Semillas de Gracia
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7/11/2015 0 Comentarios

Lo que un accidente de tránsito me recordó del Evangelio

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En esta semana me ocurrió un accidente de tránsito en el que estuvieron involucrados tres vehículos. Yo me encontraba completamente detenido detrás de una larga fila de automóviles que esperaba que el semáforo del próximo cruce cambiara de rojo a verde. Lo mismo hacía la camioneta que se encontraba inmediatamente detrás de el vehículo que yo conducía. De repente se escuchó un tremendo rechinar de llantas y un fuerte impacto: otro vehículo había golpeado a una velocidad considerable la camioneta detrás de mí. La fuerza del primer impacto fue tal que la camioneta detrás mío fue impulsada hacia delante golpeando el automóvil que conducía. Gracias a Dios, aunque los daños al vehículo que causó el accidente fueron tremendos (prácticamente una pérdida total del auto) ninguno de los tres conductores salimos lesionados. El daño exterior (todavía no ha sido valorado en un taller) a mi automóvil fue mínimo: aparentemente unos rasguños.

Claro está, en los momentos inmediatos a un accidente tienes poco tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido y los posibles "hubieras". Estás demasiado ocupado con el intercambio de información de pólizas de seguro y hablando con agentes de policía como para pensar detenidamente en los recién acontecido. Pero una vez llegas a casa tienes tiempo para meditar en todo lo que sucedió.

¿Y si no me hubiera alineado en ese carril? Instantes antes del accidente tomé la decisión consciente de pasarme a ese carril -aunque la línea de autos era larga- en contra de seguir adelante y seguir una ruta diferente a casa. ¿Y si hubiera salido de la oficina media hora más tarde, como originalmente había planeado temprano en la mañana? Pero al final decidí salir a la hora acostumbrada de la oficina. Dicen que el "hubiera" no existe, pero muchas veces no puedo evitar pensar de esa manera. Gracias a Dios, mis pensamientos fueron detenidos por otro "hubiera" más. ¿Y si la camioneta que me golpeó no hubiera estado detrás de mí y en vez de recibir un impacto secundario hubiera recibido el golpe directo de la primera camioneta? Todo HUBIERA sido diferente. De repente la perspectiva de todo es diferente. Dios no tenía que permitir que el accidente sucediera de la manera en que lo hizo. Gracia. Dios no tenía que ordenar los acontecimientos como fueron, pero decidió hacerlo.

Inmediatamente no pude evitar relacionar los acontecimientos del accidente con la historia del evangelio. La Biblia me dice que, debido a mis pecados, no solo merezco la muerte (Romanos 6:23) sino que la ira de Dios estaba sobre mí (Romanos 1:18; Efesios 2:3). Pero Cristo, al igual que el vehículo detrás mío, absorbió toda la fuerza de la ira de Dios en la cruz del calvario, de manera que la justicia de Dios fue satisfecha (Romanos 3:25 y 26). Si no hubiera sido por Cristo, yo tendría que recibir ese impacto. Gracia. Dios no tenía que ordenar los acontecimientos de esa manera, pero decidió hacerlo. Cristo no tuvo que morir por mis pecados. Pero lo hizo. Así que, después de todo puedo estar seguro que todo lo que me acontece es una muestra de misericordia de Dios hacia mí. Dios ya no está airado conmigo. Su ira ha sido satisfecha. Dios ahora me muestra su gracia. Sea que en un accidente de tránsito salga bien librado o no.  

Sé que quizás resulta un poco más fácil decirlo cuando en realidad el accidente no tuve mayores consecuencias sobre mí. Diferente sería que mi automóvil hubiera quedado desecho o yo hubiera tenido que ser hospitalizado con heridas de gravedad. Pero conozco a personas cuya historia ha sido diferente. Conozco a quienes han padecido cáncer y en medio de su enfermedad afirmar que Dios los trata con gracia. Conozco a quienes han perdido su empleo y en medio de la necesidad económica afirmar que Dios los trata con gracia. Conozco quienes han perdido hijos y en medio del dolor de los recuerdos afirmar que Dios los trata con gracia. Ese es el poder del Evangelio de Jesucristo. El cual estoy agradecido que este accidente de tránsito me recordara.


En Evangelio.
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