En el cielo reconoceremos a nuestros seres queridos
En el Nuevo Testamento se indica que podremos reconocer a los santos del pasado (Mateo 8:11). También leemos que el apóstol Pablo esperaba reconocer a sus amados convertidos en el día de la segunda venida de Cristo, quienes serían para él motivo para gloriarse en Cristo (1 Tesalonicenses 2:19). De la misma manera, las palabras de consuelo que Pablo dirige a los Tesalonicenses, acerca de aquellos hermanos en Cristo que ya habían fallecido (1 Tesalonicenses 4:13, 14), no tendrían sentido si éstas no implicaran que en el futuro existiría un mutuo reconocimiento entre los creyentes. La ausencia de esta esperanza nos robaría de gozo en el momento del fallecimiento de un ser querido. Menor sería nuestro consuelo en momentos como ese si creyéramos que en la futura reunión en el cielo no nos reconoceremos el uno al otro. Significaría que en verdad no volveré a ver a ese ser querido nunca más. Sin embargo, como señala el predicador J. C. Ryle en el libro titulado El Cielo: ¡Qué bendito y feliz será ese encuentro, mil veces mejor que la separación! Nos separamos con pena y nos encontraremos con gozo; nos separaremos en el tiempo tormentoso y nos encontraremos en el puerto tranquilo; nos separaremos entre dolores y ayes, lamentos y debilidades y nos encontraremos con nuestros cuerpos gloriosos, capaces de servir a nuestro Señor para siempre sin interrupción… ¡Qué bendito pensamiento el de que los creyentes nos encontraremos en los cielos!... Con seguridad, luego del anhelo de ver a Cristo en el cielo, no habrá pensamiento más bendito y feliz que el de vernos los unos a los otros. Por supuesto que tal estado de bendición será motivo para glorificar a Dios y adorarle por toda la eternidad. En el cielo recordaremos nuestras tribulaciones aquí en la tierraEn el libro de Apocalipsis tenemos la oportunidad de dar algunos vistazos del estado intermedio de las almas de los creyentes que comunmente llamamos "cielo". Ahí leemos que en el cielo no sólo se adora a Dios por ser el creador de todo lo que existe (Apocalipsis 4:11), sino que también vemos a los mártires clamar a Dios para que Él juzgue y vengue todas las injusticias que fueron cometidas contra ellos (Apocalipsis 6:9-11). Esto necesariamente quiere decir que los santos en gloria en este momento tienen conciencia de los sufrimientos que tuvieron aquí en la tierra. No veo porque asumir que en la nueva creación se producirá una especie de amnesia selectiva en tales personas, de tal manera que no puedan recordar más su martirio. Aún más, el mismo libro de Apocalipsis muestra que los redimidos que adoran a Dios en el cielo tienen consciencia de haber salido de la “gran tribulación” y que la salvación pertenece a Dios y al Cordero (Apocalipsis 7:9-17). De hecho, es en este contexto de la gran tribulación que adquiere un significado más profundo las siguientes palabras de consuelo: “Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno… y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (vs. 16 y 17). Por otro lado, la Escritura nos muestra que uno de los grandes motivos para adorar a Dios son sus obras maravillosas de salvación realizadas a favor de Su pueblo. Cuando Su pueblo contempla la salvación de Dios, inevitablemente irrumpe en expresiones de gratitud, alabanza y adoración. Lo vemos por ejemplo cuando el pueblo de Israel alaba a Dios después de que el ejército de Egipto fue ahogado en el Mar Rojo (Éxodo 15). Lo vemos también después de que Débora y Barac derrotaron a Sísara (Jueces 5). Los Salmos continuamente nos mandan alabar a Dios por todas Sus obras de salvación, porque ellas demuestran la bondad y misericordia de Dios (Salmo 107; 118 y 136). Por todo esto, estoy convencido de que en el cielo los creyentes podremos recordar todo sufrimiento pasado aquí en la tierra (o cuando menos, los que nos fueron más significativos o dolorosos), porque si no tuviéramos memoria de ello, ¿cómo apreciaremos tal condición de bendición eterna? El olvidar lo que sufrimos en esta vida no resultaría en mayor felicidad allá en el cielo, sino todo lo contrario. Porque la verdadera felicidad se haya en contemplar a Dios como Él es. Más bien, será precisamente porque podremos recordar nuestras tribulaciones, que adoraremos la bondad de Dios al darnos el consuelo y la paz del cielo. Aún más, el recordar lo que al momento nos pareció un sufrimiento aparentemente sin sentido, y poder ver con mayor claridad cómo todo ello en verdad fue para nuestro bien (Romanos 8:38) nos permitirá adorar a Dios por su infinita sabiduría, bondad, misericordia, y por todos esos momentos en que Él fue para nosotros nuestro consuelo y fortaleza, nuestra paz y nuestro sostén. Aquí de nuevo quisiera citar a J. C. Ryle: ¡Cuánto tendremos para hablar! ¡Qué maravillosa sabiduría encontraremos en todo lo que hemos pasado en los días de la carne! Recordaremos todo el camino por el que hemos sido conducidos y diremos: “La bondad y la misericordia me han acompañado todos los días de mi vida. En mis enfermedades y dolores, en mis pérdidas y mis cruces, en mi pobreza y tribulaciones, en mis duelos y separaciones, en cada copa amarga que he tenido que beber, en cada carga que he tenido que llevar, en todo ello había una perfecta sabiduría”. Lo veremos por fin, si es que no lo vimos antes, y lo veremos todos juntos y todos unidos en la alabanza a aquel que nos llevó por el camino recto a aquella ciudad. En el cielo podremos recordar los pecados que cometimosEstoy convencido de que en el cielo tendremos una conciencia clara de nuestra pecaminosidad pasada y de nuestros malos actos cometidos contra la santidad de Dios. A este respecto, me gustaría citar al pastor John Piper ya que creo que no podría decirse de una mejor manera: No veo cómo seremos capaces de adorar a Cristo y entonar el cántico del Cordero sin un recuerdo claro de la gloriosa obra salvífica de Jesucristo y todo lo que ésta involucró. Según Apocalipsis 5:9 los santos “cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”. ¿Redimidos de qué? ¿Lo habremos olvidado? Éste cántico y este recuerdo no tendrían sentido sin el recuerdo del pecado. Y el recuerdo del pecado sería hipócrita sin la confesión de que fue nuestro pecado por el cual Jesús murió…. La intensidad de nuestro gozo en la gracia se alimentará por el recuerdo de nuestra indignidad. Aquel que mucho se le perdona, mucho ama (Lucas 7:47). Recuerde, el cielo existirá para que Dios reciba la adoración que Él merece. Y Él merece ser adorado por habernos salvado de nuestros pecados y a pesar de nuestros pecados. Y mientras más clara nuestra conciencia de nuestros pecados, más bella será la gracia y amor de nuestro Dios. Por lo tanto, mayor será la adoración que Él reciba. Y lo más precioso de todo esto, es que tal claridad de la grandeza de Dios nos traerá un gozo cada vez más abundante. En el cielo estaremos conscientes de la gloria de Dios manifestada en su juicio eterno sobre los pecadoresSi hay una doctrina fundamental en el cristianismo, es aquella que dice que al final de los tiempos Dios va a juzgar a cada persona según sus obras. Las confesiones cristianas más antiguas articulan esta verdad. Además, la enseñanza de la Escritura parece indicar que el juicio de cada persona no será privado, sino que será presenciado por todo el universo. No hay nada oculto en las personas que al final de los tiempos no sea manifestado (Mateo 10:26; Marcos 4:22; 1 Corintios 4:5). La enseñanza de Jesús a este respecto (sobre el día en que sus ángeles separarán a los malos de los justos, a la paja del trigo, y distinguirán las cabras de las ovejas) así como la descripción del juicio del gran trono blanco en el día final (Apocalipsis 20:11-15) nos comunican la idea de un juicio universal en el que todos estaremos presentes.
conscientes de su ausencia. Las personas en el cielo tendrán una consciencia de la justa retribución que los pecadores merecen y de su castigo eterno (Apocalipsis 19:3). No sólo eso, sino que además la Escritura nos muestran que en el cielo se alaba a Dios por haber juzgado a las naciones y dado la retribución que sus obras merecen (Apocalipsis 15:2-4; 16:4-7). También observamos que en el cielo se escucha el mandato a regocijarse sobre el juicio caído contra la gran babilonia (Apocalipsis 18:20). En el Apocalipsis se muestra también que en el cielo se alaba a Dios por su juicio ejecutado contra la gran ramera (Apocalipsis 19:1-5). Todo esto significa que las personas podrán estar conscientes de la presencia de personas en el infierno (incluso de seres querido), y la consciencia de eso será motivo de adoración a Dios. Déjeme decirlo de la manera más clara posible: Para nada estoy diciendo que la conciencia de una persona en el infierno -sobre todo de un ser querido- será causa de alegría. Más bien, lo que quiero decir es que tal consciencia producirá en nosotros un reconocimiento de la perfecta, infinita y eterna justicia de Dios que producirá en nosotros una respuesta de asombro, admiración y adoración. Y esa más clara visión de la persona de Dios y de sus perfecciones será la que nos llene de gozo. Será un gozo en la persona de Dios, que es infinitamente más grande que el gozo que puedas obtener de cualquier otra persona. En la siguiente y ultima entrada trataré de dar conclusiones finales a esta serie sobre el cielo.
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