10/2/2014 0 Comentarios Dejad que los niños vengan a míY le traían aun a los niños muy pequeños para que los tocara, pero al ver esto los discípulos, los reprendían. Mas Jesús, llamándolos a su lado, dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Lucas 18:15-17 (LBLA) IntroducciónEn una entrada anterior tuvimos la oportunidad de analizar brevemente la enseñanza principal contenida en estos versículos a la luz del contexto inmediato establecido por Lucas en los versículos que preceden y le siguen al pasaje. Específicamente, nos enfocamos en el significado y las implicaciones de las palabras de Jesús: “De los que son como éstos es el reino de Dios” (v.16) y “el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (v.17). En esta ocasión, quisiera que pudiéramos estudiar el significado y las implicaciones de las primeras palabras de Jesús registradas en el texto: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis” (v. 16). En ellas, creo que podemos descubrir un tesoro de enormes implicaciones para la vida de la Iglesia local, tanto a manera colectiva en todas sus actividades como en cada hogar y familia que forma parte de la congregación. Al inicio de este pasaje (v. 15) observamos la situación específica en la que nuestro Señor menciona estas palabras. Sabemos que Jesús en ese momento se encontraba enseñando públicamente. Si nos referimos a los evangelios sinópticos (Mateo y Marcos), nos daremos cuenta que en ese momento en particular la enseñanza de Cristo estaba centrada en el matrimonio y la familia –particularmente sobre el tema del divorcio-. Es bajo ese contexto en el que entonces algunos padres deciden traer a sus hijos a Jesús “para que los tocara” (v. 15), es decir, para que “pusiera las manos sobre ellos y orara” por ellos (Mateo 19:13). El hecho de que el evangelio mencione que los niños eran “traídos” sugiere que incluso algunos de estos infantes eran demasiado pequeños para ir por ellos mismos, es decir; eran bebés en brazos. En efecto, la palabra griega que la BLA traduce como “niños muy pequeños” es brephos, que puede ser traducida como “lactantes”. Más adelante, Jesús mismo utiliza la palabra paidia, que significa “niños”, que por cierto es la misma palabra que Mateo y Marcos utilizan para referirse a los pequeños que eran traídos por sus padres (Mateo 19:13 y Marcos 10:13). Así que este grupo de infantes probablemente estaba comprendido por niños de diversas edades, desde recién nacidos hasta otros más grandecitos. Sea cual fuere el caso, el hecho es que los padres de estos niños tenían el anhelo de que sus hijos recibieran la bendición de Jesús. Sin embargo “los discípulos”, actuando más como agentes del Estado Mayor Presidencial que como seguidores de Cristo, interceptan a los padres y les impiden que “molesten” al Maestro con sus niños. No sólo los discípulos impedían el avance de los padres hacia Jesús, sino que además “los reprendían” verbalmente. Ante esta forma de actuar, el evangelio de Marcos nos informa de la reacción de Jesús: “Pero cuando Jesús vio esto, se indignó” (Marcos 10:14). Así que, invitando a estos padres a acercarse a Él (“llamándolos a su lado”), Cristo les dice a sus discípulos seguramente con un tono de regaño: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis”. En seguida vemos al Salvador tomando a los niños “en sus brazos” (Marcos 10:15), orando por ellos y bendiciéndolos mientras imponía “las manos sobre ellos” (Mateo 19:15). A través de este suceso el Señor nos imparte lecciones sumamente valiosas que son fundamentales para nuestro entendimiento de cómo Dios ve a los niños en relación con Su Reino. El valor de los niños para el salvador
En la cultura judía de los días de Jesús -basada en reglas establecidas por hombres- se había hecho completamente a un lado a las mujeres. Por ejemplo, las reglas “judaicas” que se seguían entonces mantenían que era preferible no hablar con las mujeres en público para el bien del alma. Muchos consideraban que era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. Las mujeres tampoco tenían acceso a ningún tipo de enseñanza religiosa y no les era permitido entrar a las sinagogas en el mismo cuarto que a los varones. El caso de los niños en dicha cultura no era muy diferente. Solamente los niños varones podían entrar en la sinagoga, pero no podían participar de la adoración sino hasta alcanzar los doce años de edad. En ese momento, el varón se convertía en un «hijo de la ley», lo que le otorgaba el derecho de leer la Ley, así como el derecho de poder hacer y responder preguntas. En la cultura greco-romana de esa época, la situación de los niños era muchísimo peor. La niñez era considerada como una etapa débil e insignificante en la vida del hombre. La gente tenía poca estima hacia los niños y su personalidad era apenas notada. Por ejemplo, cuando un padre tenía varios hijos, era costumbre colocarle nombre al primer y segundo hijo, si estos eran varones. A partir del tercer hijo varón, juntamente con las hijas, se los enumeraba. El arrojar o abandonar a los niños y en especial a las niñas, a los inválidos y enfermos, era una costumbre muy común en el contexto Greco-romano. Pero Jesús constantemente dignificó a la mujer y a los niños con Su enseñanza. Jesús aceptó la hospitalidad de mujeres y les enseñó la Palabra. Mientras que un rabino judío podría no mirar a una mujer, Jesús no vaciló en hablarles a Marta y María en público. Otro ejemplo de la actitud de Jesús hacia la mujer fue su interacción con la mujer samaritana. En la conversación más larga que registran los evangelios, Jesús le revela a la mujer samaritana algunas de las doctrinas más profundas del Reino (Juan 4:4-42). En el caso de los niños y en contraste con la cultura judía y greco-romano, los Evangelios nos muestran a Jesús abrazándolos, interactuando con ellos mientras enseñaba (Mateo 18:2), orando por ellos y bendiciéndolos. El resto de las Escrituras nos muestra que los primeros seguidores de Jesús también fueron en contra de la cultura de su época en estos aspectos. El hecho de que las epístolas del Nuevo Testamento –las cuales eran leídas en presencia de toda la congregación– tienen secciones dirigidas especialmente a las mujeres y los hijos, implica que los apóstoles esperaban que tanto las mujeres como los niños estuvieran presentes en la comunión de los santos. El libro de los Hechos nos presenta una comunión cristiana en la que familias enteras se reunían en diferentes casas, recibiendo el mensaje del Evangelio, creyendo la Palabra y convirtiéndose al Salvador. Así que las palabras de Cristo demuestran el tremendo valor que los niños tienen para nuestro Señor. En palabras del obispo J. C. Ryle: Las almas de los niños pequeños son evidentemente preciosas a la vista de Dios. Tanto aquí como en otras partes hay pruebas evidentes de que Cristo tiene no menos cuidado de ellos que de las personas adultas. Por lo tanto, los niños deben ser tomados en cuenta en la vida de la Iglesia y tratados con dignidad, como personas hechas también a la imagen de Dios. Ahora, en las siguientes entradas, me gustaría analizar un poco más a detalle las implicaciones de las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis”. Para ello, quisiera mencionar primero: las razones por las cuales debemos dejar que los niños vengan a Jesús. Luego, quisiera comentar sobre algunas formas en las que muchas veces impedimos que los niños vengan a Jesús. Por último, quisiera hablar de quiénes son, según la Biblia, los responsables de traer a los niños a Jesús. Continua en la siguiente entrada (haga clic AQUÍ)
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