En el capítulo 3 del libro de Hechos se nos narra acerca de la curación de un cojo de nacimiento que fue realizada por el apóstol Pedro en el nombre de Jesucristo. Según el relato, dicha sanidad produjo un tremendo alboroto entre la gente que en esos momentos se encontraba alrededor del templo. Todos en aquel lugar podían reconocer en la persona que saltaba y adoraba a aquel cojo que por tantos años había mendigado junto a una de las puertas del sagrado edificio. Tal alboroto y acumulación de personas le permite al apóstol Pedro tener una nueva oportunidad para predicar el evangelio de Jesucristo. En medio de su predicación, Pedro lanza una acusación directa a sus oyentes: ellos habían cometido el terrible pecado de rechazar a Jesús, el glorioso Hijo de Dios, aún a pesar de haber visto las señales y prodigios que Él había realizado como prueba de su divinidad. Estas son las palabras del apóstol: Mas vosotros repudiasteis al Santo y Justo, y pedisteis que se os concediera un asesino, y disteis muerte al Autor de la vida, al que Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos (Hechos 3:14-15) En palabras de Pedro, ¡terrible había sido el mal cometido por el pueblo de Israel! Había rechazado, repudiado al Santo Hijo de Dios, y en su lugar pidieron a un pecador. ¿Cómo es que pudieron haber cometido tan grande pecado? Pero antes de ser demasiado severos con aquella generación, debemos escuchar éstas palabras como una acusación de nuestros propios delitos y pecados. Nosotros también hemos repudiado al Santo y Justo y hemos pedido para nosotros tantas otras cosas que tienen una dignidad infinitamente inferior. Ésta es la esencia de todo pecado: un rechazo a la persona gloriosa de Dios, para conformarnos con la podredumbre del pecado. En la epístola a los Romanos Pablo define la impiedad e injusticia de la humanidad esencialmente como un rechazo a la verdad de Dios, repudiar Su persona y negarse a darle la gloria y la honra que Él se merece, para luego hacerse dioses de cualquier otra cosa que satisficiera sus malos deseos: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles (Romanos 1:18-23) También en el Antiguo Testamento, en el libro del profeta Jeremías Dios describe el pecado de Su pueblo como alejarse de Su persona, cambiar a Dios, la fuente de agua viva y verdadera, para entregarse a las cisternas rotas del pecado: Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos?... Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. (Jeremías 2:5, 13) Como podemos ver de la Escritura, cada uno de nuestros pecados ha tenido exactamente la misma raíz de maldad en nuestro corazón: menospreciar la hermosa y gloriosa persona del Dios de amor y de verdad. En una ocasión, C. S. Lewis escribió: Somos criaturas indiferentes que jugamos con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos ofrece un gozo infinito, como un niño ignorante que quiere continuar haciendo pasteles de barro en un tugurio porque no es capaz de imaginarse lo que significa pasar unas vacaciones junto al mar. Nos contentamos con demasiado poco.
nuestro pecado no consiste solamente en el simple quebrantamiento de una Ley, sino en que al quebrantar dicha Ley estamos alzando nuestro puño al cielo y le damos la espalda en un acto de menosprecio al dador de la vida. A la luz de estas Escrituras, y exponiendo nuestro propio corazón ante ellas, nos daremos cuenta que hemos cometido exactamente el mismo pecado que aquellos que fueron acusados por Pedro. Si nosotros hubiéramos estado en aquella escena, nuestra posición no hubiera sido al lado del Apóstol señalando con el dedo, sino entre la multitud culpable.
sea Dios quien: "habiendo resucitado a su Siervo, le ha enviado para que os bendiga, a fin de apartar a cada uno de vosotros de vuestras iniquidades" (Hechos 3:26) Maravillosa verdad es ésta: que aquel a quien hemos rechazado, es la persona que nos salva y nos acerca a Dios, cambiando nuestro corazón para que ya no le rechacemos nunca más. Etiquetas: Gloria de Dios / Pecado
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9/11/2009 0 Comentarios De regreso tras larga ausenciaQue tal. Un saludo a todos aquellos que leen este blog. Como seguramente han notado, no he escrito nada por un largo tiempo (poco más de una semana, lo que es mucho tiempo para un blog).
Gracias a Dios, considero que ya estoy de vuelta para poder escribir, después de esta larga ausencia. Espero poder seguir contribuyendo con este blog en los siguientes días. Saludos y gracias por estar pendientes. Dios les bendiga. |
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