clase basados en esta narrativa. El “Buen Samaritano” también es una historia comúnmente enseñada a los niños en la escuela dominical.
Ahora bien, a pesar de ser uno de los pasajes más conocidos y queridos de la Escritura y en particular, de los Evangelios; es quizás también uno de los más mal interpretados y aplicados. Me refiero a que, comúnmente; éste pasaje es abordado desde una perspectiva centrada en el hombre y no en el Evangelio. Muchas veces, esta enseñanza del Señor Jesús es aplicado a la vida del creyente de la siguiente manera: 1. Como creyentes, cada uno de nosotros debemos cuidar de no ser como aquel fariseo a quien Jesús le contó ésta parábola, y cuya actitud y conducta es claramente ejemplificada por el actuar del sacerdote y del levita que pasaron de largo sin ayudar al hombre desvalido que fue asaltado por ladrones. 2. Todavía más importante, que todos estemos conscientes de la importancia de aplicar la Palabra de Dios en nuestra vida diariamente, lo cual se traduciría en una vida cristiana ejemplar, como la del buen samaritano, quien actuó desinteresadamente en ayuda del necesitado. En esencia, creo que esos dos puntos (o una variante de ellos) son los que comúnmente se utilizan cuando se enseña acerca de ésta parábola. Hasta donde puedo apreciar, tal presentación del “Buen Samaritano” no es otra cosa que una variante más del típico “cómo ser un buen cristiano” y que en ese aspecto sólo está centrada en lo que como creyentes tenemos que hacer. Tal enseñanza quizás se pueda resumir con la siguiente frase: no debemos ser como el fariseo, al contrario; debemos procurar ser como el buen samaritano. Antes de continuar, quiero aclarar que respeto mucho la intención de cualquier pastor o maestro cuya intención sea la de que sus hermanos vivan en verdad la Palabra de Dios, lo cual debiera traducirse en una vida de buenas obras y de ayuda desinteresada al necesitado. Sin embargo, también pienso que tal clase de prédica queda corta en varios sentidos, lo cual hace que el mensaje carezca del ingrediente que en verdad produce un cambio duradero en las personas: el evangelio de gracia. A continuación me explico. Considero que el problema fundamental de ésta clase de prédica es que no incluye el principio básico de la Escritura de que en realidad todos y cada uno de nosotros somos iguales al fariseo y que en realidad no podemos por nuestras propias fuerzas ser mejores que él. Estoy convencido de que una predicación menos centrada en el hombre y más centrada en el Evangelio y en la Cruz de Cristo, tendría que hacer menos énfasis en la idea de que no debemos ser como el intérprete de la ley, para hacernos ver el hecho de que EN REALIDAD somos iguales a él. Este pasaje de la Escritura lo que hace es confrontarnos con la Ley de Dios, la cual reclama de nosotros amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, fuerzas y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La Ley de Dios y Jesús mismo, nos dicen a cada uno de nosotros (y no sólo al fariseo): “Haz esto y vivirás”. En este sentido, la Escritura pone delante de nosotros la misma demanda que Jesús le hizo al fariseo: “Ve y haz tú lo mismo” - ama a tu Dios de todo corazón y a tu prójimo como a ti mismo-. Es en este momento en que una predicación más centrada en la cruz nos lleva a estar conscientes de que éste mandamiento es algo que todos y cada uno de nosotros hemos fracasado cada día en cumplir. Que ninguno de nosotros ha amado a su prójimo como a sí mismo, mucho menos hemos amado a Dios con todo nuestro corazón, y que por ello merecemos la condenación y la ira eterna de Dios. Creo que una predicación centrada en el evangelio, en lugar de enfocarnos a visualizarnos como un potencial “buen samaritano” (si nos esforzamos lo suficiente), en realidad nos haría ver que nuestra condición es más como la del moribundo que fue asaltado y golpeado, que estamos totalmente deshechos y que somos incapaces de rescatarnos a nosotros mismos de nuestra presente condición. Entonces, la predicación nos presentaría a Jesús: la perfecta encarnación del buen samaritano, quien, sin tener que hacerlo, sin ninguna clase de obligación, bien pudiendo pasar de largo y dejarnos tirados para morir en nuestros delitos y pecados, en amor y compasión decidió descender de su cabalgadura para rescatarnos y que, al igual que el samaritano, lo hizo aún a costa de tener que pagar el precio de nuestra redención, y que lo hizo de la misma manera que el samaritano: pagó todo y no dejó ninguna deuda para que nosotros tengamos que saldar. Ésta perspectiva nos conduce a estar conscientes de nuestra verdadera condición delante de Dios y de que la vida cristiana no consiste principalmente en tener una mayor disposición o en esforzarnos en ser mejores, sino de arrepentimiento. Aún más, éste arrepentimiento no es sólo de lo que hacemos o dejamos de hacer, sino también de lo que en verdad somos: pecadores incapaces de amar a Dios y al prójimo como la Ley lo demanda. Esta clase de vida cristiana glorifica a Dios pues se trata de vivir por fe en Su gracia, sabiendo que no se trata (principalmente) de ser mejores, sino de confiar en Jesús para la salvación y para poder cambiar. Creo que esta clase de predicación es la que produce un verdadero cambio interior que se evidenciará en un cambio de la conducta externa.
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