica”. Esto es porque las personas adultas asumimos que entender acerca de la persona de Dios y de Cristo como Salvador está relacionado con la madurez de la mente, pero la Escritura nos muestra que esto no es así. Al contrario, la Biblia nos muestra que el llegar a creer en Dios no es un asunto meramente de la razón, es más bien un problema del corazón. En palabras del Dr. Ravi Zacharías Nuestro problema con Dios [creer en Él] no es intelectual, es moral. Las más grandes mentes de nuestro planeta, los físicos, astrónomos y filósofos más reconocidos, personas con un increíblemente alto coeficiente intelectual profesan ser ateos. Esto ocurre porque el llegar a conocer a Dios no es un problema de capacidad intelectual, es un problema de habilidad moral. La verdad acerca de Dios no es algo que esté más allá de la capacidad de la mente de nuestros niños, por lo que su principal obstáculo para conocer a Cristo no está en la poca madurez intelectual que ellos tengan; sino en la condición de su pequeño corazón. Esto último nos conduce a la tercera y última razón para dejar que los niños vengan a Jesús. 3. Los niños también pueden ser regenerados por el poder del Espíritu Santo y ser salvosRespecto a esta realidad, creo que no tengo mejores palabras para expresarla que las de J. C. Ryle, por lo que me limito a citarlo: Las almas de los niños pequeños son capaces de recibir gracia. Ellos han nacido en el pecado y sin la gracia no se pueden salvar. No hay nada, ya sea en la Biblia o en la experiencia, que nos haga pensar que ellos no pueden recibir el Espíritu Santo y ser justificados, incluso desde su más tierna infancia. Quizás pudieramos decir todavía más razones para traer los niños a Jesús, pero creo que por ahora estas tres son suficientes. Ahora nos ocuparemos en algunas formas en las que impedimos a los niños venir a Jesús (lo que haremos en la siguiente entrada). Concluye en la siguiente entrada (haga clic AQUÍ)
0 Comentarios
10/2/2014 0 Comentarios Dejad que los niños vengan a míY le traían aun a los niños muy pequeños para que los tocara, pero al ver esto los discípulos, los reprendían. Mas Jesús, llamándolos a su lado, dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Lucas 18:15-17 (LBLA) IntroducciónEn una entrada anterior tuvimos la oportunidad de analizar brevemente la enseñanza principal contenida en estos versículos a la luz del contexto inmediato establecido por Lucas en los versículos que preceden y le siguen al pasaje. Específicamente, nos enfocamos en el significado y las implicaciones de las palabras de Jesús: “De los que son como éstos es el reino de Dios” (v.16) y “el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (v.17). En esta ocasión, quisiera que pudiéramos estudiar el significado y las implicaciones de las primeras palabras de Jesús registradas en el texto: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis” (v. 16). En ellas, creo que podemos descubrir un tesoro de enormes implicaciones para la vida de la Iglesia local, tanto a manera colectiva en todas sus actividades como en cada hogar y familia que forma parte de la congregación. Al inicio de este pasaje (v. 15) observamos la situación específica en la que nuestro Señor menciona estas palabras. Sabemos que Jesús en ese momento se encontraba enseñando públicamente. Si nos referimos a los evangelios sinópticos (Mateo y Marcos), nos daremos cuenta que en ese momento en particular la enseñanza de Cristo estaba centrada en el matrimonio y la familia –particularmente sobre el tema del divorcio-. Es bajo ese contexto en el que entonces algunos padres deciden traer a sus hijos a Jesús “para que los tocara” (v. 15), es decir, para que “pusiera las manos sobre ellos y orara” por ellos (Mateo 19:13). El hecho de que el evangelio mencione que los niños eran “traídos” sugiere que incluso algunos de estos infantes eran demasiado pequeños para ir por ellos mismos, es decir; eran bebés en brazos. En efecto, la palabra griega que la BLA traduce como “niños muy pequeños” es brephos, que puede ser traducida como “lactantes”. Más adelante, Jesús mismo utiliza la palabra paidia, que significa “niños”, que por cierto es la misma palabra que Mateo y Marcos utilizan para referirse a los pequeños que eran traídos por sus padres (Mateo 19:13 y Marcos 10:13). Así que este grupo de infantes probablemente estaba comprendido por niños de diversas edades, desde recién nacidos hasta otros más grandecitos. Sea cual fuere el caso, el hecho es que los padres de estos niños tenían el anhelo de que sus hijos recibieran la bendición de Jesús. Sin embargo “los discípulos”, actuando más como agentes del Estado Mayor Presidencial que como seguidores de Cristo, interceptan a los padres y les impiden que “molesten” al Maestro con sus niños. No sólo los discípulos impedían el avance de los padres hacia Jesús, sino que además “los reprendían” verbalmente. Ante esta forma de actuar, el evangelio de Marcos nos informa de la reacción de Jesús: “Pero cuando Jesús vio esto, se indignó” (Marcos 10:14). Así que, invitando a estos padres a acercarse a Él (“llamándolos a su lado”), Cristo les dice a sus discípulos seguramente con un tono de regaño: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis”. En seguida vemos al Salvador tomando a los niños “en sus brazos” (Marcos 10:15), orando por ellos y bendiciéndolos mientras imponía “las manos sobre ellos” (Mateo 19:15). A través de este suceso el Señor nos imparte lecciones sumamente valiosas que son fundamentales para nuestro entendimiento de cómo Dios ve a los niños en relación con Su Reino. El valor de los niños para el salvador
En la cultura judía de los días de Jesús -basada en reglas establecidas por hombres- se había hecho completamente a un lado a las mujeres. Por ejemplo, las reglas “judaicas” que se seguían entonces mantenían que era preferible no hablar con las mujeres en público para el bien del alma. Muchos consideraban que era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. Las mujeres tampoco tenían acceso a ningún tipo de enseñanza religiosa y no les era permitido entrar a las sinagogas en el mismo cuarto que a los varones. El caso de los niños en dicha cultura no era muy diferente. Solamente los niños varones podían entrar en la sinagoga, pero no podían participar de la adoración sino hasta alcanzar los doce años de edad. En ese momento, el varón se convertía en un «hijo de la ley», lo que le otorgaba el derecho de leer la Ley, así como el derecho de poder hacer y responder preguntas. En la cultura greco-romana de esa época, la situación de los niños era muchísimo peor. La niñez era considerada como una etapa débil e insignificante en la vida del hombre. La gente tenía poca estima hacia los niños y su personalidad era apenas notada. Por ejemplo, cuando un padre tenía varios hijos, era costumbre colocarle nombre al primer y segundo hijo, si estos eran varones. A partir del tercer hijo varón, juntamente con las hijas, se los enumeraba. El arrojar o abandonar a los niños y en especial a las niñas, a los inválidos y enfermos, era una costumbre muy común en el contexto Greco-romano. Pero Jesús constantemente dignificó a la mujer y a los niños con Su enseñanza. Jesús aceptó la hospitalidad de mujeres y les enseñó la Palabra. Mientras que un rabino judío podría no mirar a una mujer, Jesús no vaciló en hablarles a Marta y María en público. Otro ejemplo de la actitud de Jesús hacia la mujer fue su interacción con la mujer samaritana. En la conversación más larga que registran los evangelios, Jesús le revela a la mujer samaritana algunas de las doctrinas más profundas del Reino (Juan 4:4-42). En el caso de los niños y en contraste con la cultura judía y greco-romano, los Evangelios nos muestran a Jesús abrazándolos, interactuando con ellos mientras enseñaba (Mateo 18:2), orando por ellos y bendiciéndolos. El resto de las Escrituras nos muestra que los primeros seguidores de Jesús también fueron en contra de la cultura de su época en estos aspectos. El hecho de que las epístolas del Nuevo Testamento –las cuales eran leídas en presencia de toda la congregación– tienen secciones dirigidas especialmente a las mujeres y los hijos, implica que los apóstoles esperaban que tanto las mujeres como los niños estuvieran presentes en la comunión de los santos. El libro de los Hechos nos presenta una comunión cristiana en la que familias enteras se reunían en diferentes casas, recibiendo el mensaje del Evangelio, creyendo la Palabra y convirtiéndose al Salvador. Así que las palabras de Cristo demuestran el tremendo valor que los niños tienen para nuestro Señor. En palabras del obispo J. C. Ryle: Las almas de los niños pequeños son evidentemente preciosas a la vista de Dios. Tanto aquí como en otras partes hay pruebas evidentes de que Cristo tiene no menos cuidado de ellos que de las personas adultas. Por lo tanto, los niños deben ser tomados en cuenta en la vida de la Iglesia y tratados con dignidad, como personas hechas también a la imagen de Dios. Ahora, en las siguientes entradas, me gustaría analizar un poco más a detalle las implicaciones de las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis”. Para ello, quisiera mencionar primero: las razones por las cuales debemos dejar que los niños vengan a Jesús. Luego, quisiera comentar sobre algunas formas en las que muchas veces impedimos que los niños vengan a Jesús. Por último, quisiera hablar de quiénes son, según la Biblia, los responsables de traer a los niños a Jesús. Continua en la siguiente entrada (haga clic AQUÍ) Y le traían aun a los niños muy pequeños para que los tocara, pero al ver esto los discípulos, los reprendían. Mas Jesús, llamándolos a su lado, dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Lucas 18:15-17 (LBLA)
reprende a sus discípulos por no permitir que otras personas le acerquen a sus hijos, con la parábola de la viuda insistente (1-8), la parábola del fariseo y el publicano (9-14) y con el episodio del dirigente rico (18-29)? Es como si este fragmento de la vida de Jesús estuviera completamente fuera de lugar. La explicación más sencilla que tenemos es que Lucas está más interesado en presentarnos una especie de orden “temático” de las enseñanzas de Jesús, que en proporcionarnos una descripción cronológica de los eventos de su vida. Así que, guiado por el Espíritu Santo, el médico decide insertar este episodio de la vida de Jesús en un contexto adecuado dentro de las enseñanzas de nuestro Señor. Esto significa que, para que podamos entender mejor este texto, tenemos primero que responder a la siguiente pregunta: ¿Cuál es el contexto inmediato en el que Lucas lo coloca?
Me parece que un examen cuidadoso de todo el pasaje, nos demostrará que lo que Lucas está tratando de hacer es hablarnos acerca de la humildad y dependencia que caracteriza al verdadero creyente en Cristo y dirigirnos a analizar seriamente en quién está confiando nuestro corazón para la salvación. Unos cuantos versículos arriba, leemos que Lucas escribe: “A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola” (v. 9). A continuación, Jesús narra la parábola del fariseo y del publicano. En dicha parábola, observamos a dos personajes. Por un lado, está el fariseo quien hace un despliegue de orgullo y confianza en sí mismo. El fariseo oraba consigo mismo diciengo algo como esto: “te doy gracias Dios porque no soy como otros hombres pecadores, sino que más bien soy una buena persona, y la prueba está en que ayuno dos veces a la semana y diezmo de todo lo que recibo”. En pocas palabras, este fariseo tenía puesta la seguridad de su justicia delante de Dios en sus propias obras y méritos. El fariseo confiaba en sí mismo. En contraste, Jesús nos presenta también al publicano quien, sabiéndose pecador, lo único que podía hacer era encomendarse a la misericordia y compasión de Dios. El publicano confiaba sólo en Dios, pues sabía que no podía confiar en sus propios méritos. Más adelante, en el pasaje posterior a nuestro texto, observamos una escena similar. Vemos a un hombre rico y prominente de la sociedad (probablemente el dirigente de la sinagoga local), exactamente con el mismo problema que el fariseo de la parábola: una excesiva y orgullosa confianza en sí mismo. El dirigente se acerca a Jesús para hacerle la siguiente pregunta: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 18) La realidad es que tan sólo el hecho de que este dirigente hiciera una pregunta como la que leemos es indicativo de un corazón orgulloso. El hombre asumía que en verdad él podía hacer algo para ganarse el derecho de recibir la vida eterna. Creía que podría llegar a merecer la vida eterna si hacía las cosas correctas. Así que le pregunta a Jesús qué es aquello que tiene que hacer para conseguirlo. El orgullo y la confianza en sí mismo de este hombre eran claramente evidentes por su pregunta. Con todo, tenemos una perspectiva más amplia del pensamiento de este hombre cuando observamos el diálogo que tiene con Jesús. El Señor le dijo: “Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” (v. 20). Ante estas indicaciones, el dirigente contesta: “Todo eso lo he cumplido desde que era joven” (v. 21). La respuesta del hombre nos da todavía una mayor claridad de la condición de su corazón delante de Dios. Aquel dirigente no sólo tenía un reducido concepto de la Ley moral de Dios (y por lo tanto, un reducido concepto de la justicia y de la santidad de Dios), sino que además tenía un demasiado agrandado concepto de sí mismo. Jesús, evidentemente nada impresionado por la "justicia" externa del hombre y conociendo precisamente en donde estaba puesto su corazón, lo confronta entonces diciendo: “vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres. Luego ven y sígueme” (v. 22). En seguida Lucas nos dice que “cuando el hombre oyó esto, se entristeció mucho, pues era muy rico” (v. 23). Con solamente este mandamiento, Jesús le demostró al dirigente que su verdadero dios no era el Dios de Israel, sino sus posesiones. Que la base de su confianza y su seguridad estaban definitivamente puestas en su enorme cantidad de dinero. Y por eso Jesús exclamó: “¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!” (v. 24). Jesús no dijo estas palabras porque Él pensara que fuera malo o pecaminoso tener mucho dinero o que las riquezas materiales condenaran al hombre. Más bien, Jesús dijo ésto porque Él conoce perfectamente la condición caída del ser humano, y cómo es que el corazón del hombre es propenso a poner su confianza en cualquier cosa que no sea Dios. Y lo cierto es que las personas con mucho dinero están puestas en una situación en la que constantemente son tentadas a poner su confianza no en Dios, sino en sus posesiones. Proverbios 10:15 dice que “la riqueza del rico es su baluarte”. Es por eso que el apóstol Pablo le dice a Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción”. (1 Timoteo 5:9) La verdad es que muchos de nosotros debiéramos agradecer a Dios por no tener más posesiones de las que al presente tenemos. ¿Me escuchó bien? Muchos de nosotros debiéramos agradecer a Dios por no tener un mejor salario, mayores prestaciones y comodidades materiales de las que actualmente tenemos. Para muchos de los aquí presentes, el que Dios no nos otorgue mayores ingresos y capacidad económica es más bien una muestra de Su gracia y Su bondad. Él conoce nuestro corazón muchísimo mejor que nosotros mismos y sabe que si Él nos diera más de lo que actualmente recibimos, como dice Proverbios 30:8-9, simplemente nos saciaríamos, y le negaríamos diciendo: “¿Quién es el Señor?” Así que el asunto principal en el relato del dirigente rico es también el orgullo y la confianza en uno mismo así como la dependencia en las posesiones, en contraste con la confianza sólo en Dios y la dependencia sólo en Él. Es por eso que en medio de estos marcados ejemplos de una excesiva confianza en uno mismo, Lucas inserta estos versículos en los que Jesús ejemplifica, por medio de los niños pequeños, cómo debe ser la fe de aquellos que han de ser sus discípulos. Jesús dice: “el reino de Dios es de quienes son como ellos… El que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él” (v 16-17). Es precisamente bajo ese contexto que ahora entendemos con mayor claridad el significado de estos versículos. En ellos, Jesús está utilizando la imagen del niño como una ilustración de lo que significa la verdadera fe en Jesús. Porque el hecho es que, si hay una edad en la que las personas son completamente dependientes de otros, es precisamente durante la infancia. Los niños son completamente dependientes de sus padres para todas sus necesidades: para mantenerse limpios, para alimentarse, para estar seguros y protegidos. Los niños no pueden hacer nada para proveerse a sí mismos de todas estas cosas. Lo único que pueden hacer es depender de sus padres y esperar recibir de ellos todo aquello que necesitan. Es así como precisamente actúan los niños, ¿no es cierto? Todo el que ha sido padre lo sabe muy bien. Cuando nuestros hijos no pueden abrir una caja o envase, ¿a quién acuden? ¿Cuándo nuestros hijos no pueden alcanzar algo que está a una altura fuera de su alcance, a quién recurren? ¿Cuándo nuestros hijos no entienden algo o tienen alguna duda, a quién le preguntan? ¡A sus padres! O en su defecto, a algún adulto cercano en quien tienen confianza. Quizás nunca se lo ha cuestionado, pero valdría la pena que ahora mismo se haga usted esta pregunta: ¿Por qué actúan así los niños? ¿Por qué es que nuestros hijos acuden a nosotros de esa manera casi inmediata sin siquiera dudarlo? La respuesta es doble. Primero, porque no tienen a nadie más a quien acudir. Los niños no poseen recursos propios de qué valerse. Son los adultos, particularmente sus padres, él único recurso que los niños tienen para la solución de todos sus problemas y la satisfacción de todas sus necesidades. La segunda parte de la respuesta es: Nuestros hijos acuden a nosotros porque confían en nosotros. Porque están convencidos de que nosotros podemos ayudarles. Porque creen que vamos a actuar a su favor. De esa manera, podemos comprender con mayor claridad cómo es el corazón de la persona creyente en Cristo. Jesús utiliza a los niños para presentar la fe como una “dependencia absoluta, sencilla y confiada”, para ilustrar que los creyentes deben actuar hacia Dios como los niños hacia sus padres, sin ninguna clase de “logro o realización en los cuales estar confiados”. Jesús presentó a los niños como un modelo de aquellos que quieren heredar el Reino. Sus seguidores deben de tener una fe en Dios que se asemeje a la fe de un tierno infante en sus padres. Esto es precisamente ilustrado con el ejemplo del publicano, quien habiendo abandonado toda confianza en sí mismo, el único recurso que tenía era la misericordia y la gracia de Dios. Jesús nos describe al publicano haciendo un despliegue de verdadera humildad y confianza, clamando a Dios por misericordia. La pregunta que se nos impone en este pasaje es:, ¿tiene usted esta clase de confianza en Dios? ¿Es Cristo su único recurso a quien acudir para su salvación y para vivir la vida cristiana? ¿Es Cristo en quien confía de manera humilde y dependiente para su justificación? La verdad es que, si somos honestos, la mayoría de nosotros tendría que responder que en muchas ocasiones no es así. Decimos que confiamos en Cristo, pero a veces nos encontramos como el fariseo de la parábola, poniendo nuestra seguridad en nuestras buenas obras, cualesquiera que éstas sean. En otras ocasiones nos encontramos como el dirigente rico, poniendo la base de nuestra seguridad en nuestras posesiones y, en lugar de estar anhelando más de Dios, estamos anhelando más dinero y mayores bienes materiales. Pero gracias a Dios, el reconocimiento de estas fallas no son un impedimento para continuar poniendo nuestra fe en Jesús. Son más bien una nueva oportunidad de arrepentirnos, de poner nuestra mirada en Jesús y confiar sólo en Dios como un niño. La invitación de la Palabra en esta ocasión es nuevamente a que creamos en el Evangelio, a aprender, como discípulo de Jesús, lo que significa confiar en su maestro con la confianza de un niño. Venga, acérquese a Él, porque no tiene a nadie más a quien acudir. |
Archivos del blogAgosto 2017 Julio 2017 Junio 2017 Abril 2017 Marzo 2017 Febrero 2017 Enero 2017 Diciembre 2016 Noviembre 2016 Octubre 2016 Septiembre 2016 Agosto 2016 Julio 2016 Junio 2016 Mayo 2016 Abril 2016 Marzo 2016 Febrero 2016 Enero 2016 Diciembre 2015 Noviembre 2015 Octubre 2015 Septiembre 2015 Agosto 2015 Julio 2015 Junio 2015 Mayo 2015 Abril 2015 Marzo 2015 Febrero 2015 Enero 2015 Diciembre 2014 Octubre 2014 Septiembre 2014 Agosto 2014 Julio 2014 Junio 2014 Mayo 2014 Abril 2014 Marzo 2014 Febrero 2014 Enero 2014 Diciembre 2013 Abril 2013 Enero 2013 Diciembre 2012 Marzo 2012 Mayo 2011 Febrero 2011 Enero 2011 Diciembre 2010 Noviembre 2010 Julio 2010 Junio 2010 Mayo 2010 Abril 2010 Marzo 2010 Febrero 2010 Enero 2010 Diciembre 2009 Noviembre 2009 Octubre 2009 Septiembre 2009
|
Fotos utilizadas con licencia Creative Commons de Neticola, Brett Jordan, Anna & Michal, chriswasabi, Ryk Neethling