Viene de la entrada anterior (haga clic aquí para leer) ConclusionesQuisiera terminar esta serie de entrada con unas palabras de ánimo y exhortación. Estoy perfectamente consciente que lo que se acaba de exponer es una de las verdades de la Palabra más contra-culturales que pueda haber. Es tan contraria a lo que permea en nuestra cultura y sociedad que lo más probable es que algunos de los que han estado leyendo -tanto varones como mujeres- se han sentido sumamente incómodos, confundidos, quizás hasta enojados con lo que se ha dicho. Esto se pudiera deber a que, gracias a nuestra cultura; la autoridad y la igualdad son dos categorías completamente separadas en nuestra mente. No podemos entender cómo es que la igualdad de dignidad y valor es compatible con la diferencia de roles, particularmente cuando esa diferencia implica que una persona debe fungir como cabeza o autoridad sobre la otra. Por ello, me gustaría que usted pudiera meditar en lo siguiente. Históricamente, todas las confesiones cristianas ortodoxas afirman que hay un sólo Dios vivo y verdadero. Además, como dice la Confesión de Fe de Westminster: “en la unidad de la Divinidad hay tres personas”, a quienes la Escritura llama el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. También, los cristianos entendemos que, así como se menciona en el Catecismo Menor: “estas tres personas son un solo Dios, las mismas en sustancia, iguales en poder y gloria.” Las tres personas de la Trinidad son completamente iguales en gloria e igualmente dignos de alabanza y adoración. Por decirlo de alguna manera, ninguna de las personas de la Trinidad es menos Dios que la otra. Sin embargo, aunque en la Escritura vemos que entre los miembros de la Trinidad hay completa igualdad en importancia, personalidad y deidad por toda la eternidad, también observamos que hay diferencias de roles o papeles entre los miembros de la Divinidad, que nunca podrán invertirse. Por ejemplo, Dios el Padre siempre ha sido el Padre y siempre se ha relacionado con la persona del Hijo como un Padre se relaciona con su Hijo. Esto significa que aunque los tres miembros de la Trinidad son iguales en poder y en todos los demás atributos, el Padre tiene mayor autoridad. La Biblia lo describe ejerciendo una función de liderazgo entre los miembros de la Trinidad que el Hijo y el Espíritu Santo no tienen. En el plan eterno de redención, es el Padre quien envía al Hijo al mundo, quien vino a la tierra y estando entre nosotros se mostró siempre obediente y sometido a la voluntad del Padre, al punto de llegar a morir en la cruz como pago por los pecados del mundo. Particularmente, el Evangelio de Juan nos muestra a la persona del Hijo completamente sujeta a la autoridad y voluntad de Su padre: Por eso Jesús, respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera. Juan 5:19 Quizás, la mayor muestra de sumisión a la autoridad del Padre que Cristo nos dio fue en el jardín de Getsemaní donde le escuchamos clamar: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. (Lucas 22:42) La relación entre las personas de la Trinidad es el más claro ejemplo que igualdad de persona y dignidad no es incompatible con la diferencia de papeles. Y es precisamente la persona de Jesucristo quien nos muestra que considerarse igual o saberse igual con otra persona no es incompatible con el voluntariamente someterse a su autoridad: El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 3:6-8) ¿A quién se hizo Cristo obediente? No a los hombres, por supuesto; sino a la persona del Padre. Así como Dios Padre tiene autoridad sobre el Hijo, aunque los dos son iguales en deidad, en el matrimonio el esposo tiene autoridad sobre la esposa, aunque son iguales en personalidad. Son iguales en importancia, pero tienen papeles o funciones diferentes. Así que les exhorto a que traten de pensar en todo esto bíblicamente. Analicen la enseñanza de la Escritura y sobre todo, pongan sus ojos en Cristo quien es nuestro modelo en todo, tanto en autoridad y liderazgo como en sujeción. Finalmente, quiero animarles a que tengan paciencia. En esta serie de entradas apenas hemos cubierto los fundamentos bíblicos del liderazgo masculino. Pero todavía no hemos dicho nada de todo lo que se pudiera decir acerca del significado y las implicaciones de este liderazgo en nuestra vida. Les puedo asegurar que conforme lo vayamos estudiando en la Escritura, las mujeres se darán cuenta que en verdad anhelan esa autoridad y liderazgo por parte de sus esposos, y empezarán a orar por su marido. Por otro lado, los varones descubriremos que ese liderazgo implica para nosotros una enorme responsabilidad, a la cual indudablemente hemos fallado, y también seremos dirigidos a arrodillarnos y a orar pidiendo perdón y la gracia de Dios para ejercer nuestra responsabilidad adecuadamente.
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