Viene de la entrada anterior (haga clic aquí para leer) ConclusionesQuisiera terminar esta serie de entrada con unas palabras de ánimo y exhortación. Estoy perfectamente consciente que lo que se acaba de exponer es una de las verdades de la Palabra más contra-culturales que pueda haber. Es tan contraria a lo que permea en nuestra cultura y sociedad que lo más probable es que algunos de los que han estado leyendo -tanto varones como mujeres- se han sentido sumamente incómodos, confundidos, quizás hasta enojados con lo que se ha dicho. Esto se pudiera deber a que, gracias a nuestra cultura; la autoridad y la igualdad son dos categorías completamente separadas en nuestra mente. No podemos entender cómo es que la igualdad de dignidad y valor es compatible con la diferencia de roles, particularmente cuando esa diferencia implica que una persona debe fungir como cabeza o autoridad sobre la otra. Por ello, me gustaría que usted pudiera meditar en lo siguiente. Históricamente, todas las confesiones cristianas ortodoxas afirman que hay un sólo Dios vivo y verdadero. Además, como dice la Confesión de Fe de Westminster: “en la unidad de la Divinidad hay tres personas”, a quienes la Escritura llama el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. También, los cristianos entendemos que, así como se menciona en el Catecismo Menor: “estas tres personas son un solo Dios, las mismas en sustancia, iguales en poder y gloria.” Las tres personas de la Trinidad son completamente iguales en gloria e igualmente dignos de alabanza y adoración. Por decirlo de alguna manera, ninguna de las personas de la Trinidad es menos Dios que la otra. Sin embargo, aunque en la Escritura vemos que entre los miembros de la Trinidad hay completa igualdad en importancia, personalidad y deidad por toda la eternidad, también observamos que hay diferencias de roles o papeles entre los miembros de la Divinidad, que nunca podrán invertirse. Por ejemplo, Dios el Padre siempre ha sido el Padre y siempre se ha relacionado con la persona del Hijo como un Padre se relaciona con su Hijo. Esto significa que aunque los tres miembros de la Trinidad son iguales en poder y en todos los demás atributos, el Padre tiene mayor autoridad. La Biblia lo describe ejerciendo una función de liderazgo entre los miembros de la Trinidad que el Hijo y el Espíritu Santo no tienen. En el plan eterno de redención, es el Padre quien envía al Hijo al mundo, quien vino a la tierra y estando entre nosotros se mostró siempre obediente y sometido a la voluntad del Padre, al punto de llegar a morir en la cruz como pago por los pecados del mundo. Particularmente, el Evangelio de Juan nos muestra a la persona del Hijo completamente sujeta a la autoridad y voluntad de Su padre: Por eso Jesús, respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera. Juan 5:19 Quizás, la mayor muestra de sumisión a la autoridad del Padre que Cristo nos dio fue en el jardín de Getsemaní donde le escuchamos clamar: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. (Lucas 22:42) La relación entre las personas de la Trinidad es el más claro ejemplo que igualdad de persona y dignidad no es incompatible con la diferencia de papeles. Y es precisamente la persona de Jesucristo quien nos muestra que considerarse igual o saberse igual con otra persona no es incompatible con el voluntariamente someterse a su autoridad: El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 3:6-8) ¿A quién se hizo Cristo obediente? No a los hombres, por supuesto; sino a la persona del Padre. Así como Dios Padre tiene autoridad sobre el Hijo, aunque los dos son iguales en deidad, en el matrimonio el esposo tiene autoridad sobre la esposa, aunque son iguales en personalidad. Son iguales en importancia, pero tienen papeles o funciones diferentes. Así que les exhorto a que traten de pensar en todo esto bíblicamente. Analicen la enseñanza de la Escritura y sobre todo, pongan sus ojos en Cristo quien es nuestro modelo en todo, tanto en autoridad y liderazgo como en sujeción. Finalmente, quiero animarles a que tengan paciencia. En esta serie de entradas apenas hemos cubierto los fundamentos bíblicos del liderazgo masculino. Pero todavía no hemos dicho nada de todo lo que se pudiera decir acerca del significado y las implicaciones de este liderazgo en nuestra vida. Les puedo asegurar que conforme lo vayamos estudiando en la Escritura, las mujeres se darán cuenta que en verdad anhelan esa autoridad y liderazgo por parte de sus esposos, y empezarán a orar por su marido. Por otro lado, los varones descubriremos que ese liderazgo implica para nosotros una enorme responsabilidad, a la cual indudablemente hemos fallado, y también seremos dirigidos a arrodillarnos y a orar pidiendo perdón y la gracia de Dios para ejercer nuestra responsabilidad adecuadamente.
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Proviene de una entrada anterior (para leer haga clic en el enlace) 2. Evidencias de liderazgo masculino en GénesisAhora bien, así como en la narrativa de la creación observamos que el varón y la mujer fueron creados iguales en dignidad y valor, también encontramos en ella varias indicaciones que señalan la existencia de una distinción de roles. La mujer fue creada después del varón El hecho de que Dios creara primero a Adán y después de un período de tiempo a Eva (Gen. 2:7, 18-23) nos sugiere que Dios concibió que Adán tuviera una función de liderazgo en su familia. Es importante notar que en el relato de la creación no se menciona un procedimiento semejante de dos etapas para ninguno de los animales o seres vivos, por lo que esta particularidad en la creación del hombre parece tener un propósito especial. En el contexto más amplio del Antiguo Testamento, el que Dios creara primero a Adán lo sitúa dentro del patrón de la “primogenitura”, según el cual el primero que nacía en una generación cualquiera era el líder de la familia durante esa generación. Esta es precisamente la interpretación del Nuevo Testamento y el fundamento que el apóstol Pablo utiliza para limitar a los varones algunos papeles de gobierno y enseñanza en la Iglesia: Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero, después Eva. (1 Timoteo 2:12-13). Observe que en este texto el apóstol Pablo no está haciendo referencia a alguna costumbre o aspecto cultural de su época, sino que alude a un principio establecido por Dios desde la creación. Para Pablo, Dios estableció un orden en la creación del varón y la mujer con el propósito de reflejar una distinción permanente en los papeles que Dios les ha dado a los varones y a las mujeres. La mujer fue creada para ser ayuda del varón La Biblia es específica en decir que Dios hizo a la mujer para el varón, y no al reverso (el varón para la mujer): Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea. (Génesis 2:18) La distinción en función se hace evidente por el hecho de que ella es creada para ser la ayuda de Adán. Vemos liderazgo masculino en el matrimonio a través del hecho de que Eva fue creada para Adán. Fue a Adán a quien se le dio el liderazgo y autoridad sobre la creación y luego Dios trajo a Eva a su lado para que sea su ayuda en el llamado que le había dado. Nuevamente, leemos en el NT que el apóstol Pablo utiliza esta realidad como el fundamento para establecer una diferencia entre hombres y mujeres en la adoración colectiva de la iglesia: Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre; pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre. (1 Corintios 11:8-9) La mujer fue nombrada por el hombre El hecho de que Adán pusiera nombre a todos los animales (Gen. 2:19-20) indica la autoridad del hombre sobre el reino animal. En el contexto inmediato de Génesis 1 y 2 podemos observar que la persona que nombra las cosas es aquel que tiene autoridad sobre ellas. Es precisamente Dios quien le da nombre a todo lo que existe (Gen. 1:5, 8, 10). En el contexto más amplio del Antiguo Testamento, vemos que el derecho de ponerle nombre a alguien implicaba tener autoridad sobre tal persona. Esto se ve cuando Dios les cambia el nombre a personas como Abraham y Sara, o por ejemplo cuando Faraón le pone un nombre diferente a José o cuando después de la deportación a Babilonia Daniel y sus tres amigos reciben otros nombres distintos a los que ya tenían. Así que cuando Dios le presenta la mujer a Adán, además de reconocer su igualdad, el también ejerció su prerrogativa dada por Dios de nombrarla: “será llamada mujer”. Dios no le dijo a Eva quién era ella en relación con Adán. Él permitió a Adán definir a Eva manteniendo la intención de que el hombre ejerciera una autoridad funcional sobre ella. 3. La función asignada al varónEn resumen, la enseñanza bíblica que hemos analizado tiene al menos dos implicaciones. La primera es que, al ser ambos portadores de la imagen de Dios, tanto el hombre y la mujer son iguales ante Su creador en dignidad y honra. La segunda implicación es que, con respecto al orden establecido por Dios, el hombre y la mujer fueron creados para representar de manera diferente la relación entre Cristo y la Iglesia. En pocas palabras, el esposo y la esposa son iguales pero tienen papeles complementarios. ¿Cuáles son esas funciones complementarias que se les han dado al varón y a la mujer en el matrimonio? El texto bíblico de Efesios nos lo enseña: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Efesios 5:22-25). El apóstol Pablo claramente nos presenta una comparación entre la relación del varón con la mujer y la relación de Cristo con la Iglesia. Las funciones del esposo y la esposa en el matrimonio están arraigadas en los roles característicos de Cristo y su Iglesia, ya que Dios eligió que el matrimonio fuera una representación terrenal de la gloriosa relación entre Cristo y Su Iglesia. A los esposos se les compara con Cristo y a las esposas con la Iglesia. A los esposos se les compara con la cabeza y a las esposas con el cuerpo. El texto de Efesios nos enseña que a los varones se les ha asignado un rol. El hombre en el matrimonio tiene el rol de “cabeza de la mujer”. Pero, ¿qué significa que el hombre sea “cabeza de la mujer” Entendemos que ser cabeza en el versículo de Efesios implica una responsabilidad única de liderazgo y autoridad. En el contexto inmediato de Efesios, leemos: El cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero. Y todo sometió bajo sus pies, y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo. (Efesios 1:21-23). El enfoque de esta porción de la Escritura está puesto en el dominio y la autoridad de Cristo cuando a Él se lo llama cabeza de la Iglesia. De aquí que podamos tomar la siguiente definición: Ser cabeza es el llamado divino del esposo para asumir la responsabilidad principal del liderazgo de servicio, protección y provisión en el hogar, a semejanza de Cristo. La definición anterior apunta a la idea de que la masculinidad bíblica implica asumir el liderazgo del hogar. Bajo el Evangelio, el diseño original creado por Dios no se invalida, no se re-define, más bien se re-establece. Un esposo cristiano ha sido investido con una autoridad ordenada por Dios. Él debe liderar. Él debe proveer dirección. El peso de la responsabilidad de la familia es suyo de una manera que es único para él como cabeza.
Con toda seguridad, la “justificación por la fe solamente” es la contribución más importante de la Reforma. Se podría decir que la segunda más importante es la “doctrina de la vocación”. Mientras que la doctrina de la justificación se conoce ampliamente, la doctrina de la vocación ha sido olvidada. En algunas ocasiones todavía se escucha la palabra vocación, pero el concepto es generalmente malentendido o entendido de manera incompleta. La doctrina de la vocación no es “ocupasionalismo”, un enfoque particular sobre el trabajo de uno mismo. El término significa “llamado”, pero no tiene nada que ver con la voz de Dios llamándote a hacer una gran obra por Él. No significa servir a Dios evangelizando en el trabajo. La doctrina de la vocación tampoco significa que cada uno es un ministro, aunque sí se trata del sacerdocio de todos los creyentes. Ni siquiera significa hacerlo todo para la gloria de Dios, o hacer nuestro mejor esfuerzo como una manera de glorificar a Dios; aunque sí se trata de la gloria de Dios a costa de la nuestra. La doctrina de la vocación es la teología de la vida Cristiana. Resuelve los demasiado controvertidos problemas de la relación entre la fe y las obras, Cristo y la cultura y cómo los cristianos deben de vivir en el mundo. Desde una perspectiva menos teórica, la vocación es la clave para matrimonios sólidos y una paternidad exitosa. Contiene la perspectiva Cristiana sobre la política y el gobierno. Muestra el valor, así como los límites, del mundo secular. Y les muestra a los cristianos el significado de sus vidas. El teólogo sueco Einar Billing, en su libro Nuestro Llamado, observó cómo nuestra tendencia es a mirar nuestra religión en el reino de lo extraordinario, más que en el ordinario (1). En la vocación, sin embargo; Dios está oculto incluso en las actividades mundanas de nuestras vidas diarias. Y ésta es Su gloria. La doctrina de la vocación de LuteroPara entender completamente la doctrina de la vocación, uno debe comenzar no con los Puritanos –quienes tendían ha convertir la doctrina de la vocación en una ética laboral– sino con Lutero y con los Luteranos, desde los compositores del Libro de Concordia hasta los teólogos modernos tales como Billing y Gustaf Wingren. Va más o menos así: Cuando oramos el Padre Nuestro, le pedimos a Dios que este día nos de nuestro pan diario. Y Él lo hace. La manera en que Él nos da nuestro pan diario es a través de las vocaciones de granjeros, molineros y panaderos. Podríamos añadir conductores de camiones, empleados de fábricas, banqueros, encargados de bodega y a la señorita en la caja registradora. Virtualmente cada paso de nuestro sistema económico completo contribuye a esa pieza de pan tostado que tomas en el desayuno. Y cuando agradeciste a Dios por la comida que Él proveyó, tenías razón de hacerlo. Dios pudo haber escogido crear nuevos seres humanos para poblar la tierra sacándolos del polvo, así como lo hizo con el primer hombre. Pero en lugar de ello, Él escogió crear nueva vida –la cual, aunque común y corriente, no es menos milagrosa– por medio de madres y padres, esposos y esposas, las vocaciones de la familia. Dios nos protege a través de las vocaciones del gobierno terrenal, tal y como se detalla en Romanos 13. Él da sus dones de sanidad usualmente no a través de milagros continuos (aunque pudiera) sino por medio de las vocaciones médicas. Él proclama Su Palabra por medio de pastores humanos. Él enseña por medio de maestros. Él crea obras de belleza y significado por medio de artistas humanos, a quienes les ha dado talentos particulares. Muchos tratados de la doctrina de la vocación enfatizan lo que hacemos, o lo que se supone debemos hacer, en nuestros varios llamados. Esto es parte de ello, así como lo son los varios aspectos que delineé arriba; pero para comprender la magnitud de esta enseñanza es esencial entender primero el sentido en el cual la vocación es la obra de Dios. Dios está ordeñando las vacas a través de la vocación del lechero, dijo Lutero. Según Lutero, la vocación es una “máscara de Dios” (2). Él está oculto en la vocación. Vemos al lechero, o al granjero, o al doctor o pastor o artista. Pero acechando detrás de la máscara humana, Dios está genuinamente presente y activo en lo que ellos hacen por nosotros. El sentido de Dios actuando en la vocación es característicamente luterano en la manera en que enfatiza que Dios obra a través de medios físicos. Lutero y sus seguidores enfatizaron cómo Dios ha escogido otorgar sus dones espirituales por medio de Su Palabra (tinta en el papel, las ondas sonoras emanando desde el púlpito) y los Sacramentos (agua, pan y vino). Y Él otorga Sus dones terrenales por medio de las vocaciones humanas. Con mayor amplitud, en términos con los que la gente Reformada se puede relacionar, la vocación es parte de la providencia de Dios. Dios está involucrado íntimamente en el gobierno de Su creación en cada detalle y Su actividad en la labor humana es una manifestación de cómo Él ejercita Su cuidado providencial. Para el cristiano, consciente de su vocación como la máscara de Dios, toda la vida, incluso las facetas más mundanas de nuestra existencia, se convierten en ocasiones para glorificar a Dios. Cada vez que alguien hace algo por ti –te sirve el desayuno en un restaurant, limpia cuando te vas, construye tu casa, predica un sermón– agradécele a Dios por los seres humanos que Dios está utilizando para bendecirte y alábale por Sus dones no merecidos. ¿Saboreas una comida? Glorifica a Dios por las manos que la prepararon. ¿Eres conmovido por una obra de arte –una pieza de música, una novela, una película? Glorifica a Dios quien le ha dado tales dones artísticos a los seres humanos. Por supuesto, el que la vocación es una máscara de Dios significa que Dios también obra a través de ti, en tus diversos llamados. Que Dios está oculto en lo que hacemos muchas veces está oscurecido por nuestros propios motivos pecaminosos y egoístas. Pero eso no impide a Dios actuar. Fe y obras¿Era el granjero que creció el grano que llegó a la pieza de pan que comí esta mañana un cristiano? ¿Qué hay del artista cuya película provocó tal poderosa impresión? Sucede que sé que no es un cristiano. ¿Cómo puedo glorificar a Dios por la obra –cultivo– de un incrédulo? La doctrina de la vocación responde esa cuestión. En Su gobierno del mundo, Dios utiliza a aquellos que no le conocen, así como a aquellos que sí. Todo don bueno y perfecto viene de Dios (Santiago 1:17). Pero los seres humanos pecan en sus vocaciones y pecan en contra de sus vocaciones, resistiendo y peleando en contra del propósito de Dios. En la superficie, no parece haber una gran diferencia entre un granjero cristiano labrando su campo y un granjero no cristiano que esencialmente hace lo mismo. Dios puede usar a ambos para traer el pan diario, el cual, a su vez; Él distribuye a cristianos y no cristianos por igual. Pero hay una gran diferencia. El granjero cristiano trabaja movido por la fe, mientras que el granjero no cristiano trabaja movido por la incredulidad. Lutero en realidad utilizó dos palabras diferentes para lo que hasta ahora he colapsado bajo el término general de vocación: “estación” (Stand) y “llamado” (Beruf). A los no cristianos les es dado una estación en la vida, un lugar que Dios les ha asignado. Los cristianos, empero, son aquellos que escuchan la voz de Dios en Su Palabra, así que entienden su estación en términos del “llamado” personal de Dios. La Palabra de Dios llama a fe a la gente. Esta es la vocación primaria de Dios, ser un hijo de Dios. Pero Dios también ha estacionado a ese cristiano para vivir una vida en el mundo. El cristiano, en fe, ahora entiende su vida y lo que Dios le ha dado para hacer como un llamado del Señor. Como lo explica el teólogo contemporáneo John Pless: Lutero entendió que el cristiano es genuinamente bi-vocacional. Es primero llamado a través del Evangelio a la fe en Cristo Jesús y es llamado a ocupar una estación particular o lugar en la vida. El segundo sentido de este llamado abarca todo aquello que el cristiano hace en servicio a su prójimo no sólo en una ocupación en particular sino también como un miembro de la iglesia, un ciudadano, un esposo, padre o hijo y trabajador. Aquí el cristiano vive en amor hacia otros seres humanos y es el instrumento por el cual Dios hace Su obra en el mundo. (3) “Concluimos, entonces, que un cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y en el prójimo” dijo Lutero. “Vive en Cristo a través de la fe, y en el prójimo a través del amor”. (4) La relación del cristiano hacia Dios, para Lutero; no tiene nada que ver con nuestras buenas obras, pero todo que ver con la obra de Cristo a nuestro favor. Pero Dios, habiéndonos justificado gratuitamente a través de la Cruz de Jesucristo, nos llama de regreso al mundo, cambiados, para amar y servir a nuestros vecinos. Los oponentes monásticos de Lutero argumentaban que somos salvos por nuestras buenas obras, lo cual entendían como rechazar el mundo, desarrollar ejercicios espirituales, y hacer votos de celibato, pobreza y obediencia, los cuales no tenían ninguna relación con sus vocaciones “seculares”. Pero Lutero negó que tal piedad privada y aislada que supuestamente era para servir a Dios tuviera algo que ver con las buenas obras. Él preguntaría: ¿A quién estás ayudando? Las buenas obras no se hacen para Dios. Más bien, se deben hacer para nuestro prójimo. Dios no necesita nuestras buenas obras, dijo Wingren resumiendo a Lutero, pero nuestro prójimo sí. Si te encuentras en un trabajo por el cual solamente logras algo bueno por Dios, o lo santo, o ti mismo, pero no para tu prójimo, entonces debes de saber que dicha obra no es una buena obra. Porque cada uno debe vivir, hablar, actuar, oír, sufrir y morir en amor y servicio por otro, incluso por nuestros enemigos, un marido por su esposa e hijos, una esposa por su marido, los hijos por sus padres, los siervos por sus amos, los amos por sus siervos, los gobernantes por sus súbditos y los súbditos por sus gobernantes, por lo que la mano, boca, ojo, pie, corazón y deseo de uno es para los otros; estas son obras cristianas, buenas en naturaleza. (5) Algunas veces hablamos sobre servir a Dios en nuestras vocaciones. Lutero se molestaría con esta formulación, si por ella imaginamos que estamos realizando grandes obras para impresionar al Señor pero descuidamos nuestras familias o maltratamos a nuestros colegas al hacerlo. Pero Jesús mismo nos dice que lo que hacemos –o no hacemos– por nuestro prójimo en necesidad, se lo hacemos –o no hacemos– a Él (Mateo 25:31-46). Así que cuando servimos a nuestro prójimo, servimos a Dios, aunque ni las ovejas ni los cabritos se dieron cuenta con quien estaban tratando realmente. Dios está escondido en la vocación. Cristo está oculto en nuestro prójimo. Los cuatro estadosAl vivir los cristianos sus vidas ordinarias, Dios les asigna ciertos prójimos para amar y los llama a múltiples esferas de servicio. Esto constituye las vocaciones del cristiano en el mundo. Las vocaciones son múltiples. Lutero habló de los llamados de Dios en términos de tres instituciones que Dios ha establecido, junto con una cuarta esfera de la actividad humana. La doctrina de la vocación y la doctrina de los cuatro estados son temas que corren a lo largo de los escritos de Lutero. Un tratado particularmente sucinto se puede encontrar en las Confesiones de Lutero de 1528. Después de criticar el monasticismo, por el cual algunos pensaban que podían merecer la salvación, Lutero contrasta estas órdenes concebidos por el hombre con las órdenes concebidas por Dios mismo: “Pero las verdaderamente santas órdenes y fundamentos piadosos establecidos por Dios” escribe Lutero, “son estos tres: el oficio sacerdotal, la familia y el gobierno civil”. (6) Todos aquellos que están involucrados en el oficio pastoral o el ministerio de la Palabra, están en una buena, honesta y santa estación, que es agradable a Dios, al predicar, administrar los Sacramentos, presidir sobre los fondos para los pobres y dirigir a otros siervos que asisten en tales labores. Todas estas son obras santas a la vista de Dios. A esto Lutero le daría el término de estado de la iglesia. De la misma manera, aquellos que son padres y madres, que gobiernan sus casas bien y que conciben hijos para el servicio de Dios también están en un estado verdaderamente santo, haciendo una obra santa, y miembros de un orden santo. De la misma forma cuando hijos o sirvientes son obedientes a sus padres o amos, esto también es verdadera santidad y aquellos que viven en tal estado son verdaderos santos sobre la tierra. Éste es para Lutero el estado del hogar. Esto incluye por encima de todo la familia, que en sí misma contiene múltiples llamados: matrimonio, paternidad, infancia. Este estado involucra también la labor por la cual los hogares se sostienen. Lutero tenía en mente lo que se expresa en la palabra griega oikonomia, refiriéndose a “la administración y la regulación de los recursos del hogar” (7), el término del cual derivamos nuestra palabra economía. Por lo tanto, el estado del hogar incluye tanto las vocaciones familiares y las vocaciones del centro de trabajo. Lutero combina la labor humana también con el tercer estado, el estado, el cual incluye, más generalmente, la sociedad y la cultura: De manera similar príncipes y gobernantes, jueces, oficiales y cancilleres, siervos y doncellas, y cualquier otro criado, así como todos aquellos que prestan el servicio que es su deber, todos están en un estado de santidad y están viviendo vidas santas delante de Dios, porque éstos tres estados u órdenes están todos incluidos en la Palabra de Dios y mandamiento. Cualquier cosa que esté incluida en el orden de Dios debe ser santo, porque la Palabra de Dios es santa y santifica todo lo que toca y todo lo que incluye. El catolicismo medieval exaltaba las órdenes religiosas y monásticas como el camino a la perfección espiritual. Al hacerlo, los votos clericales requeridos –tales como el del celibato y pobreza– en efecto denigraban los así llamados estilos de vida seculares del matrimonio, paternidad y actividad económica. Lutero, empero, audazmente revierte dicho paradigma. Padres, madres e hijos, siervos, doncellas, sirvientes y gobernantes –estos son los verdaderos ordenes santos. Los cristianos absortos con sus familias, luchando por llegar al final de la quincena, viviendo sus vidas mundanas “están todos en un estado de santidad”, según Lutero, “viviendo vidas santas delante de Dios”. Y entonces Lutero va más allá de los roles específicos que Dios nos ha dado para actuar en este mundo a un estado global: Por encima de estos tres estados y órdenes está el orden común del amor cristiano, por el cual ministramos no sólo a aquellos de estos tres órdenes pero en general a todo aquel que está en necesidad, como cuando damos de comer al hambriento y damos de beber al sediento, perdonamos a nuestros enemigos, oramos por todos los hombre sobre la tierra, sufrimos toda clase de mal en nuestra vida terrenal, etc. Aquí tenemos otra de las grandes frases de Lutero: “el orden común del amor Cristiano”. Este es el reino del Buen Samaritano. Personas de las tres órdenes se reúnen aquí, ministrando unos a otros y a “todo aquel que está en necesidad”. El sacerdocio de todos los creyentesLa doctrina de la vocación es una parte integral de la enseñanza de la Reforma sobre el sacerdocio de todos los creyentes. Esto no significa, al menos para Lutero, que el oficio pastoral ya no es necesario. Más bien, ser un pastor es una vocación distinta. Dios llama a ciertos individuos al ministerio pastoral, y Él obra a través de ellos para dar Su Palabra y Sacramentos a Su rebaño. El sacerdocio de todos los creyentes significa, entre otras cosas, que uno no necesita ser un pastor o hacer funciones pastorales para poder ser un sacerdote. John Pless muestra cómo la perspectiva Católica Romana Medieval, que consideraba los llamados a las órdenes religiosas como las únicas vocaciones santas de Dios, se replica en el evangelicalismo Americano: El Catolicismo Romano Medieval presuponía una dicotomía entre la vida en las órdenes religiosas y la vida en los llamados ordinarios. Se asumía que la vida monástica guiada por los consejos evangélicos (i.e., el Sermón del Monte) proveía de un sendero más certero a la salvación que la vida secular regulada por el decálogo. El Evangelicalismo Americano ha engendrado lo que se puede referir como un “neo-monasticismo”. Al igual que su contraparte medieval, el neo-monasticismo da la impresión que el trabajo religioso agrada más a Dios que otras tareas y deberes asociados con la vida en el mundo. Según esta mentalidad, el creyente que hace un llamado evangelístico, sirve en un comité congregacional, o lee un pasaje en el servicio de la iglesia está realizando un trabajo espiritualmente más significativo que la madre cristiana que atiende a sus hijos o el cristiano que trabaja con integridad en una fábrica. Para el creyente, todo trabajo es santo porque él es santo y justo a través de la fe en Cristo. Einar Billing señala el punto de que Lutero y los Luteranos desplazaron las disciplinas espirituales monásticas lejos del claustro y hacia dentro del mundo, para ser practicados en vocación (9). ¿Celibato? Se sexualmente fiel dentro del matrimonio. ¿Pobreza? Lucha por sostener a tu familia. ¿Obediencia? Haz lo que la ley y tu empleador te dicen que hagas. ¿Limosnas? Se generoso con tus prójimos. ¿Auto-disciplina? Fortalécete contra las tentaciones que encontrarás en la vida diaria. Los sacerdotes llevan a cabo sacrificios. El sacrificio de Cristo por nuestros pecados fue una vez y para siempre. No necesitamos ya repetir dicho sacrificio, lo que se enseña que sucede en la Misa. Pero los discípulos de Cristo son llamados a tomar su propia cruz y seguirle. Su real sacerdocio se sacrificará a sí mismo en sus llamados, al amar y servir a sus esposas, hijos, clientes, empleados y conciudadanos. “Lutero relocalizó el sacrificio”, dice Pless. “Lo removió del altar y lo reposicionó en el mundo”. (10) “El cristiano trae su sacrificio al rendir la obediencia, ofrecer el servicio y proveer el amor que su trabajo y llamado le requieren”, escribe Vilmos Vatja. “El trabajo del cristiano en su llamado se vuelve una función de su sacerdocio, su sacrificio corporal. Su trabajo en el llamado es una obra de fe, la adoración del reino del mundo”. (11) “También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5). “Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Estos sacrificios son, precisamente, “sacrificios eucarísticos”; es decir, “sacrificios de gratitud” en respuesta a lo que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo. (12) Puede parecer extraño pensar que tales actividades mundanas como el pasar tiempo con tu esposa e hijos, ir al trabajo, y tomar parte en tu comunidad son una parte de tu llamamiento “santo”, y que el monótono trajín diario puede ser un “sacrificio espiritual”. No es tan extraño, empero, como lo que actualmente destroza a muchos cristianos: una vida “espiritual” que tiene poco que ver con sus familias, su trabajo, y su vida cultural. Muchos cristianos tratan a otras personas horriblemente, incluyendo a sus esposas e hijos, mientras cultivan su propia piedad personal. Muchos cristianos bien intencionados se pierden en la obra y actividades de la iglesia, mientras descuidan sus matrimonios, sus hijos y sus otros llamados. Pero la vida ordinaria es donde Dios nos ha colocado. La familia, el centro de trabajo, la iglesia local, la cultura y la plaza pública son donde Él nos ha llamado. La vocación es donde la santificación ocurre. Es verdad, pecamos terriblemente en todas estas vocaciones. En lugar de amar y servir a nuestro prójimo, queremos ser amados y ser servidos, poniéndonos a nosotros en primer lugar. Pero cada domingo, podemos ir para ser nutridos por la Palabra de Dios, donde encontramos perdón por nuestros pecados vocacionales y somos edificados en nuestra fe. Esa fe, a la vez, puede dar fruto en nuestras vocaciones diarias. El alto número de divorcios entre los cristianos evangélicos, su escapismo espiritual, y su invisibilidad cultural son todos síntomas de la pérdida de la vocación. Por el contrario, el recobrar la vocación puede transfigurar toda la vida, envolviendo cada relación y cada tarea puesta delante de nosotros con la gloria de Dios. This article originally appeared in the Nov./Dec. 2007 edition of Modern Reformation. For more information about Modern Reformation, visit www.modernreformation.org. All rights reserved. 1 Einar Billing, Our Calling (Philadelphia: Fortress, 1964), p. 30.
2 Exposition of Psalm 147, quoted by Gustaf Wingren, Luther on Vocation (Evansville, Ind.: Ballast Press, 1994), p. 138. 3 John T. Pless, "Taking the Divine Service into the Week: Liturgy and Vocation." Concordia Theological Seminary. Online at http://www.ctsfw.edu/academics/faculty/ pless/DS_Into_Week.html. 4 "Freedom of the Christian," in Luther's Works, eds. Jaroslav Pelikan and Helmut T. Lehman (St. Louis: Concordia Publishing House and Philadelphia: Fortress Press, 1955-1986), 31:371. 5 Adventspostille, 1522, quoted by Wingren, p. 120. 6 Quotations from Luther's Confession of March 1528 are taken from The Augsburg Confession: A Collection of Sources, ed. M. Reu, in the public domain and posted online at http://showcase.netins.net/web/bilarson/pc.html. 7 "Political Economy," Catholic Encyclopedia. Online at http://www.newadvent.org/cathen/12213b.htm. 8 Pless, "Liturgy and Vocation." 9 Billing, Our Calling, pp. 30 ff. 10 Pless, "Liturgy and Vocation." 11 Vilmos Vatja, Luther on Worship (Philadelphia: Muhlenberg Press, 1958), p. 169. 12 The point is made in Pless, "Liturgy and Vocation." |
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