Hace aproximadamente ocho años tuve la oportunidad de cambiar mi centro de trabajo (de la institución educativa en la que laboraba a otra). Recuerdo que en ese entonces, era para mí algo común expresar con personas cercanas (mi esposa, padres y amigos) cierto grado de insatisfacción, enojo o quejas hacia la institución que dejé. Por demás está decir que al principio, mi nuevo centro de trabajo me parecía más que excelente. Me dotaron de una oficina y de equipo de trabajo. Por supuesto, el salario también era mejor, así como las prestaciones. En fin, al principio, todo parecía ser miel sobre hojuelas. Sin embargo, a medida que los años han pasado, he podido ver las diversas deficiencias o defectos de mi actual centro laboral. Después de todo, no es el lugar de trabajo perfecto. Tampoco mis compañeros lo son. Aunque actualmente puedo decir que estoy verdaderamente feliz, satisfecho y agradecido con Dios por mi actual empleo, en algunas ocasiones todavía me encuentro expresando insatisfacción o queja hacia mi centro de trabajo. Así como yo, en muchas ocasiones también he escuchado palabras similares en otras personas. Después de mirar mi propio corazón y observar el comportamiento de otras personas, estoy convencido que uno de los pecados más tolerados entre los creyentes es el de quejarnos de nuestras circunstancias presentes. Lo toleramos porque después de todo.... no le hace daño a nadie cuando expresamos nuestra inconformidad con algo o alguien, ¿no es así?
Al principio de este capítulo, la Biblia nos narra las circunstancias particulares por las cuales atravesaba el pueblo de Israel: Partieron de Elim, y toda la congregación de los hijos de Israel llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, el día quince del segundo mes después de su salida de la tierra de Egipto. Y toda la congregación murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto. Y los hijos de Israel les decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud (Éxodo 16:1-3, BLA). Analicemos con un poco de cuidado este pasaje de la Escritura. Para empezar, la Biblia nos proporciona una palabra bíblica que describe la actitud de una persona cuando se queja de las circunstancias: MURMURAR. El diccionario de la lengua española define el verbo murmurar como la acción de "hablar entre dientes, manifestando queja o disgusto por algo". Al observar el pasaje, notamos que eso es precisamente lo que estaban haciendo los israelitas: se quejaban de su presente situación. Sabemos que mientras los Israelitas estaban en Egipto, ellos clamaban a Dios por liberación. Sus circunstancias eran extremas. Y Dios respondió a su clamor de manera soberana y poderosa sacando a Su pueblo de la esclavitud en Egipto, para dirigirlos hacia la tierra prometida. Sin embargo, durante el camino hacia la tierra de Canaan (y al igual que yo con mi nuevo centro de trabajo) los israelitas se dieron cuenta que no todo era miel sobre hojuelas. En el desierto donde se encontraban ahora, no tenían ninguna fuente aparentemente segura de alimento, a diferencia de cuando estaban en Egipto. Empezaron a experimentar cansancio, sed, hambre, posiblemente las continuas quejas de hijos, esposas, esposos, etc. Acampar en el desierto no es precisamente como estar en un hotel categoría cinco estrellas a la orilla de la Riviera Francesa. Es entonces cuando los israelitas comienzan a murmurar. Ahora bien, es importante que notemos que en este pasaje, la Escritura NO dice que los israelitas se quejaban específicamente de Dios, mucho menos que le echaran a Él la culpa de su nueva y difícil situación. No, más bien ellos se quejaban de sus líderes humanos -Moisés y Aarón-, quienes aparentemente habían tomado la errada decisión de llevar al pueblo a través del desierto. Al igual que los israelitas, estoy seguro que ninguno de nosotros se atrevería a quejarse de Dios o a culparlo de nuestros problemas, ¿verdad? Al menos, eso pensamos... Solamente nos quejamos de nuestros vecinos, de nuestro empleo, de nuestros hijos o esposas, de nuestra iglesia, de nuestra salud....
Entonces, quejarnos o murmurar de estas circunstancias es quejarse y murmurar contra Dios. Eso es precisamente lo que Moisés le hace ver al pueblo de Israel: Entonces Moisés y Aarón dijeron a todos los hijos de Israel: A la tarde sabréis que el SEÑOR os ha sacado de la tierra de Egipto; Los israelitas murmuraban contra Moisés y Aarón. Pero al hacerlo, en realidad estaban murmurando contra el Señor, quien había puesto a estos hombres como sus líderes, quien además les había instruido a que llevaran al pueblo por el desierto y en última instancia, quien era el responsable de la salida poderosa de los israelitas de Egipto.
En respuesta a este pasaje de la Escritura creo que algo que debemos procurar hacer es prestar atención a lo que expresamos con nuestra boca. Pues nuestras palabras no son otra cosa más que una manifestación de lo que ocurre en nuestro corazón (Mateo 12:34). Algo que me llama mucho la atención de este texto es que dice (al menos tres veces) que el Señor escucha nuestra murmuración. Sin embargo, aún si nuestra queja está sólo en nuestros pensamientos, Dios la conoce y escucha nuestros pensamientos (Salmo 139:4). De nuestro Dios no hay algo que podamos esconder. En conclusión, meditando en estas verdades, puedo entender un poco más acerca de:
¡Alabado sea el Señor por el verdadero alimento que nos ha otorgado! Es en el poder de Su gracia que podremos crecer en santidad para no quejarnos de nuestras circunstancias, sino dar gracias por todo, como la Escritura misma nos instruye.
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¿Experimento radical o vida cristiana normal?Una de las fortalezas de este libro radica en que su autor demuestra la convicción de que el verdadero cambio -el que permanece para toda la vida- tan sólo es producido por Dios. Sabe que ningún libro –por muy bueno que sea– tiene el poder de cambiar por sí solo el corazón de sus lectores. Radical no es un libro que te promete que si lo lees a lo largo de 20, 30 o 40 días, tu vida cambiará por completo. Platt también demuestra que está consciente del énfasis de la biblia sobre la santificación como un proceso. Él sabe que no existe ningún tipo de conocimiento secreto, o una serie de 10 pasos fáciles, ni una experiencia espiritual que te traslade inmediatamente a la madurez cristiana. Platt nos recuerda que el crecimiento cristiano se produce a través de la disciplina constante en lo que el catecismo menor de Westminster llama los medios externos y ordinarios de gracia: la oración constante, la lectura de la Biblia, el ofrendar libre, gozosa y sacrificialmente, compartir el evangelio y la comunión regular con la iglesia. El experimento radical al que Platt nos invita no es otra cosa que la vida cristiana normal. Platt nos hace el llamado a que vivamos en verdad como cristianos: a que nos entreguemos de manera consciente, comprometida y disciplinada a conocer a Dios y a servirle en diferentes contextos. Orar por todo el mundo y leer la Biblia en un añoRadical nos desafía a que tengamos una vida regular de oración, a que oremos todos los días. Sin embargo, se nos recuerda que la oración es más que simplemente pedir por nosotros, nuestras necesidades y nuestros deseos. El catecismo menor define la oración como “un acto por el cual manifestamos a Dios, en nombre de Cristo, nuestros deseos de obtener aquello que sea conforme a su voluntad”. Nuestros motivos de oración deben incluir solamente lo que es acorde a la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios sino que Su nombre sea conocido y adorado en todas las naciones? Por ello, Platt nos señala a que oremos todos los días por las naciones no alcanzadas por el Evangelio, no sólo de manera personal, sino también como parte de nuestra devoción familiar. A lo largo del experimento, descubriremos que la oración no sólo avanza los propósitos de Dios en las naciones, sino que también produce un cambio en nosotros: mientras más oramos por los pueblos no alcanzados, mayor será nuestro amor por ellos y nuestra pasión por la evangelización. El segundo componente del experimento radical es leer toda la Palabra en un año. ¿Cuántos creyentes no han leído al menos una vez a través de toda la Escritura? Muchos de nosotros descuidamos intencionalmente algunas porciones de la Escritura. Pero Platt nos recuerda que toda la Escritura es inspirada por Dios y a través de ella somos transformados a la imagen del Señor Jesucristo. Sacrifica tu tiempo y dinero por la causa de CristoEl mejor remedio contra la avaricia es el dar de manera liberal y constante. Por ello, el experimento radical incluye el ofrendar sacrificialmente. Es decir, ofrendar no lo que nos sobra, sino invertir nuestros recursos de manera que involucre tener que prescindir de algo o abstenernos de adquirir algo para nosotros. Así mismo, se nos invita a dar al menos una semana de nuestro tiempo al año para intencionalmente compartir el evangelio en algún contexto diferente al nuestro. El papel de la IglesiaEl último componente del experimento radical consiste en un compromiso de congregarse regularmente en alguna iglesia local. Pero no sólo se trata de congregarse, sino de involucrarse en las vidas de nuestros hermanos en Cristo y servir de manera regular. ConclusiónRadical es un libro relativamente corto (alrededor de 200 páginas) y de fácil lectura, que puede concluirse en una semana o menos. No utiliza muchos términos complicados ni lenguaje teológico que pudiera obscurecer el mensaje. Sin embargo, eso no quiere decir que Radical no sea rico en verdad bíblica (cada capítulo expone un pasaje de la Escritura). Tampoco es un libro que resulta fácil de asimilar. Constantemente expone cómo nuestro corazón se ha amoldado a la cultura del sueño americano. Personalmente, el libro me recordó una vez más lo fácil que me resulta atesorar en mi corazón la comodidad, la seguridad financiera y médica y el aumentar mis posesiones. El libro constantemente desafía a que contrastemos nuestra forma actual de vivir con el mensaje de Jesucristo. Sin embargo, al terminar de leerlo no te sientes en el suelo derrotado por el pecado, sino con la esperanza de que puedes cambiar, crecer para la gloria de Dios. Pues al final, la vida radical del creyente en Jesucristo es una vida de dependencia en Dios. Nuestra esperanza está en Él.
Más bien, mi deseo era invitar al lector a meditar sobre sus presuposiciones acerca del tema de la educación de los hijos y a analizar las razones por las cuales ha decidido educar a sus hijos de la manera en que lo está haciendo, ya sea en una escuela pública, cristiana o en casa. Me parece que muchos padres cristianos no han pensado seria y bíblicamente acerca de lo que Dios espera de ellos como los principales responsables de la formación y educación de sus hijos, no sólo en la adquisición de conocimientos de historia, física, lenguas y matemáticas, sino también de una cosmovisión bíblica y cristiana, y de cómo esta responsabilidad se traduce -entre tantas cosas- en una sabia elección de la manera en que sus hijos serán educados. Muchos padres cristianos llevan a sus hijos a la escuela pública porque sencillamente no conocen otra forma de educarlos o porque es “lo normal”. Asumen que el sistema escolarizado público es espiritualmente “neutral” porque, según nos dicen; la educación pública es "laica". Otros llevan a sus hijos a una escuela cristiana porque creen que ahí sí tendrán una verdadera educación bíblica, aun cuando la institución educativa de su elección esté asociada con alguna denominación que no comparta las mismas convicciones bíblicas y doctrinales que ellos. Mientras tanto, escuchamos un sin número de “razones” o argumentos para hacerlo que no tienen ningún fundamento bíblico. En esta ocasión, comparto la traducción de un artículo muy interesante del pastor, autor y “bloggero” Tim Challies, cuyos hijos llevan 10 años ya de recibir educación en escuelas públicas. De la misma manera que mi entrada anterior, comparto este artículo no con el propósito de defender tal método de educación, sino para que el lector pueda tener un ejemplo de un creyente que tomó la decisión de educar a sus hijos en dicho sistema, después de tomarse un buen tiempo de meditarlo, analizarlo y haberse formado convicciones bíblicas sólidas para su decisión. El artículo no contiene una defensa bíblica de la escuela pública. Más bien Challies comparte consejos y su experiencia con el afán de motivar a los lectores a informarse, a desarrollar convicciones bíblicas para tomar una decisión adecuada y a estar preparados para afrontar las dificultades que puedan llegar a experimentar en el futuro. Espero que lo disfruten como yo lo hice. El fin de semana pasado fui invitado a un debate en Moody Radio donde discutimos si los padres cristianos debieran o no enviar a sus hijos a las escuelas públicas. No me opongo a la educación en el hogar (escuela en casa) o a las escuelas cristianas –ni siquiera un poco– pero sostengo que la escuela pública puede también ser una opción legítima para las familias cristianas, y esta es la perspectiva que me pidieron representar. Es una posición bastante controversial en algunas partes del mundo cristiano actual. Mientras me preparaba para la presentación regresé a través de mis archivos para encontrar lo que en el pasado había escrito respecto al tema. Encontré que escribí por primera vez respecto a ello hace ocho años cuando mi hijo estaba en primer grado. Bueno, él ahora está a unos cuantos días de su graduación de octavo grado y éste parece ser un momento oportuno para revisar el tema y preguntar: ¿Qué hemos aprendido en diez años de escuela pública (que incluyen dos años de prescolar)? Hablé con Aileen y juntos anotamos un poco de lo que hemos aprendido al tener tres hijos en la escuela pública. A continuación hay diez lecciones obtenidas de diez años de llevar a nuestros hijos a la escuela pública. 1. DESARROLLE Y PROFUNDICE SUS CONVICCIONESContinuamente me encuentro con que a los padres que ponen a sus hijos en la escuela pública se les representa como personas sin convicciones, mientras que a los padres que educan en casa o que inscriben a sus hijos en escuelas cristianas son los únicos con convicciones firmes. Es cierto que en ocasiones ése es el caso y si usted es una persona sin convicciones es poco probable que usted realice escuela en casa. Pero antes de que Aileen y yo pusiéramos a nuestros hijos en la escuela desarrollamos y profundizamos nuestras convicciones sobre la escuela pública y estas convicciones nos permitieron enrolar a nuestros hijos con confianza y mantenerlos ahí con confianza. A la vez regularmente hemos revisado el tema para asegurarnos que no nos hemos vuelto complacientes sino que más bien aún seguimos nuestra convicción. Animo a cualquier padre que esté considerando cualquiera de las opciones educativas a que desarrolle y profundice convicciones basadas en la Biblia, y que luego responda con caridad a aquellos cuyas convicciones difieran de la suya. 2. ES POSIBLEHay mucho temor involucrado a la paternidad. Hay una medida extra de temor por la escuela pública, especialmente cuando tantos cristianos advierten de todo lo que te arriesgas a perder si permites que tus hijos asistan a ella. Los caballeros que representaron A la educación en el hogar el fin de semana pasado en la radio dijeron que tenían estadísticas que demostraban que algo así como el 83% de todos los niños cristianos que fueron a la escuela pública terminaron abandonando la cosmovisión cristiana. Esa es una estadística atemorizante, aunque estoy lejos de convencerme de que sea precisa, al menos cuando se trata de familias que son más que cristianas nominalmente. Por la gracia de Dios, los últimos ocho años no han arruinado o dañado a nuestros hijos, al menos por lo que podemos decir. Concedo que aún son bastante jóvenes y tienen mucho por crecer, pero cuando evaluamos, no creemos haber tomado una mala decisión todos estos años. Hicimos esa decisión a la luz de convicciones bíblicas, y creemos que nuestra experiencia ha validado esas convicciones. 3. LA FAMILIA VA A LA ESCUELA PÚBLICALa tercera lección es esta: No envías a tus hijos a la escuela pública –envías a tu familia. Lo que quiero decir es que la escuela pública requiere la participación de los padres lo cual, en nuestra experiencia, es algo que la escuela valora tanto como nosotros. Hemos tratado de mantenernos involucrados con la escuela y con sus maestros. Esto significa que mi esposa se ofrece como voluntaria e invierte al menos una mañana a la semana en la escuela y que ambos nos hemos ofrecido de manera voluntaria para ir en viajes escolares. No sólo eso, sino que también hemos intentado conocer a los maestros de nuestros hijos e interactuar con ellos a lo largo del año. Ellos aprecian nuestro involucramiento y nosotros valoramos su apoyo. 4. NO ENVÍE A SUS HIJOS COMO EVANGELISTASUna de las razones más comunes por la que las personas envían a sus hijos a la escuela pública es para permitirles ser sal y luz entre sus compañeros de clase. Sin embargo, esta es una carga pesada para colocarla sobre nuestros pequeños hijos, y especialmente nuestros pequeños hijos que aún no son creyentes. Los niños no nacen siendo creyentes y, por lo tanto, no se puede esperar que sean evangelistas hasta que se conviertan. Nunca colocamos tal responsabilidad sobre sus hombros. (Habiendo dicho todo esto, nos hemos encontrado con que a medida que nuestros hijos muestran interés en el evangelio y se hacen creyentes, de manera natural también se hacen evangelistas. Al crecer nuestros hijos, han tenido muchas conversaciones excelentes con sus compañeros de clase y nuestros hijos han saqueado la casa de Biblias para regalar allá en la escuela). 5. ÁBRASE A LAS ALTERNATIVASAileen y yo hicimos caso de este viejo mantra: “Un niño a la vez, una escuela a la vez, un año a la vez”. No apoyamos la escuela pública por una ideología ciega y nos sentimos bastante dispuestos a explorar alternativas cuando parezca un sabio camino a seguir. La entrada de mi hijo a la escuela secundaria nos ha dado una buena razón para una vez más explorar todas las alternativas y nos hayamos considerando seriamente una escuela secundaria cristiana. Utilizamos mejor la escuela pública cuando estamos dispuestos a no utilizar la escuela pública. 6. SE NECESITA UNA IGLESIASe necesita de una congregación para crecer a un hijo. Esto es cierto sin importar que sus hijos sean educados en casa, en un ambiente cristiano o en la escuela pública. A la par de que mis hijos han ido a la escuela pública, también han estado profundamente involucrados en una iglesia sólida donde compañeros y adultos se involucran con ellos. Cuando mis hijos luchan con cuestiones espirituales, disfruto ser capaz de decirles que hablen con sus amigos quienes son también mis amigos. Nuestra iglesia apoya nuestras opciones educativas con su participación en las vidas de nuestros hijos. 7. LOS MAESTROS SON TUS AMIGOSNos hemos topado con muchos maestros a lo largo de los últimos diez años, y nuestras experiencias han sido casi todas muy positivas. Es fácil caricaturizar a los maestros como izquierdistas sin complejos o viles perversos que han salido para corromper y destruir a nuestros hijos. Sin embargo, hemos encontrado que los maestros aman a nuestros niños y se alegran en su éxito. Cuando hemos expresado preocupación sobre cualquier parte del currículum, los maestros han sido prontos en mostrárnoslo y asegurarse que estemos cómodos con él. En nuestra experiencia las caricaturas han sido injustas. Lo hacemos mucho mejor al considerar a los maestros como nuestros amigos y aliados. 8. PREPÁRESE PARA LA DIFICULTADMentiría si dijera que la escuela pública ha sido un lecho de rosas en cada momento. Ha habido un número de situaciones difíciles a lo largo de los años –maestros que carecían de competencia o compasión, estudiantes que fueron crueles, ideologías que contradecían la nuestra, viajes escolares que elegimos no permitir que nuestros hijos participaran. Pero sabíamos que estas situaciones se aparecerían y si bien nuestra preparación no las previno, sí nos permitió responder apropiadamente y conducir a nuestros hijos a través de ellas. Hasta ahora no hemos tenido una situación fuera de la capacidad de Dios para utilizarla y redimirla para bien. Así que prepárese para la dificultad, no le tenga miedo, y no permita que lo conduzcan a la desesperanza. 9. TODOS SOMOS EDUCADORES EN EL HOGARPermitir que el sistema de escuela pública eduque a nuestros hijos no ha significado que abdicamos o delegamos toda responsabilidad o la responsabilidad última por la educación de los niños. Nos mantenemos involucrados en lo que ellos hace, lo que aprenden, los niños con los que hacen amistad, y todo lo demás. Donde sea o como sea que los niños estén recibiendo su educación, ellos necesitan que sus padres estén involucrados. Sus padres tienen por mucho la voz más fuerte en sus vidas y, al mirar la Biblia juntos, podemos explorar, explicar e interpretar todo lo que venga en su camino. ¡Todos somos educadores en el hogar! 10. DISFRÚTELODe poco nos hemos tenido que arrepentir por nuestra decisión –no más de lo que habríamos tenido que si hubiéramos escogido una alternativa, estoy seguro. Hemos disfrutado de las escuelas públicas y creemos que nuestros hijos han sido bendecidos en y a través de ellas. Si usted va a llevar a la escuela pública a sus hijos, permítase disfrutar de ella -disfrutar de las escuelas, disfrutar de los profesores, disfrutar de los niños que conocerá, e incluso disfrutar de los desafíos. Dios puede usarlos todos. (Por favor, tenga en cuenta que nuestra experiencia es nuestra experiencia. Nosotros somos quienes somos y en dónde estamos -en un contexto particular, que es diferente al suyo. No elegimos poner a nuestros hijos en la escuela pública fuera de nuestro propio contexto. De haber vivido en otro lugar o de haber sido diferentes algunos de los detalles de nuestra vida, bien hubiéramos elegido un camino diferente. Lo que quiero decir es que mientras creemos que la escuela pública ha sido una opción buena y viable para nosotros, estamos firmemente convencidos de que cada la familia debe hacer su propia elección en función de sus circunstancias únicas.) El artículo 10 lecciones aprendidas de 10 años de escuela pública fue tomado y traducido del inglés de la página del autor Tim Challies. Puede hacer clic en el enlace para leer el artículo original.
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