11/11/2010 0 Comentarios Pablo, siervo de DiosPablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y al pleno conocimiento de la verdad que es según la piedad, con la esperanza de vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde los tiempos eternos, y manifestó a su debido tiempo su palabra por la predicación que me fue confiada conforme al mandamiento de Dios nuestro Salvador, a Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia y paz de Dios el Padre y de Cristo Jesús nuestro salvador (Tito 1:1-4, LBLA) Lo primero que debe llamar nuestra atención de este saludo, es la forma en la que Pablo se identifica y se presenta a sí mismo. Pabló se llama a sí mismo “siervo de Dios” y “apóstol de Jesucristo”. Es interesante notar la manera en que Pablo se concibe a sí mismo delante de Dios y de los hombres. Humanamente hablando, Pablo tenía mucho por lo cual presumir. Muy pocos estaban a su nivel en el aspecto académico e intelectual. Con respecto a sus compatriotas judíos, Pablo podía presumir de su grandioso linaje “de la tribu de Benjamín” (Fil. 3:5). Pablo era un judío puro. No había rastro de mestizaje en su sangre. En cuanto a la religión judía, él destacaba de entre los fariseos. Pocos estaban a la altura de su celo religioso que lo impulsó incluso a ser “perseguidor de la iglesia” (Fil. 3:6). Pocos estaban a la altura de su religiosidad externa y moralismo. En cuanto a la ley judía y desde el punto de vista externo (el que las personas pueden observar y admirar), él fue “hallado irreprensible” (Fil. 3:6). Seguramente Pablo era un celoso observador de todas las leyes y tradiciones inventadas por los fariseos, destacando por encima de los demás. En relación a la Iglesia, nadie podría presentar la interminable cantidad de credenciales y referencias con las que Pablo contaba. Seguramente que en ésta época, en la que las iglesias contratan a sus pastores haciendo uso de bolsas de trabajo y recibiendo currículos, Pablo sería el más cotizado y peleado de todos los pastores. Nadia predicaba tanto y de una manera tan poderosa como Pablo. Nadie había formado, levantado y establecido tantas iglesias como Pablo. Nadie tenía tantos convertidos como Pablo. Nadie fue invitado a predicar tantas veces como Pablo. Nadie había sufrido por Cristo como Pablo. Nadie escribió tantas epístolas como Pablo. Se puede decir que Pablo era el autor de los “best-sellers” cristianos de la época. Si Pablo viviera en nuestra era, sería el pastor más reconocido, más admirado, más respetado, y el más invitado a todo tipo de conferencias, congresos y retiros espirituales. Sería el predicador con más seguidores en las redes sociales. Todos querrían ser como Pablo. Sin embargo, la forma en la que Pablo se presenta y se identifica a sí mismo contrasta con nuestra acostumbrada forma de pensar. No dice: “Pablo, el fariseo irreprensible”, “Pablo, el gran intelectual”, “Pablo, el que ha estado en el mismo tercer cielo”, “Pablo, el famoso evangelista”, “Pablo, el pastor número uno en libros vendidos”. Para nada. Pablo no basaba su identidad en relación o en comparación con los demás hombres. Pablo basaba su identidad en relación con Dios. Y en relación con Dios, él no era más que un humilde “siervo” y “apóstol”. En ésta época en que se acostumbra el culto a las celebridades, aún dentro de la iglesia, creo que todos tenemos mucho que aprender de Pablo. Y tenemos todavía mucho más qué aprender del Señor del cual Pablo era solamente un siervo.
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11/11/2010 0 Comentarios Pablo, siervo de DiosLo primero que debiera llamar nuestra atención en este saludo introductorio, es la manera en la que Pablo se identifica y se presenta a sí mismo. Pabló se llama a sí mismo “siervo de Dios” y “apóstol de Jesucristo”. Es en verdad interesante la forma en la que Pablo se concibe a sí mismo delante de Dios y de los hombres. Humanamente hablando, Pablo tenía mucho de lo cual presumir. Muy pocos (quizás nadie) en la Iglesia estaban a su nivel en el aspecto académico e intelectual.
Con respecto a sus compatriotas judíos, Pablo podría presumir de su grandioso linaje “de la tribu de Benjamín” (Fil. 3:5). Pablo era un judío puro. No había rastro de mestizaje en su sangre. En cuanto a la religión judía, él destacaba entre los fariseos. Pocos estaban a la altura de su celo religioso que lo impulsó incluso a ser “perseguidor de la iglesia” (Fil. 3:6). Pocos podrían alardear de mostrar la misma religiosidad externa y moralismo de Pablo. En cuanto a la ley judía y desde el punto de vista externo (el que las personas pueden observar y admirar), Pablo fue “hallado irreprensible” (Fil. 3:6). Con toda seguridad Pablo fue un celoso observador de todas las leyes y tradiciones inventadas por los fariseos, destacando por encima de los demás. Por el lado de la iglesia, nadie podría presentar la interminable cantidad de credenciales y referencias con las que Pablo contaba. Seguramente que en ésta época, en la que las iglesias contratan a sus pastores haciendo uso de bolsas de trabajo y recibiendo currículos, Pablo sería el más cotizado y peleado de todos los pastores. Nadia predicaba tanto y de una manera tan poderosa como Pablo. Nadie había formado, levantado y establecido tantas iglesias como Pablo. Nadie tenía tantos convertidos como Pablo. Nadie fue invitado a predicar tantas veces como Pablo. Nadie había sufrido por Cristo como Pablo. Nadie escribió tantas epístolas como Pablo. Se puede decir que Pablo era el autor de los “best-sellers” cristianos de la época. Si Pablo viviera en nuestra era, sería el pastor más reconocido, más admirado, más respetado, y el más invitado a todo tipo de conferencias, congresos y retiros espirituales. Todos querrían ser como Pablo. Sin embargo, la forma en la que Pablo se presenta en este versículo contrasta con nuestra acostumbrada forma de pensar. Él no dice: “Pablo, el fariseo irreprensible”, “Pablo, el gran intelectual”, “Pablo, el que ha estado en el mismo tercer cielo”, “Pablo, el famoso evangelista”, “Pablo, el pastor número uno en libros vendidos”. Para nada. Pablo no basaba su identidad en relación o en comparación con los demás hombres. Pablo cimentaba su identidad en relación con Dios. Y en relación con Dios, él no era más que un humilde “siervo” y “apóstol”. Tenemos mucho que aprender de Pablo. Y tenemos todavía mucho más que aprender del Señor del cual Pablo era solamente un siervo. Jesús es el gran maestro de la "humildad de corazón". Diariamente necesitamos aprender de Él. Observa al Maestro tomando una toalla y lavando los pies de Sus discípulos. Seguidor de Cristo - ¿no te humillarás? Míralo como el Siervo de siervos - ¡y de seguro no podrás se orgulloso! ¿No es acaso esta frase el compendio de Su biografía: "Se humilló a sí mismo"? ¿No estuvo Él en la tierra, siempre despojándose de un manto de honor tras otro - hasta que, desnudo, fue sujetado a la cruz; y ahí no se vació a Sí mismo, derramando Su sangre,entregándose por todos nosotros, hasta que lo tendieron en un tumba prestada?
¡Qué bajo fue llevado nuestro querido Redentor! ¿Cómo podemos nosotros ser orgullosos? Permanece al pie de la cruz, y cuenta las gotas púrpuras con las que has sido limpiado. Mira Su corona de espinas; nota Sus hombros azotados, aun chorreando un río carmesí; mira Sus manos y pies entregados a los áspero clavos de hierro, y todo Su ser a la burla y el escarnio; mira la amargura, y las punzadas, mostrándose en Su marco exterior; escucha el horroroso alarido: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" ¡Si no caes postrado en tierra delante de esa cruz, nunca la has visto! Si no eres humillado en la presencia de Jesús - no lo conoces. Estabas tan perdido que nada podía salvarte - sólo el sacrificio del único Hijo engendrado de Dios. Piensa en ello, y así como Jesús se inclinó por tí - póstrate en humildad a Sus pies. ¡El orgullo no puede vivir a los pies de la cruz! C. H. Spurgeon. Tomado del sitio Grace Gems. Dios nos conceda entender que el evangelio y contemplar a Cristo en la cruz necesariamente debe producir un decaimiento de nuestro orgullo y un crecer en humildad. Dios nos conceda este fruto por Su Espíritu Santo. |
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