17/5/2015 0 Comentarios Justificación y santificación vienen de la mano... ambos por gracia (2da Parte)En la última entrada del blog compartí con ustedes un extracto del libro La Caña Quebrada del puritano Richard Sibbes. En esta ocasión quisiera hacer algunos comentarios sobre dicho extracto. Después de meditar sobre lo que Richard Sibbes dice en esa porción de su libro, me parece que él está hablando acerca del Señorío de Cristo en la vida del creyente y su lugar adecuado en la salvación. Definitivamente, Sibbes no usa la frase "Señorío de Cristo"; sin embargo usa otras palabras que conllevan el mismo significado: "gobierno", "juicios", y "sometimiento" son un ejemplo. De esta manera, Sibbes habla de "someternos" al "gobierno" de Cristo en nuestros corazones. Me parece también que el autor enseña claramente que no es posible tener a Cristo como Salvador sin tenerlo como Señor. O en otras palabras, no es posible ser justificados sin ser santificados también.
Biblia de que la verdadera salvación -la fe auténtica- definitivamente producirá fruto: una vida cambiada que se manifiesta en buenas obras y separación del pecado. En la actualidad, hay varios sectores dentro de la iglesia evangélica que niegan esta enseñanza bíblica. Autores renombrados han escrito libros tratando de refutarla, enseñando que una persona puede llegar a ser verdaderamente salva, aunque su vida nunca manifieste ningún progreso en la santidad. Como la salvación es por gracia, y no por obras, dicen estos autores; no es posible que la santidad sea convertida en una exigencia para la verdadera salvación. Al exponer su enseñanza, han creado diversas categorías (no bíblicas) de creyentes como la de los "cristianos carnales" y los "cristianos espirituales". Ambos han hecho de Jesús su salvador, explican. Pero los primeros, a diferencia de los segundos; no lo han hecho su Señor. Por ello -según explican- viven como no creyentes, aunque en realidad sí lo son. No es difícil entender la razón por la cual algunos piensan y creen de esta manera. En realidad parece incompatible decir que la salvación es por gracia, pero a la vez afirmar que la santificación es necesaria para la salvación. Pareciera que al hacer de la santidad algo necesario, estamos eliminando el principio de salvación y justificación "por fe solamente". Desde este punto de vista, entendemos el recelo generado hacia frases como "tienes que aceptar a Cristo, no solo como salvador, sino también como Señor". Ahora bien, personalmente creo que gran parte de esta clase de malentendidos surge de no haber comprendido correctamente la naturaleza tanto de la justificación como de la santificación. Muchos (me incluyo) continuamente actuamos como si pensáramos que la justificación es un acto sólo por gracia a través de la fe , pero que la santificación es algo que nosotros obramos enteramente con nuestras propias fuerzas. Sin embargo, la verdad bíblica es que la santificación es también algo que se produce en nosotros por gracia y a través de la fe.
De hecho, la Biblia no solo nos exige someternos al Señorío de Cristo. También nos exige el nuevo nacimiento (Juan 3:3), el arrepentimiento (Mateo 3:2; 4:17) y la fe (Hebreos 11:6). No podemos ser salvos sin haber nacido de nuevo, sin habernos arrepentido o sin creer en la obra de Jesús por nosotros y por supuesto, sin hacerlo nuestro Señor. Pero todas estas exigencias evangélicas tienen algo más en común: también son gracias evangélicas. Es decir, no podemos por nosotros mismos en nuestra condición caída, producir el nuevo nacimiento. Tampoco podemos arrepentirnos, ni podemos depositar nuestra fe en Jesús, o vivir bajo el Señorío de Cristo. Todo ello lo recibimos por gracia soberana de Dios. Hablemos del nuevo nacimiento. El nuevo nacimiento no es algo que podamos producir por nuestra propia voluntad (Juan 1:12, 13) por que estamos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1-3). Por eso Dios, de manera soberana; por el poder del Espíritu Santo y a través de la Palabra, nos hace nacer de nuevo (Juan 3:8; Efesios 2:1-10; 1 Pedro 1:3; Santiago 1:18). El nuevo nacimiento es una obra de gracia de Dios. Lo mismo se puede decir también del arrepentimiento y de la fe. De manera similar, el que una persona pueda hacer de Cristo su Señor, es en última instancia una obra de gracia producida por el Espíritu Santo. En cuanto a ello, podemos resaltar algunas de las frases de Richard Sibbes que compartí anteriormente: "Hacemos de Cristo nuestro Señor, al vivir bajo su gobierno. Podemos vivir bajo su gobierno, porque el Espíritu de Cristo ha puesto la ley de Cristo en nuestros corazones (Jer. 31:33)." Ante estas palabras, debemos concluir y afirmar lo maravillosa y preciosa que es la gracia que Dios nos concede, no solamente el perdonarnos, sino también el poder -por medio de Su Santo Espíritu- para vivir en santidad. En verdad es una terrible equivocación enseñar que la salvación que justifica, no santifica. La santificación es una porción más de lo que significa ser salvados por Dios. Entendemos la buena voluntad de algunos de los que enseñan lo contrario, pero eso no quita que estén en un error. Es necesario que proclamemos que el evangelio que nos trae el perdón y la reconciliación con Dios, también nos trae el ser cada día más como Él. No solo somos salvos de la culpa de nuestros pecados, sino también del poder del pecado (Mateo 1:21). Si, la justificación y santificación vienen de la mano... ambos por gracia.
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Y le traían aun a los niños muy pequeños para que los tocara, pero al ver esto los discípulos, los reprendían. Mas Jesús, llamándolos a su lado, dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Lucas 18:15-17 (LBLA)
reprende a sus discípulos por no permitir que otras personas le acerquen a sus hijos, con la parábola de la viuda insistente (1-8), la parábola del fariseo y el publicano (9-14) y con el episodio del dirigente rico (18-29)? Es como si este fragmento de la vida de Jesús estuviera completamente fuera de lugar. La explicación más sencilla que tenemos es que Lucas está más interesado en presentarnos una especie de orden “temático” de las enseñanzas de Jesús, que en proporcionarnos una descripción cronológica de los eventos de su vida. Así que, guiado por el Espíritu Santo, el médico decide insertar este episodio de la vida de Jesús en un contexto adecuado dentro de las enseñanzas de nuestro Señor. Esto significa que, para que podamos entender mejor este texto, tenemos primero que responder a la siguiente pregunta: ¿Cuál es el contexto inmediato en el que Lucas lo coloca?
Me parece que un examen cuidadoso de todo el pasaje, nos demostrará que lo que Lucas está tratando de hacer es hablarnos acerca de la humildad y dependencia que caracteriza al verdadero creyente en Cristo y dirigirnos a analizar seriamente en quién está confiando nuestro corazón para la salvación. Unos cuantos versículos arriba, leemos que Lucas escribe: “A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola” (v. 9). A continuación, Jesús narra la parábola del fariseo y del publicano. En dicha parábola, observamos a dos personajes. Por un lado, está el fariseo quien hace un despliegue de orgullo y confianza en sí mismo. El fariseo oraba consigo mismo diciengo algo como esto: “te doy gracias Dios porque no soy como otros hombres pecadores, sino que más bien soy una buena persona, y la prueba está en que ayuno dos veces a la semana y diezmo de todo lo que recibo”. En pocas palabras, este fariseo tenía puesta la seguridad de su justicia delante de Dios en sus propias obras y méritos. El fariseo confiaba en sí mismo. En contraste, Jesús nos presenta también al publicano quien, sabiéndose pecador, lo único que podía hacer era encomendarse a la misericordia y compasión de Dios. El publicano confiaba sólo en Dios, pues sabía que no podía confiar en sus propios méritos. Más adelante, en el pasaje posterior a nuestro texto, observamos una escena similar. Vemos a un hombre rico y prominente de la sociedad (probablemente el dirigente de la sinagoga local), exactamente con el mismo problema que el fariseo de la parábola: una excesiva y orgullosa confianza en sí mismo. El dirigente se acerca a Jesús para hacerle la siguiente pregunta: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 18) La realidad es que tan sólo el hecho de que este dirigente hiciera una pregunta como la que leemos es indicativo de un corazón orgulloso. El hombre asumía que en verdad él podía hacer algo para ganarse el derecho de recibir la vida eterna. Creía que podría llegar a merecer la vida eterna si hacía las cosas correctas. Así que le pregunta a Jesús qué es aquello que tiene que hacer para conseguirlo. El orgullo y la confianza en sí mismo de este hombre eran claramente evidentes por su pregunta. Con todo, tenemos una perspectiva más amplia del pensamiento de este hombre cuando observamos el diálogo que tiene con Jesús. El Señor le dijo: “Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” (v. 20). Ante estas indicaciones, el dirigente contesta: “Todo eso lo he cumplido desde que era joven” (v. 21). La respuesta del hombre nos da todavía una mayor claridad de la condición de su corazón delante de Dios. Aquel dirigente no sólo tenía un reducido concepto de la Ley moral de Dios (y por lo tanto, un reducido concepto de la justicia y de la santidad de Dios), sino que además tenía un demasiado agrandado concepto de sí mismo. Jesús, evidentemente nada impresionado por la "justicia" externa del hombre y conociendo precisamente en donde estaba puesto su corazón, lo confronta entonces diciendo: “vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres. Luego ven y sígueme” (v. 22). En seguida Lucas nos dice que “cuando el hombre oyó esto, se entristeció mucho, pues era muy rico” (v. 23). Con solamente este mandamiento, Jesús le demostró al dirigente que su verdadero dios no era el Dios de Israel, sino sus posesiones. Que la base de su confianza y su seguridad estaban definitivamente puestas en su enorme cantidad de dinero. Y por eso Jesús exclamó: “¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!” (v. 24). Jesús no dijo estas palabras porque Él pensara que fuera malo o pecaminoso tener mucho dinero o que las riquezas materiales condenaran al hombre. Más bien, Jesús dijo ésto porque Él conoce perfectamente la condición caída del ser humano, y cómo es que el corazón del hombre es propenso a poner su confianza en cualquier cosa que no sea Dios. Y lo cierto es que las personas con mucho dinero están puestas en una situación en la que constantemente son tentadas a poner su confianza no en Dios, sino en sus posesiones. Proverbios 10:15 dice que “la riqueza del rico es su baluarte”. Es por eso que el apóstol Pablo le dice a Timoteo: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción”. (1 Timoteo 5:9) La verdad es que muchos de nosotros debiéramos agradecer a Dios por no tener más posesiones de las que al presente tenemos. ¿Me escuchó bien? Muchos de nosotros debiéramos agradecer a Dios por no tener un mejor salario, mayores prestaciones y comodidades materiales de las que actualmente tenemos. Para muchos de los aquí presentes, el que Dios no nos otorgue mayores ingresos y capacidad económica es más bien una muestra de Su gracia y Su bondad. Él conoce nuestro corazón muchísimo mejor que nosotros mismos y sabe que si Él nos diera más de lo que actualmente recibimos, como dice Proverbios 30:8-9, simplemente nos saciaríamos, y le negaríamos diciendo: “¿Quién es el Señor?” Así que el asunto principal en el relato del dirigente rico es también el orgullo y la confianza en uno mismo así como la dependencia en las posesiones, en contraste con la confianza sólo en Dios y la dependencia sólo en Él. Es por eso que en medio de estos marcados ejemplos de una excesiva confianza en uno mismo, Lucas inserta estos versículos en los que Jesús ejemplifica, por medio de los niños pequeños, cómo debe ser la fe de aquellos que han de ser sus discípulos. Jesús dice: “el reino de Dios es de quienes son como ellos… El que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él” (v 16-17). Es precisamente bajo ese contexto que ahora entendemos con mayor claridad el significado de estos versículos. En ellos, Jesús está utilizando la imagen del niño como una ilustración de lo que significa la verdadera fe en Jesús. Porque el hecho es que, si hay una edad en la que las personas son completamente dependientes de otros, es precisamente durante la infancia. Los niños son completamente dependientes de sus padres para todas sus necesidades: para mantenerse limpios, para alimentarse, para estar seguros y protegidos. Los niños no pueden hacer nada para proveerse a sí mismos de todas estas cosas. Lo único que pueden hacer es depender de sus padres y esperar recibir de ellos todo aquello que necesitan. Es así como precisamente actúan los niños, ¿no es cierto? Todo el que ha sido padre lo sabe muy bien. Cuando nuestros hijos no pueden abrir una caja o envase, ¿a quién acuden? ¿Cuándo nuestros hijos no pueden alcanzar algo que está a una altura fuera de su alcance, a quién recurren? ¿Cuándo nuestros hijos no entienden algo o tienen alguna duda, a quién le preguntan? ¡A sus padres! O en su defecto, a algún adulto cercano en quien tienen confianza. Quizás nunca se lo ha cuestionado, pero valdría la pena que ahora mismo se haga usted esta pregunta: ¿Por qué actúan así los niños? ¿Por qué es que nuestros hijos acuden a nosotros de esa manera casi inmediata sin siquiera dudarlo? La respuesta es doble. Primero, porque no tienen a nadie más a quien acudir. Los niños no poseen recursos propios de qué valerse. Son los adultos, particularmente sus padres, él único recurso que los niños tienen para la solución de todos sus problemas y la satisfacción de todas sus necesidades. La segunda parte de la respuesta es: Nuestros hijos acuden a nosotros porque confían en nosotros. Porque están convencidos de que nosotros podemos ayudarles. Porque creen que vamos a actuar a su favor. De esa manera, podemos comprender con mayor claridad cómo es el corazón de la persona creyente en Cristo. Jesús utiliza a los niños para presentar la fe como una “dependencia absoluta, sencilla y confiada”, para ilustrar que los creyentes deben actuar hacia Dios como los niños hacia sus padres, sin ninguna clase de “logro o realización en los cuales estar confiados”. Jesús presentó a los niños como un modelo de aquellos que quieren heredar el Reino. Sus seguidores deben de tener una fe en Dios que se asemeje a la fe de un tierno infante en sus padres. Esto es precisamente ilustrado con el ejemplo del publicano, quien habiendo abandonado toda confianza en sí mismo, el único recurso que tenía era la misericordia y la gracia de Dios. Jesús nos describe al publicano haciendo un despliegue de verdadera humildad y confianza, clamando a Dios por misericordia. La pregunta que se nos impone en este pasaje es:, ¿tiene usted esta clase de confianza en Dios? ¿Es Cristo su único recurso a quien acudir para su salvación y para vivir la vida cristiana? ¿Es Cristo en quien confía de manera humilde y dependiente para su justificación? La verdad es que, si somos honestos, la mayoría de nosotros tendría que responder que en muchas ocasiones no es así. Decimos que confiamos en Cristo, pero a veces nos encontramos como el fariseo de la parábola, poniendo nuestra seguridad en nuestras buenas obras, cualesquiera que éstas sean. En otras ocasiones nos encontramos como el dirigente rico, poniendo la base de nuestra seguridad en nuestras posesiones y, en lugar de estar anhelando más de Dios, estamos anhelando más dinero y mayores bienes materiales. Pero gracias a Dios, el reconocimiento de estas fallas no son un impedimento para continuar poniendo nuestra fe en Jesús. Son más bien una nueva oportunidad de arrepentirnos, de poner nuestra mirada en Jesús y confiar sólo en Dios como un niño. La invitación de la Palabra en esta ocasión es nuevamente a que creamos en el Evangelio, a aprender, como discípulo de Jesús, lo que significa confiar en su maestro con la confianza de un niño. Venga, acérquese a Él, porque no tiene a nadie más a quien acudir. 11/12/2013 0 Comentarios Vivimos cada día por gracia |
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