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30/4/2016 0 Comentarios

Considera la bondad Y la severidad 

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Al día de hoy, no he conocido a una sola persona a la que no le guste la idea de comer en un restaurante tipo buffet. Tener delante de ti una decena de deliciosos platillos diferentes y poder escoger el que más te guste o apetece, ¿a quién no le parece una grandiosa idea? Si lo piensas bien, algo muy similar sucede en los supermercados. ¿No te gusta una marca particular de shampoo? No te preocupes, ¡Tienes a tu dispocisión literalmente decenas de opciones para escoger! Seguramente encontrarás uno con las características (efecto en el cabello, color y precio) que tu deseas.  Esta situación aplica para todos los productos que consumimos y bienes que compramos: desde una barra de granola hasta un automóvil, siempre podremos encontrar una marca o modelo con las características que en verdad deseamos.

Los seres humanos estamos tan acostumbrados a esa mentalidad de poder escoger lo que nos gusta y rechazar lo que no nos atrae que pensamos que también la podemos aplicar con Dios. Por alguna razón, cuando acudimos a la Biblia pensamos que podemos escoger cuáles aspectos de la persona de Dios nos agradan y cuáles no y desafortunadamente formamos a un dios acorde a nuestras preferencias. Para comprobar lo que digo tan sólo tienes que entrar a las redes sociales y observar las cosas que comparten los cristianos en ellas. Literalmente podrás encontrar cientos de frases e imágenes que aluden al amor y la misericordia de Dios. Pero, ¿cuántas veces se comparte acerca de Su santidad? Quizás una que otra. ¿Y de Su ira y justicia? Me temo que ninguna. 

Pero la Escritura nos llama a los creyentes a una actitud diferente. En la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo le da a sus lectores la siguiente instrucción:
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que cayeron, pero para ti, bondad de Dios si permaneces en su bondad; de lo contrario también tú serás cortado. (Romanos 11:22 LBLA)
El apóstol ofrece ésta advertencia e instrucción hacia el final de una sección en su carta en la que ha venido hablando de la soberanía de Dios en la elección (Romanos 9) y cómo esta doctrina en particular aplica a la nación de Israel (Romanos 10 y 11). Pablo ha hablado ya de la prerrogativa que Dios tiene para extender misericorida a quien Él quiere (9:15), de Su ira y poder que se harán evidentes en la destrucción final de los vasos de deshonra (9:22) y cómo Él se reserva el derecho de extender perdón o no (11:21). Todas estas descripciones van también acompañadas de menciones de la fidelidad de Dios (9:6), de las riquezas de Su gloria y misericordia (9:23), de Su amor (9.24) y de la promesa de que todo aquel que cree hallará salvación (10:11). En general, se puede decir que éste es el carácter de toda la epístola, pues desde el principio el apóstol presenta a la par tanto el poder de Dios para salvación como Su ira (1:16; 18).
Cabe mencionar que el interés del apóstol en presentar el carácter completo de Dios no es meramente académico o con fines meramente ilustrativos. En palabras de Pablo, los cristianos encontramos también enormes beneficios al contemplar y considerar Su severidad: somos llevados a la humildad y al verdadero temor de Dios (Romanos 11:20). Es a nuestro perjuicio el que ignoramos los atributos de Dios que no nos parecen atractivos o inspiradores.
Por alguna razón, nosotros los cristianos pensamos en la cruz de Cristo y tendemos a pensar sólamente en Juan 3:16 y en el gran amor de Dios. Pero la Escritura nos muestra que la cruz también nos señala la santidad de Dios y Su justicia (Romanos 3:25-26) y que ningún pecado será pasado por alto. Todos los atributos de Dios constituyen Su gloria y enfatizar unos a expensas de otro no sólo constituye una forma de idolatría (adorar a un dios que hemos formado según nuestras preferencias - Romanos 1:23) sino que también nos impide vivir la vida cristiana. Es en la gloria completa del Dios de las Escrituras que hallamos el verdadero temor y por lo tanto, la verdadera paz y el gozo auténtico. "Por tanto, considera la bondad y la severidad de Dios" (Romanos 11:22 NVI).
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24/4/2016 0 Comentarios

Lo que Jesucristo logró por nosotros al vencer la tentación

Y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y estaba entre las fieras, y los ángeles le servían. (Marcos 1:13 LBLA)
Me parece que muchos de nosotros (incluyéndome) al leer este pasaje fallamos en ver lo glorioso que Jesús se nos muestra al vencer toda tentación. Muchas veces reducimos la obra de nuestra salvación realizada por Cristo como sólo incluyendo Su sufrimiento y muerte en la cruz. Pero la Escritura nos enseña que lo realizado por el Hijo de Dios va más allá de Su muerte y resurrección. A través de la Biblia, aprendemos que Jesús, al vencer toda tentación:

1. Proveyó de una justicia perfecta, cumpliendo así todas las demandas de Dios

El apóstol Pablo escribió que la justicia perfecta de Cristo es la base de nuestra justificación:
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron... Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.   (Romanos 5:12, 18 LBLA)

2. Se presentó al Padre como el sacerdote y el sacrificio perfecto a la vez

La vida y muerte de Jesucristo constituyen ese sacrificio glorioso y único, por medio del cual todos nuestros pecados son perdonados, limpiados y lavados. Lo que en tiempos antiguos la sangre de corderos y otros animales no podían hacer, fue en Jesucristo realizado de manera suprema y gloriosa. Lo que los sacerdotes de la religión judía no tenían, perfección para presentar al pueblo de Israel delante de Dios; Jesucristo sí lo tuvo (Hebreos 5:8; 7:26 y 9:23-28).

3. Se convirtió en nuestro abogado perfecto

Sólo Cristo puede presentarse ante el Padre para abogar por nosotros, nadie más.
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
En conclusión, todos necesitamos de la justicia de Cristo que sólo se puede recibir por la fe. Así como Adán y Eva fallaron en una obediencia perfecta a la voluntad de Dios, nosotros también hemos fallado. ¿Quién de nosotros puede decir que ama a Dios con todo su corazón, mente y fuerzas? Es necesario recibir por fe la justicia de Cristo para que puedas pasar por el fuego del juicio de Dios. He aquí en qué consiste la grandeza y gloria del sacrificio del Señor Jesucristo: No hay pecado u ofensa a Dios que sea tan grande, que no pueda ser lavada y limpiada por la preciosa sangre de Jesucristo (Isaías 1:18).

Creyente: vive delante del señor como lavado en la preciosa sangre de Jesucristo (1 Pedro 1:18-19). Al ser tentado, sigue el ejemplo de Cristo, recuerda que Él conoce tu condición, y te comprende perfectamente (Heb. 2:18). Si has pecado, recuerda que Cristo está en la presencia del Padre, como tu abogado.

Nunca debemos poner nuestra confianza en nuestra propia justicia ni en nuestro desempeño. En nuestra salvación se cumple aquellos dichos de la Reforma: Sólo Cristo, Sólo a Él la gloria.

Etiquetas: Evangelio
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23/4/2016 0 Comentarios

Cuando un amigo nos hiere

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El viernes de la semana pasada parecía indicar que todo iba a transcurrir de manera normal en la rutina de recoger a mi hija de la escuela: la espera de siempre a la puerta del edificio, la maestra indicando a los niños uno por uno que ya se puede ir, el abrazo que cada día ella me da después de no haberme visto por dos horas y media, así como la caminata hacia el auto escuchándola hablar de lo que hizo en el receso o de los dibujos que hizo en clase, entre otras cosas. Nada parecía estar fuera de lo rutinario hasta que, estando ya en el vehículo camino a casa; ella me dice: "¡Papi, Jaime me dijo que ya no quiere ser mi amigo!" Volteo rápidamente a verla en su asiento y sus ojos ya están llenos de lágrimas.

Jaime es el niño con el que mi hija más se ha relacionado de todo su grupo (podría decirse que es su mejor amigo). Según su maestra, durante sus primeros meses en la escuela eran prácticamente inseparables: jugaban juntos en el receso todos los días, muchas de las actividades en el salón de clases las hacían entre ellos... En fin, hasta en los días de excursión se sentaban juntos en el autobús escolar. Aunque ahora mi hija interactúa mucho más con otros niños, Jaime todavía tiene un lugar especial en los afectos de mi hija. Así que puedo saber con certeza que las lágrimas de la niña de cinco años que está llorando en la parte trasera del automóvil son de verdadera tristeza.

"¿Y tú que le respondiste a Jaime?" Le inquirí. "Pues le dije que yo tampoco quiero ser su amigo" me respondió entre lágrimas. Las palabras de mi hija sin lugar a dudas revelan que ella es tan pecadora como yo, con la misma necesidad que la mía de un Salvador. Al igual que yo en muchas ocasiones, mi hija respondió pecaminosamente a la palabras hirientes de un amigo. Es por eso que, en la medida de mis capacidades, en medio de esa situación traté de llevar a mi hija a Jesús y al evangelio para ayudarle a resolver este problema. A continuación les comparto algunas de las cosas que le dije.

Acude a Jesús, porque Él entiende cómo te sientes

Todos nosotros hemos sido ofendidos o heridos por un amigo. Pero pocos de nosotros hemos experimentado la traición y el abandono como Jesús lo hizo. Él fue traicionado por uno de sus amigos y vendido por tan sólo treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16). En el momento en que más los necesitaba a su lado, sus amigos lo dejaron sólo (Mateo 26:56). Para culminar la afrenta, Jesús fue negado tres veces por quien quizás era su discípulo y amigo más cercano (Mateo 26:70-75). Imagina el dolor en el corazón de nuestro Señor al escuchar (o al menos observar) la actitud de Pedro al negarle (Lucas 22:61).

Así que cuando un amigo nos ofende o nos hiere, no estamos sólos. Jesús entiende perfectamente cómo nos sentimos y por eso podemos acudir a Él con nuestro dolor, sabiendo que somos comprendidos y recibidos.

Acude a Jesús, porque Él te da el ejemplo de cómo perdonar a tu amigo

Entre otras cosas, le señalé a mi hija cómo Jesús a pesar de todo el dolor que recibió por parte de Sus amigos, les perdonó y recibió de nuevo. En especial, le mostré cómo nuestro Señor después de resucitar, a una de las primeras personas que buscó fue precisamente Pedro (Lucas 24:34; 1 Corintios 15:5). También le hice ver la manera en que Jesús lo perdonó y le hizo saber que seguían teniendo la misma (o una mejor) relación de amistad y amor (Juan 21). Con el ejemplo de Cristo, invité a mi hija a perdonar a Jaime y a que la siguiente vez que lo viera le dijera: "Todavía quiero ser tu amiga." Esa noche y las siguientes oramos por Jaime antes de irnos a dormir.

Acude a Jesús, porque también necesitas Su perdón

 Una de las cosas que no quise dejar pasar, es que mi hija se diera cuenta de que necesita a Jesús más que tan sólo como un ejemplo a seguir: "¿Recuerdas las veces que a mamá o a papá nos has dicho: ¡ya no quiero estar contigo!, después que te hemos corregido o disciplinado?" "Ajá" respondió ella suscintamente. "¿Cómo crees que eso nos hace sentir?" Le pregunto de nuevo. "Mal", reconoce ella. "Entonces quiero que te des cuenta de que Jaime no es el único culpable de lastimar a alguien que lo quiere mucho. Tú también lo has hecho. Y por eso necesitas pedir perdón a Dios. Tu también necesitas a Jesús."

Lo cierto es que ninguno de nosotros somos inocentes de haber ofendido o herido a un amigo cercano o familiar. Todos somos culpables de haber lastimado a alguien en su interior. Ya sea intencionalmente o no. Y como mi hija, todos necesitamos de un Salvador. Agradezco al Señor por la oportunidad de llevar a mi hija el mensaje del Evangelio en una situación como ésta. Porque yo también necesito escucharlo una y otra vez.
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