IntroducciónEn días recientes tuve la oportunidad de participar en un grupo de estudio bíblico en el que momentáneamente se debatió sobre cuál será la futura condición de los santos allá en el cielo. Para ser más específicos, la discusión giró en torno a las cosas acerca de las cuales los redimidos en gloria estarán conscientes o de lo que podrán recordar sobre sus vidas aquí en la tierra.
queridos. También hubo quienes negaron la posibilidad de que en el cielo estaremos conscientes de qué personas no están entre la compañía de los redimidos -es decir, no tendremos idea de quiénes son aquellos que se encuentran sufriendo en el infierno. “Según la Biblia, el cielo es un lugar donde ya no hay más tristeza, ni más llanto ni dolor. ¿Cómo podría ser eso cierto si estaré consciente de que un ser querido está sufriendo eternamente?” Fue uno de los comentarios que se escuchó durante la discusión. Si bien entender correctamente estas cosas pudiera no ser un asunto de primera importancia (es decir, del cual depende la salvación de una persona), he observado que entre muchos creyentes impera cierto grado de confusión respecto al tema. Creo que parte de esa confusión pudiera deberse a la influencia cada vez mayor de las religiones orientales y de la Nueva Era en nuestra cultura occidental. Es por eso que considero que en la actualidad es sumamente relevante y útil tratar de dar una respuesta o solución bíblica a estas interrogantes. Sobre todas las cosas, creo que es necesario responder a estas cuestiones porque: a) Primero que nada, estoy convencido de que las perspectivas mencionadas arriba son bíblicamente incorrectas. Considero que la Escritura no guarda un silencio absoluto respecto a este tema, sino que más bien proporciona suficientes vistazos de la eternidad de los cuales podemos obtener conclusiones que estén sólidamente fundamentadas en la verdad de la Palabra de Dios. b) Segundo, el creer tales perspectivas roba al cristiano de gozo, esperanza y consuelo de los cuales pudiera disfrutar ahora, en este tiempo presente. Como veremos más adelante, la enseñanza de la Escritura al respecto tiene el poder no sólo de hacernos crecer en conocimiento bíblico, sino también de llevarnos hacia una fe madura y hacia una esperanza gozosa. c) Tercero y quizás lo más importante: creo que el sostener estas perspectivas incorrectas acerca del cielo resulta al final en un detrimento de la gloria de Dios. No en el sentido de disminuir o reducir Su gloria -lo cual no puede hacerse-, sino en el sentido de que éstas formas de pensar socavan la oportunidad de hacer una proclamación más clara y de tener un disfrute más profundo de la gloria de Dios por parte de Su pueblo.
pero sobre todas las cosas, que sea bíblica y que resulte para la gloria de Dios y el gozo de los creyentes. La razón de la existencia del cieloAhora bien, antes de que empecemos cualquier discusión acerca del cielo y de lo que los santos podrán recordar o estar conscientes allí, considero que primero es necesario que nos respondamos la siguiente pregunta: ¿Para qué cree usted que existirá el cielo? En otras palabras, ¿cuál piensa usted que es el propósito de la futura presencia de los redimidos en el cielo? ¿Cuál será el fin último de su existencia? Quizás esa es una pregunta que usted no se haya hecho antes, pero para la cual la Biblia nos da una respuesta. En la Biblia observamos que toda la creación existe para declarar la gloria de Dios (Salmo 19:1-4; Romanos 1:18-20). Es decir, toda cosa creada y todo suceso en la historia existen para manifestar Su gloria y excelencia. Esto por supuesto incluye el plan de redención de la humanidad. La Escritura muestra que la salvación eterna del pueblo escogido de Dios tiene el fin último y sublime de que la gloria de Dios sea dada a conocer y sea adorada. Todo acto salvífico de Dios en la historia de la redención tiene este propósito. Por ejemplo, la liberación del pueblo de Israel en el Éxodo sirvió “para manifestar su poder” (Salmo 106:6-8). La vida y ministerio terrenal de Jesús también tuvieron el propósito de glorificar el nombre de Dios (Juan 7:18; 12:27-28; 17:4), siendo el sacrificio expiatorio de Cristo la máxima expresión de Su gloria. La muerte de Cristo en la cruz no sólo es una manifestación del infinito y eterno amor de Dios (Juan 3:16; Romanos 5:8), sino una proclamación de Su perfecta justicia y santidad (Romanos 3:25), la cual no permitirá que el pecado de nadie quede impune. Esto significa que el pueblo de Dios ha sido redimido y rescatado del pecado, no con el fin último de que éste disfrute de una salvación inmerecida; sino con el propósito de que tal salvación exhiba la riqueza de la misericordia y de la grandeza del amor de Dios (Efesios 2:4). El apóstol Pablo nos declara que Dios ha elegido de manera soberana a un Pueblo al que redimirá “para hacer notorias las riquezas de su gloria” (Romanos 9:23). Aún más, cada creyente ha sido salvado para que pueda vivir haciéndolo todo para lo gloria de Dios (1 Corintios 10:31) y para servir de forma tal que en todo Dios sea glorificado a través de Jesucristo (1 Pedro 4:11). Ante toda esta enseñanza bíblica, no podemos hacer otra cosa más que afirmar que el cielo, como realidad última en el plan eterno de Dios, también existirá para la gloria eterna de Dios. La Escritura nos enseña que en el cielo Dios va a “mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad” (Efesios 2:7). Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva para “ser glorificado en sus santos en aquel día y para ser admirado entre todos los que han creído” (2 Tesalonicenses 1:10). De la misma manera, la existencia del infierno también tendrá el propósito de exaltar las grandezas de Dios: Su perfección, pureza, santidad y justicia. Concluimos entonces que el cielo no existirá solamente para que todos los que seamos salvos experimentemos una dicha y comodidad eterna, libre de problemas y aflicción. El cielo existirá principalmente para que Dios reciba eternamente y para siempre la alabanza y adoración que merece, proveniente de un pueblo completamente santificado, cuyo corazón ha sido purificado y perfeccionado para amar a Dios con todas sus capacidades, sin que el pecado lo limite o interrumpa. Personalmente, cuando medito en todo esto; no puedo concebir que el cielo sea un lugar para olvidar nuestro pasado e historia aquí en la tierra. Más bien será un lugar para recordarlo. Estoy convencido de que en el cielo el pueblo de Dios podrá recordar y estar consciente de mucho (sino es que de todo) de su vida pasada. No necesariamente porque eso vaya a mejorar su experiencia de felicidad, sino porque esas memorias serán el fundamento y el combustible para una adoración continua, profunda y sincera hacia Dios por parte de Su Iglesia. Ahora bien, ¿cuáles son las cosas que recordaremos o de las que tendremos consciencia allá en el cielo y que contribuirán a una creciente expresión de adoración gozosa? A continuación las analizaremos según la enseñanza de la Escritura. CONTINUARÁ EN UNA SIGUIENTE ENTRADA...
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14/5/2014 0 Comentarios Dios no es como nosotros
Nuestros pensamientos más altos, profundos y más sublimes de Dios tan sólo arañan la superficie de su gloria abrumadora. Stephen Altrogge en el libro Untamable God: Encountering the One Who Is Bigger, Better, and More Dangerous Than You Could Possibly Imagine.
El trabajo es una forma de participar en la obra de DiosLa Biblia nos enseña que Dios no sólo creó el mundo por su Espíritu (Gen. 1:1-3), sino que además continúa cuidándolo y sosteniéndolo (Salmo 104:30). La Escritura describe a Dios regando y enriqueciendo la tierra (Salmo 65:9-13), alimentando y satisfaciendo las necesidades de todo ser viviente (Salmo 145:15-16 y 147:15-20). De hecho, la Palabra nos muestra que el propósito mismo de Dios en la obra de redención es finalmente restaurar la creación material (Apocalipsis 21-22). Una correcta cosmovisión bíblica observa a Dios no sólo en la tarea de sostener la creación material, sino también en el proceso de restaurarla. Y en ese proceso de restauración del mundo material, el Señor nos ha llamado a participar mediante múltiples trabajos. Vea lo que dice el profesor Albert Wolters en su libro La Creación Recuperada: Los relatos bíblicos del pecado y de la redención son similares en otro punto. En ambos casos, aunque la creación entera está involucrada, es todavía la humanidad la que tiene el papel principal. Así como la caída del hombre (Adán) fue la ruina de toda la dimensión terrenal, de la misma manera la muerte expiatoria de un hombre (Jesucristo, el segundo Adán) es la salvación del mundo entero. Igualmente, así como la caída del primer Adán fue promovida y expandida por la desobediencia posterior de la humanidad, también la salvación del mundo entero es manifiesta y promovida por la obediencia posterior de una nueva humanidad. La raza humana “adánica” pervierte el cosmos; la raza humana cristiana lo renueva. Lo que el profesor Wolters está diciendo es que Dios está en el proceso de restaurar cada dimensión del mundo creado y el trabajo nos permite participar en esa obra de restauración, no meramente porque nos brinde la oportunidad de compartir el evangelio a otras personas, sino que la actividad misma es redimida y convertida en una forma de expandir el Reino de Dios en la creación. Esta es una perspectiva totalmente diferente a la del dualismo medieval, en la que la espiritualidad está caracterizada por una abstracción y aislamiento del mundo, encerrándose en conventos y monasterios. Por el contrario, la verdadera espiritualidad bíblica nos llama a abrazar las múltiples esferas de la actividad humana como una forma de extender el Reino de Dios. Nuevamente escuche a Albert Wolters: Las implicaciones prácticas de esta intención son numerosísimas. El matrimonio no debería ser evitado por los cristianos, sino santificado… La sexualidad no simplemente se ha de rehuir, sino redimir. La política no se ha de excomulgar, sino reformar. El arte no se ha de declarar mundano, sino se ha de reclamar para Cristo. Los negocios no se han de relegar más al mundo “secular”, sino que se ha de buscar conformarlos otra vez a los estándares que glorifican a Dios. Cada sector de la vida humana ofrece tales ejemplos. El trabajo permite desplegar al mundo las excelencias de DiosRegresando al libro de Génesis, observamos que el hombre fue diseñado para ser portador de la imagen de Dios, es decir; para reflejar de manera única en este mundo quién es Él. El ser humano glorifica a Dios de manera sustancial al entender y gobernar sobre la creación y al producir bienes a partir de ella. Esto significa que nuestro trabajo glorifica a Dios porque nos brinda la oportunidad y el privilegio de representar e imitar a Dios. Por ejemplo, determinados trabajos nos permiten crear cosas nuevas, representando así la creatividad de Dios. El trabajo también permite ejercer la capacidad de estudiar, de investigar, de cultivar el conocimiento y desarrollar la inteligencia, imitando y representando de esa manera la sabiduría de Dios. El trabajo también nos permite sentir deleite y satisfacción en la obra que hemos realizado, en imitación de Dios quien expresó su satisfacción al término de cada día de la creación. Nuestro trabajo nos permite mostrar las diversas excelencias de Dios y por lo tanto el trabajo tiene un valor intrínseco en sí mismo. Esto es importante que lo entendamos porque lo que significa es que el trabajo que usted y yo llevamos a cabo todos los días es una oportunidad que tenemos de expresar la gloria de Dios. Nuevamente, no es tan sólo el hecho que usted pueda compartir el Evangelio con sus compañeros de trabajo o que su salario le permita ofrendar para las misiones lo que le da valor a su trabajo, sino que la actividad misma es la que glorifica a Dios. Usted y yo, al terminar cada día de labores podemos tener un sentido de satisfacción, realización y propósito de haber mostrado al mundo la gloria de Dios con lo que hemos hecho. El trabajo es una forma de servir a nuestro prójimoFinalmente, nuestro trabajo también glorifica a Dios porque nos permite servir y bendecir a nuestro prójimo. Ésta es una de las verdades más importantes recobradas por la doctrina Reformada de la vocación y una de las más enfatizadas por Martín Lutero.
Lutero lo explicaba más o menos de la siguiente manera: Cuando usted ora a Dios pidiendo que lo sustente con el pan diario, Dios podría actuar de manera extraordinaria y hacer que el pan descendiera del cielo como con el maná. Sin embargo, esa no es la manera normal en la que Dios actúa. Más bien, la Biblia nos presenta a Dios normalmente actuando a través de medios ordinarios y causas secundarias para cumplir Sus propósitos. Esto es lo que los teólogos llaman la Providencia de Dios. Así que Dios responde a nuestra oración, no enviando el pan del cielo, sino enviando al agricultor para que plante la semilla y coseche el trigo. Dios también enviará al panadero quien tomará la harina y la convertirá en el pan que nosotros comeremos y por el cual damos gracias en la mesa. De la misma manera, cuando nos enfermamos Dios responde a nuestra oración pidiendo salud a través del médico quien nos auscultará y nos prescribirá el medicamento más adecuado, medicamento que a su vez es el resultado del trabajo diario de farmacólogos que realizaron un esfuerzo por desarrollarlo. Como podrá ver, todo trabajo, según el diseño de Dios se constituye un servicio. A través de nuestro trabajo nos enriquecemos unos a otros y nos hacemos más y más interdependientes. La agricultura y los negocios, el derecho, la medicina y la música, todas las formas de trabajo cultivan, cuidan y sustentan la creación que Dios hizo y ama. En ese sentido, a través de nuestros empleos todos ministramos a la comunidad humana en el nombre de Dios. Esta también es una verdad importante porque la mayoría de nosotros, cuando pensamos en proveer un servicio cristiano a nuestro prójimo, nos viene a la mente la imagen de repartir comida en un albergue cristiano, o quizás repartir cobertores y café en un hospital, o venir a acomodar sillas para un evento de la iglesia. Pero para Martín Lutero y los demás reformadores es a través de nuestro trabajo y de nuestras otras actividades ordinarias que servimos al prójimo. La cosmovisión verdaderamente cristiana y bíblica entiende el proceso de vender y comprar en el mercado libre como una forma de cumplir el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Por ejemplo, los músicos desarrollan arte que enriquece nuestras vidas. En ese sentido, un músico sirve a Dios cuando compone buena música, no sólo cuando canta acerca de Jesús. Por su lado, los agricultores trabajan la tierra y producen alimento para sustentarnos. De la misma manera, podemos ver a la enfermera que con sus cuidados y trato digno colabora a restaurar la salud del enfermo. El empleado de la empresa de recolección de basura trabaja para que usted y yo podamos tener nuestra casa libre de desechos. Todo esto significa que cada uno de nosotros somos ministros de Dios en nuestro trabajo no sólo cuando damos testimonio o hablamos directamente acerca de Jesús, sino también cuando simplemente hacemos nuestro trabajo con excelencia y humildad. |
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