"Así que, sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31 NTV) Tengo una pregunta para usted, mi estimado amigo, y quisiera saber si quizá me la puede responder. La pregunta es la siguiente: ¿Cuál de las dos puede ser considerada una actividad más "espiritual"? ¿Guardar ayuno como parte de una disciplina cristiana o saborear un suculento filete? Permítame se lo planteo de una manera diferente: ¿Cuándo se siente Dios más complacido conmigo? ¿Es acaso durante el tiempo en que decido voluntariamente abstenerme de los alimentos o cuando voluntariamente me siento a la mesa dispuesto a disfrutar de los alimentos? Piense bien su respuesta, por favor. No conteste lo primero que le venga a la mente. Tal respuesta creo que ya lo conozco, de todas formas. ¿Cómo puedo estar tan seguro de ello? Porque también a mí es lo primero que se me vendría a la mente: "Pues ayunar, ¡por supuesto! ¿No se te puede ocurrir una pregunta más difícil?" Pero resulta que la respuesta a dicha pregunta no es tan directa como parece. Al menos para mí no lo es, pues estoy convencido que la Escritura valora de la misma manera ambas actividades. Según la Biblia, tanto el comer y el ayunar pueden ser una actividad santa para el creyente. Ambas también pueden constituirse en una acción desagradable ante los ojos de Dios. Permítame le explico. Tengamos cuidado de no caer en un dualismo no BíblicoDesafortunadamente, la mayoría de los cristianos tenemos problemas para responder a la pregunta, pues hemos sido más influenciados por filosofías contrarias a la Palabra que por la Biblia misma. Esto es históricamente cierto desde los tiempos de San Agustín de Hipona, quien equivocadamente incorporó elementos de la filosofía griega (Platón para ser precisos) a la fe cristiana. Para Platón, el hombre era el resultado de una unión "accidental" entre el alma -que es inmortal- y el cuerpo -que es material y corruptible. Según el filósofo griego, el alma y el cuerpo son dos realidades distintas que se encuentran unidas en un sólo ser de modo provisional. En el momento de morir el alma intangible del hombre es por fin liberada de su "prisión" material para poder incorporarse a la realidad invisible e inmaterial de las ideas. Desde el punto de vista del Platonismo, el mundo está dividido en dos partes: la realidad inmaterial que en esencia es buena, y la realidad material que intrínsecamente es mala. San Agustín incorporó algunos elementos de esta filosofía a su enseñanza, pues si bien corrigió la creencia platónica de que la materia es mala, aún así asumió que el cuerpo era inferior a la vida superior del alma. Así que si usted piensa como Agustín de que el cuerpo -o lo material- de alguna manera es inferior al alma -o lo espiritual-, definitivamente responderá que ayunar es una actividad más santa que el disfrutar los alimentos. En realidad, Agustín no fue el primer creyente en batallar con esta concepción dual del mundo. Los creyentes del Nuevo Testamento también se enfrentaron a los errores de esta enseñanza. Uno de los errores doctrinales que más rápido se infiltraron entre los primeros cristianos y que el apóstol Pablo combatió en varias de sus epístolas fue el Gnosticismo. Los gnósticos afirmaban que lo material es pecaminoso y pretendían enseñar a los creyentes que debían abstenerse de casarse -es decir, tener relaciones sexuales- y abstenerse también de ciertos alimentos (1 Timoteo 4:3-5). Respecto a esta enseñanza, Pablo le dice a los Colosenses: Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo... Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne. (Colosenses 2:16, 17, 20-23 RVR60) Así que en nuestra definición de espiritualidad cristiana, tenemos que observar con mucho cuidad no caer en el error de asumir que ayunar es una activad más santa o agradable ante los ojos de Dios, simplemente porque pensamos que de alguna manera lo material (como comer un buen filete) tiene que ser una actividad inferior a lo inmaterial o espiritual, como el ayunar o el orar. La bondad intrínseca de la creaciónEn realidad, la enseñanza de la Escritura es totalmente contraria a la idea de que lo material es malo o inferior. En el relato de la creación leemos constantemente la evaluación del Creador acerca de Su obra: "Y vio Dios que era bueno" (Génesis 1: 4, 10, 12, 18, 21, 25). El relato de la creación culmina diciendo: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera." (v. 31). La creación de Dios no fue algo malo. Ni siquiera nos debemos atrever a decir que fue algo aceptable. La creación fue perfecta. Fue en gran manera buena. ¿Se ha dado usted cuenta de que Dios creó este mundo para que lo disfrutáramos? Piénselo de la siguiente manera: Dios no sólo creo al hombre con el sentido de la vista. También creó la infinita gama de colores para que pudieramos apreciarlos y los hermosos paisajes -así como el increíble atardecer- para que los admiráramos. Dios no sólo creo nuestro sentido del olfato. También tenemos la capacidad de distinguir aromas que deleitan nuestros sentidos. Dios no sólo nos creó como seres con la capacidad de reproducción. También nos creó con la capacidad de recibir deleite en ese mismo acto (sino me cree, lea por favor el libro de Cantar de los Cantares). De la misma manera, Dios no sólo nos creó con la necesidad de alimentarnos para nuestro sustento físico. También nos creó con el sentido del gusto, con la capacidad de disfrutar diferentes sabores -dulce, salado, amargo y sus combinaciones- y ser en cierta manera extasiados por lo que sentimos en nuestro paladar. Así que, Bíblicamente hablando; el disfrutar de un delicioso filete no tiene nada de malo. Al contrario, es parte de lo que significa ser humano y creación de Dios. Comer y disfrutar los alimentos en ninguna manera es una actividad inferior al ayuno, pues es parte de lo que nos hace humanos y eso en sí mismo -al igual que las aves cuando cantan- glorifica a Dios. Pero no sólo eso sino que, a diferencia de las aves, cuando recibimos y disfrutamos los alimentos podemos elevar nuestra mirada hacia el Creador y Sustentador y decirle: "¡Muchas gracias Señor, por estos alimentos! Alabado seas por ellos." Glorificamos a Dios cuando recibimos los "alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad." (1 Timoteo 4:3). En cierta manera es por eso que el apóstol Pablo no nos dijo: "Ya sea que ayunen u oren, ofrenden o evangelicen, háganlo todo para la gloria de Dios". Él sabía que esas actividades son buenas y ciertamente glorifican a Dios. Pero él también sabía que nosotros necesitamos oir que podemos -y debemos- glorificar a Dios con toda actividad que emprendamos, sin importar lo ordinaria que esta pareza. No hay actividad para el cristiano que no pueda convertirse en un acto de adoración y gratitud a Dios. Ni siquiera algo tan común como el comer y el beber. Nada más no hagamos un dios del vientreAparentemente hemos demostrado que el ayuno puede ser practicado por motivos erróneos -siendo desagradable a los ojos de Dios- y que el comer puede ser una actividad que glorifica a Dios, cuando disfrutamos del sabor de los alimentos y cuando
sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre... lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre." (Mateo 15:10- 11, 18). El problema es que tomamos los buenos dones de Dios y los convertimos en algo que no deben ser: la fuente de nuestra seguridad y felicidad. Hay quienes, como dice el apóstol Pablo, su "dios es su apetito" (Filipenses 3:19 LBLA). Hay otros que hacen del dinero -o sus posesiones- un ídolo (Colosenses 3:5). Tristemente, casi cada cosa bajo el cielo es susceptible de ser convertida en un ídolo. Y no es por que la creación sea mala. Es porque nuestro corazón es perverso y engañoso. Aquí es donde entendemos la importancia del ayuno para la vida cristiana. En cierta manera, es el abstenernos de los alimentos el que nos hace recordar que: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mateo 4:4 RVR60). ¿Ya ha notado que Jesús utilizó el deleite y la satisfacción del comer y del beber como referentes que nos permiten entender el deleite y satisfacción que existen en conocer a Dios a través de Cristo y en obedecerle? Observe nada más los siguientes ejemplos: "El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás" (Juan 4:14). No sólo Jesús utilizó la imagen de la satisfacción de los alimentos para describir el deleite que existe en Dios. El Antiguo Testamento también utiliza esta imagen: "Gustad y ved que es bueno Jehová" (Salmo 34:8 RVR60). "¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca." (Salmo 119:103 LBLA).
Podemos decir que ésta es otra razón por la cual el disfrutar los alimentos glorifica a Dios. Porque es una realidad que apunta o señala hacia la persona de Dios y los deleites que hay en Él. Si no supiéramos lo dulce que es la miel, no podríamos imaginar comprender que la Palabra de Dios es aún más dulce. Es desde esta perspectiva que podemos decir -sin el temor de caer en el dualismo- que en muchas ocasiones el ayunar y abstenernos de los alimentos es mejor para nuestra alma y también para nuestro cuerpo -pues somos un ser integral-. Y es que, constantemente necesitamos ser recordados que nuestro fin último no es glorificar el vientre y disfrutar de los alimentos para siempre, sino glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Muchos de nosotros -me incluyo por supuesto- necesitamos abstenernos más de los alimentos para recordar esta verdad. Pero luego también necesitamos sentarnos a la mesa y disfrutar de una deliciosa cena por la cual agradezcamos de corazón a Dios y que ésta nos recuerde los deleites que hay en Su presencia. Ésta es entonces la esencia del ayuno: No el despojarnos de lo material -ya sea malo o inferior- para ir tras lo espiritual. Es despojarnos de algo que es bueno, para perseguir algo que es mejor. Es renunciar temporalmente de un deleite que es bueno y que glorifica a Dios, por un deleite que es mejor y que también glorifica a Dios. Y al igual que el apóstol Pablo recomendaba a los corintos abstenerse temporalmente de las relaciones sexuales en el matrimonio para dedicarse a la oración, pero que sin dejar pasar mucho tiempo volvieran a unirse, también es recomendable para nosotros abstenernos temporalmente de los alimentos para dedicarnos a la lectura y la oración, para luego volver a comer y disfrutar. Así que, ¡Provecho!
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