El trabajo es una forma de participar en la obra de DiosLa Biblia nos enseña que Dios no sólo creó el mundo por su Espíritu (Gen. 1:1-3), sino que además continúa cuidándolo y sosteniéndolo (Salmo 104:30). La Escritura describe a Dios regando y enriqueciendo la tierra (Salmo 65:9-13), alimentando y satisfaciendo las necesidades de todo ser viviente (Salmo 145:15-16 y 147:15-20). De hecho, la Palabra nos muestra que el propósito mismo de Dios en la obra de redención es finalmente restaurar la creación material (Apocalipsis 21-22). Una correcta cosmovisión bíblica observa a Dios no sólo en la tarea de sostener la creación material, sino también en el proceso de restaurarla. Y en ese proceso de restauración del mundo material, el Señor nos ha llamado a participar mediante múltiples trabajos. Vea lo que dice el profesor Albert Wolters en su libro La Creación Recuperada: Los relatos bíblicos del pecado y de la redención son similares en otro punto. En ambos casos, aunque la creación entera está involucrada, es todavía la humanidad la que tiene el papel principal. Así como la caída del hombre (Adán) fue la ruina de toda la dimensión terrenal, de la misma manera la muerte expiatoria de un hombre (Jesucristo, el segundo Adán) es la salvación del mundo entero. Igualmente, así como la caída del primer Adán fue promovida y expandida por la desobediencia posterior de la humanidad, también la salvación del mundo entero es manifiesta y promovida por la obediencia posterior de una nueva humanidad. La raza humana “adánica” pervierte el cosmos; la raza humana cristiana lo renueva. Lo que el profesor Wolters está diciendo es que Dios está en el proceso de restaurar cada dimensión del mundo creado y el trabajo nos permite participar en esa obra de restauración, no meramente porque nos brinde la oportunidad de compartir el evangelio a otras personas, sino que la actividad misma es redimida y convertida en una forma de expandir el Reino de Dios en la creación. Esta es una perspectiva totalmente diferente a la del dualismo medieval, en la que la espiritualidad está caracterizada por una abstracción y aislamiento del mundo, encerrándose en conventos y monasterios. Por el contrario, la verdadera espiritualidad bíblica nos llama a abrazar las múltiples esferas de la actividad humana como una forma de extender el Reino de Dios. Nuevamente escuche a Albert Wolters: Las implicaciones prácticas de esta intención son numerosísimas. El matrimonio no debería ser evitado por los cristianos, sino santificado… La sexualidad no simplemente se ha de rehuir, sino redimir. La política no se ha de excomulgar, sino reformar. El arte no se ha de declarar mundano, sino se ha de reclamar para Cristo. Los negocios no se han de relegar más al mundo “secular”, sino que se ha de buscar conformarlos otra vez a los estándares que glorifican a Dios. Cada sector de la vida humana ofrece tales ejemplos. El trabajo permite desplegar al mundo las excelencias de DiosRegresando al libro de Génesis, observamos que el hombre fue diseñado para ser portador de la imagen de Dios, es decir; para reflejar de manera única en este mundo quién es Él. El ser humano glorifica a Dios de manera sustancial al entender y gobernar sobre la creación y al producir bienes a partir de ella. Esto significa que nuestro trabajo glorifica a Dios porque nos brinda la oportunidad y el privilegio de representar e imitar a Dios. Por ejemplo, determinados trabajos nos permiten crear cosas nuevas, representando así la creatividad de Dios. El trabajo también permite ejercer la capacidad de estudiar, de investigar, de cultivar el conocimiento y desarrollar la inteligencia, imitando y representando de esa manera la sabiduría de Dios. El trabajo también nos permite sentir deleite y satisfacción en la obra que hemos realizado, en imitación de Dios quien expresó su satisfacción al término de cada día de la creación. Nuestro trabajo nos permite mostrar las diversas excelencias de Dios y por lo tanto el trabajo tiene un valor intrínseco en sí mismo. Esto es importante que lo entendamos porque lo que significa es que el trabajo que usted y yo llevamos a cabo todos los días es una oportunidad que tenemos de expresar la gloria de Dios. Nuevamente, no es tan sólo el hecho que usted pueda compartir el Evangelio con sus compañeros de trabajo o que su salario le permita ofrendar para las misiones lo que le da valor a su trabajo, sino que la actividad misma es la que glorifica a Dios. Usted y yo, al terminar cada día de labores podemos tener un sentido de satisfacción, realización y propósito de haber mostrado al mundo la gloria de Dios con lo que hemos hecho. El trabajo es una forma de servir a nuestro prójimoFinalmente, nuestro trabajo también glorifica a Dios porque nos permite servir y bendecir a nuestro prójimo. Ésta es una de las verdades más importantes recobradas por la doctrina Reformada de la vocación y una de las más enfatizadas por Martín Lutero.
Lutero lo explicaba más o menos de la siguiente manera: Cuando usted ora a Dios pidiendo que lo sustente con el pan diario, Dios podría actuar de manera extraordinaria y hacer que el pan descendiera del cielo como con el maná. Sin embargo, esa no es la manera normal en la que Dios actúa. Más bien, la Biblia nos presenta a Dios normalmente actuando a través de medios ordinarios y causas secundarias para cumplir Sus propósitos. Esto es lo que los teólogos llaman la Providencia de Dios. Así que Dios responde a nuestra oración, no enviando el pan del cielo, sino enviando al agricultor para que plante la semilla y coseche el trigo. Dios también enviará al panadero quien tomará la harina y la convertirá en el pan que nosotros comeremos y por el cual damos gracias en la mesa. De la misma manera, cuando nos enfermamos Dios responde a nuestra oración pidiendo salud a través del médico quien nos auscultará y nos prescribirá el medicamento más adecuado, medicamento que a su vez es el resultado del trabajo diario de farmacólogos que realizaron un esfuerzo por desarrollarlo. Como podrá ver, todo trabajo, según el diseño de Dios se constituye un servicio. A través de nuestro trabajo nos enriquecemos unos a otros y nos hacemos más y más interdependientes. La agricultura y los negocios, el derecho, la medicina y la música, todas las formas de trabajo cultivan, cuidan y sustentan la creación que Dios hizo y ama. En ese sentido, a través de nuestros empleos todos ministramos a la comunidad humana en el nombre de Dios. Esta también es una verdad importante porque la mayoría de nosotros, cuando pensamos en proveer un servicio cristiano a nuestro prójimo, nos viene a la mente la imagen de repartir comida en un albergue cristiano, o quizás repartir cobertores y café en un hospital, o venir a acomodar sillas para un evento de la iglesia. Pero para Martín Lutero y los demás reformadores es a través de nuestro trabajo y de nuestras otras actividades ordinarias que servimos al prójimo. La cosmovisión verdaderamente cristiana y bíblica entiende el proceso de vender y comprar en el mercado libre como una forma de cumplir el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Por ejemplo, los músicos desarrollan arte que enriquece nuestras vidas. En ese sentido, un músico sirve a Dios cuando compone buena música, no sólo cuando canta acerca de Jesús. Por su lado, los agricultores trabajan la tierra y producen alimento para sustentarnos. De la misma manera, podemos ver a la enfermera que con sus cuidados y trato digno colabora a restaurar la salud del enfermo. El empleado de la empresa de recolección de basura trabaja para que usted y yo podamos tener nuestra casa libre de desechos. Todo esto significa que cada uno de nosotros somos ministros de Dios en nuestro trabajo no sólo cuando damos testimonio o hablamos directamente acerca de Jesús, sino también cuando simplemente hacemos nuestro trabajo con excelencia y humildad.
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21/3/2014 0 Comentarios Trabajo y VocaciónIntroducciónEn cualquier caso, cada uno debe vivir conforme a la condición que el Señor le asignó y a la cual Dios lo ha llamado. Ésta es la norma que establezco en todas las iglesias... Que cada uno permanezca en la condición en que estaba cuando Dios lo llamó. ¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes, aunque si tienes la oportunidad de conseguir tu libertad, aprovéchala. Porque el que era esclavo cuando el Señor lo llamó es un liberto del Señor; del mismo modo, el que era libre cuando fue llamado es un esclavo de Cristo. Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie. Hermanos, cada uno permanezca ante Dios en la condición en que estaba cuando Dios lo llamó. (1 Corintios 7:17-24 NVI)
ministerio requería de una tremenda inversión de tiempo, pues su pastor había establecido la regla arbitraria de que para que cualquier persona pudiera “servir” en la iglesia, debía mostrar un alto “compromiso”; lo que en el pensamiento del pastor se traducía en estar presente en todos los ensayos, cultos de adoración, reuniones de oración y en cualquier otra clase de junta de trabajo del liderazgo. Por su deseo de servir, mi alumno al inicio participó con mucho entusiasmo de aquel ministerio. Sin embargo, tal nivel de compromiso requerido pronto lo llevó a descuidar gravemente sus estudios, al punto de haber reprobado ya muchas asignaturas. Tiempo después, el joven no pudo evitar sentir la tensión resultante de tener que decidir de entre “servir a Dios” o dedicarse a sus estudios. Al final, tomó la decisión de dedicarse a la escuela por lo que empezó a faltar a juntas y reuniones. Como era de esperar, no transcurrió mucho tiempo para que el pastor le diera de baja del grupo, argumentando que el muchacho mostraba una “falta de compromiso con Dios y la iglesia”. Debido a esa situación, el joven fue etiquetado y criticado por los demás como alguien “poco espiritual” porque le daba mayor importancia a otras cosas no relacionadas con Dios y la iglesia. Quizás usted se esté preguntando por qué le estoy contando esta historia. Bueno, la razón por la que lo hago es que ésta anécdota resulta ser un claro ejemplo de cómo todavía en la iglesia evangélica, a prácticamente quinientos años de la reforma protestante, todavía cree que algunas actividades o labores, particularmente las relacionadas con la iglesia, son más santas y espirituales que las demás. La verdad es que el lenguaje que utilizamos es una evidencia de que éste sentido de separación entre lo santo y lo ordinario permanece entre nosotros. Por ejemplo, comúnmente nos referimos a pastores y misioneros como “obreros cristianos de tiempo completo” y lo que pensamos es que sólo los que se han entregado a estas labores tienen una vida completamente dedicada a Dios. A aquellos que estudian en un seminario se les titula “Candidato al Sagrado Ministerio”, como si el estudiar en la escuela de medicina o ingeniería no nos hiciera candidatos a un ministerio, mucho menos sagrado. Hablamos de hacer “retiros espirituales”, como si ir un fin de semana a la playa no pudiera representar para el creyente una actividad espiritual. Utilizamos el término “música cristiana” para referirnos exclusivamente a la música que tiene una letra que habla de Dios. Pero, ¿Qué hay de aquel creyente que con el violín interpreta una ópera en la orquesta sinfónica o del hermano que toca el requinto en un trío de trova? ¿Hacen ellos música cristiana o no? Como verán, nuestro lenguaje constantemente comunica este sentido de separación entre lo sagrado y lo secular, lo espiritual y lo ordinario y lo cierto es que muchos cristianos viven como si en efecto en el mundo existiera tal separación. Tristemente, muchas veces son los mismos líderes quienes, aunque bien intencionados, ayudan a crear esta clase de división en la mente de sus congregantes. Continuamente escuchamos etiquetas como “un cristiano comprometido”, “un miembro activo” o “un creyente con la camiseta puesta”, para referirse exclusivamente a los que tienen algún rol o cargo dentro de la iglesia. El reconocido pastor John Stott describió esta situación de la siguiente manera: A menudo damos la impresión de que si un joven cristiano tiene un verdadero celo por Cristo, sin lugar a dudas se convertirá en un misionero en el extranjero, pero que si no es tan celoso permanecerá en casa y llegará a ser pastor, y si carece de la dedicación para ser un pastor, sin duda servirá como un médico o un maestro, mientras que aquellos que terminan en un trabajo burocrático o (peor de todo) en la política, no están muy lejos de la apostasía. Así que todavía en la iglesia permanece una distinción entre aquellos que verdaderamente están entregados a Cristo y aquellos que no. Y la base para realizar tal distinción es el oficio que desempeñan, el lugar donde laboran o el cargo que tienen en la iglesia. Esta manera de separar la vida tiene sus raíces en el dualismo característico de la iglesia medieval previa a la Reforma, la cual dividía el mundo en lo "religioso" y lo "secular". De acuerdo con esa perspectiva, existen dos clases de vida cristiana. Por un lado se tiene lo que se conocía como la "vida perfecta" de las vocaciones sagradas, dedicada a la contemplación y al servicio espiritual. Por otro lado, se tiene lo que llamaban la "vida permitida" de las vocaciones seculares, dedicada a las actividades ordinarias y cotidianas como el gobierno, la agricultura, el comercio, el hogar, etc. El principal error es que la iglesia había elevado los llamamientos "espirituales" por encima de los "seculares". Aquellos que entraban al ministerio eclesiástico, como los sacerdotes, monjes o monjas estaban en una posición espiritual superior a la de aquellos que no lo hacían. Sin embargo, esta división constituye un serio error con muchas consecuencias desafortunadas para la Iglesia y para la cultura en general. Uno de los principales aspectos de la Reforma Protestante fue el revocar esta visión con la enseñanza bíblica del sacerdocio de todos los creyentes. Por la gracia de Dios, Martín Lutero, Juan Calvino y posteriormente los puritanos, contribuyeron a desarrollar lo que actualmente se conoce como la doctrina del trabajo y la vocación que insiste en que todas las formas de trabajo son llamamientos que honran a Dios. Para los reformadores y puritanos, el ser un granjero, un artesano o un artista es una vocación, es decir; un llamado de Dios, tanto como el ser un predicador. En esta nueva serie de entradas quisiera explorar con ustedes tan sólo algunos aspectos de este gran tema y que podamos rescatar la enseñanza bíblica sobre el valor intrínseco del trabajo y del concepto de vocación como un componente integral de una cosmovisión bíblica para la vida. Hablemos primero sobre lo que la Escritura dice acerca del trabajo y del emprendimiento humano. Continuará en la siguiente entrada... |
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