Nos encontramos ya en el último mes del año y por supuesto por todos lados escuchamos hablar sobre la Navidad. Por desgracia, nuestra intensamente secularizada cultura occidental ha desvirtuado esta celebración cristiana al punto de dejarla desprovista de su verdadero significado, y la ha "rellenado" (por decirlo de alguna manera) de mero sentimentalismo y consumismo. Ante esta clase de presión cultural, los creyentes debemos de manera intencional comunicar el mensaje de que la celebración de la Navidad tiene un significado que sobrepasa por mucho el sólo disfrutar de una rica cena y de intercambiar regalos. La celebración de la Navidad nos permite recordar el milagro de la encarnación: la realidad de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre para rescatar a los perdidos. Hace unos días escuché la frase de que la "Navidad representa la inaguración de Jesús como un misionero en el mundo". Esta descripción es tan cierta como digna de recalcar. La encarnación significa que el Hijo de Dios dejó el lugar y la posición que le pertenecían, para acercarse a los pecadores con el mensaje de reconciliación y salvación. Jesús lo dejó todo atrás para no solo llevar el mensaje de salvación al ser humano, sino tambien para llevar para efectuar esa salvación al vivir una vida sin pecado y al morir en la cruz como nuestro sustituto. Se puede decir que Jesús es el misionero por excelencia. Si bien lo anterior es sumamente importante, también quisiera decir que la encarnación de Jesús representa mucho más que la inauguración de un ministerio como misionero. La encarnación del Hijo de Dios representa también la redención de toda la experiencia humana. Pues si bien se puede decir que Jesús vino como misionero al mundo, no debemos olvidar que Jesús vino a vivir 30 años de una vida completamente ordinaria, como hijo y hermano de una familia ordinaria, vecino y ciudadano de la region ordinaria de Galilea, aprendiendo un oficio ordinario (carpintería) y trabajando con sus manos todos los días para sustentarse. La misión de Jesús en la tierra también fue la de rescatar y dignificar la vida ordinaria del ser humano cuya vocación puede ser ya sea la de evangelista o la del carpintero. Y es que en realidad, ambas vocaciones representan una misión en este mundo. Es por ello que creo que necesitamos ampliar nuestro concepto de misiones. Relacionado a esto, quisiera compartirles una cita de los autores Michael W. Goheen y Albert M. Wolters: El lenguaje de “testificar” y de “misión” fácilmente puede ser malentendido. Con frecuencia, el concepto de testificar y de misión ha sido reducido a enviar misioneros y evangelistas, o a encuentros evangelísticos con nuestros vecinos o compañeros de trabajo. Mientras que todo esto es importante, el testificar no puede ser reducido a una articulación verbal del evangelio, ni a un tipo de actividad de servicio. Somos llamados, en la totalidad de nuestras vidas, a testificar acerca del reino de Dios. Debido a que es un testimonio respecto al reino, y debido a que ese testimonio es de palabra, de hechos y de vida, en una perspectiva podemos decir que la totalidad de la vida es testimonio. La tarea del pueblo de Dios es hacer notorio las buenas nuevas del renovado reinado de Dios sobre la totalidad de la creación. La autoridad real de Cristo se extiende sobre todo el mundo. La misión de Dios es igualmente comprehensiva: personifica las buenas nuevas que Jesús otra vez reina sobre el matrimonio y la familia, el negocio y la política, el arte y el deporte, la recreación y la erudición, el sexo y la tecnología. Debido a que el evangelio es un evangelio del Reino, esa misión es tan ancha como la creación. El Testimonio Contemporáneo de la Iglesia Cristiana Reformada de Norteamérica, titulado Nuestro mundo pertenece a Dios, lo confiesa elocuentemente: M. Goheen y A. Wolters en La Creacion Recuperada La Navidad -es decir, el mensaje de la encarnación del Hijo de Dios- nos recuerda que la pregunta para cada uno de nosotros no es si soy un misionero o no. Todos lo somos. La pregunta correcta más bien es: ¿Cual es la misión específica que Dios me ha encomendado?
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