19/6/2016 0 Comentarios La Carrera del CristianoPor tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón. (Hebreos 12:1-3 LBLA) IntroducciónQuizás usted no se lo hubiera imaginado, pero resulta que soy aficionado a los deportes. Como tal, cada cuatro años disfruto mucho de ese período de aproximadamente quince días en el que miles de atletas y deportistas de más de doscientos países se reúnen para participar en las Olimpiadas. De entre los deportes olímpicos que normalmente sigo (además del fútbol claro está), están las pruebas de resistencia como la marcha atlética y el maratón. Me gusta estar al pendiente de dichos eventos porque históricamente son disciplinas en las que México ha destacado y casi siempre hay una esperanza, aunque sea pequeña; de obtener una medalla (o al menos eso es lo que las televisoras nacionales quieren que creamos). Además, creo que las pruebas de resistencia ofrecen una clase de emoción especial, diferente a la que se siente en las competencias de velocidad como la natación o la carrera de los 100 metros planos. Muchas anécdotas deportivas muy interesantes se han formado dentro de las pruebas de resistencia. Una de ellas es la historia de John Stephen Akhwari, el corredor de Tanzania que terminó en el último lugar dentro del maratón olímpico de México 68. Akhwari impuso un record de tiempo que hasta ahora nadie ha podido romper ya que, en toda la historia ningún corredor ha tardado tanto en llegar a la meta final. Lesionado en el camino, Akhwari logró entrar al estadio, cojeando, con su pierna vendada y sangrando. Más de una hora había pasado ya desde que el penúltimo de los corredores había completado la carrera. Sólo unos cuantos espectadores quedaban en las gradas cuando Akhwari finalmente cruzó la meta. Cuando se le preguntó por qué había continuado la prueba a pesar de todo el dolor que sentía, Akhwari contestó: “Mi país no me envió a México para comenzar la carrera. Me envió aquí para terminarla”. Curiosamente, las Escrituras comparan la vida cristiana con una carrera que no solamente se debe comenzar; sino que es necesario terminar. Por ejemplo, al final de su vida el apóstol Pablo, sabiendo que le quedaba poco tiempo en este mundo, le escribe a su amado discípulo Timoteo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe (2 Tim. 4:7) Note que Pablo utiliza dos analogías para hablar de su propia vida de fe: una batalla y una carrera. Estos dos símiles no se contraponen sino más bien se complementan. La palabra “batalla” hace referencia a la intensidad y dificultad de la vida cristiana, mientras que “carrera” nos habla de la extensión y de la perseverancia necesaria para vivirla. En otras palabras, Pablo esta diciendo: “Toda mi vida ha sido como una batalla y como una carrera. Para mí, mantener la fe ha sido una lucha que ha durado toda mi vida. El confiar en las promesas del Padre y caminar por fe en el Hijo de Dios ha sido una guerra que se ha extendido a lo largo de toda mi vida. He luchado para estar satisfecho en Dios y con todo lo que Él es para mí en Jesús. Día y noche, por todos los medios que me fueron dados, corrí la carrera de perseverancia”. En el versículo 1 del capítulo 12 de Hebreos, el escritor sagrado utiliza también la misma analogía de la carrera, para enseñarnos sobre la necesidad de perseverar en la vida cristiana. De aquí obtenemos nuestra primera enseñanza. 1. La Vida Cristiana Es Como Una CarreraCuando se nos habla de que la vida cristiana es como una carrera, se nos da a entender que ser cristiano requiere de esfuerzo y disciplina. Pero sobre todo, que la vida de fe requiere de perseverancia, de resistencia y de permanecer aún bajo situaciones extenuantes y difíciles. Ésta descripción podría parecer extraña y, de cierto modo; legalista. Pero la verdad es que muchos de nosotros nos comportamos como si la vida cristiana fuera algo fácil: Los domingos en la mañana nos levantamos, tomamos el desayuno tranquilamente, nos vestimos de manera elegante, cargamos nuestra Biblia bajo el brazo (quizás el mayor esfuerzo que hagamos), acudimos a la iglesia, cantamos bonito, ofrendamos, escuchamos un buen sermón y nos regresamos a casa. No sabemos nada o no hemos experimentado nada de la lucha ni de la batalla, nada del cansancio de la carrera. La Biblia en ninguna parte compara la vida cristiana con un día en la playa, recostados en una hamaca y con una piña colada en la mano. Al contrario. Para Jesús, la vida cristiana es como tomar una pesada cruz (Mateo 16:24) y llevarla a cuestas para seguirle. Para el apóstol Pablo la vida cristiana es como estar crucificado para hacer morir el pecado en nosotros (Romanos 6:6; Gálatas 2:20). La vida cristiana requiere que muchas veces tomemos la difícil y dolorosa decisión de cortarnos la mano o sacarnos el ojo que nos hace pecar (Mateo 5:28-30). En otras palabras, la Biblia no dice nada sobre un Cristianismo fácil que se vive sin esfuerzo. Pablo no reconoce un Cristianismo que no sea semejante a correr una larga y cansada carrera o pelear una fiera batalla. Esa es la razón por la cual el punto principal de nuestro texto es imperativo: Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1) Estas palabras constituyen un llamado a que veamos nuestra vida como una carrera que debe correrse con pasión, celo, energía y disciplina. Cuando se nos dice que nos despojemos “de todo peso y del pecado que nos asedia” lo que significa es que debemos tomarnos en serio esta carrera. 2. La Vida Cristiana Es Como Una Carrera Que Podemos TerminarSi bien el comparar la vida cristiana con una carrera nos indica del esfuerzo y paciencia que se requiere, la intención del autor es motivar a sus lectores originales (y a nosotros) a no desesperar y continuar, pues la vida cristiana es una carrera que ciertamente se puede acabar. La primera motivación que el texto nos presenta para continuar la carrera de fe se encuentra en el versículo 1: “teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos”. Con estas palabras, el autor hace referencia a los hombres y mujeres mencionados en el capítulo 11 de la epístola, cuya vida da testimonio de su fe y también incluye a todos los santos que desde entonces han terminado la carrera antes que nosotros. La idea es que, mientras corremos; hay una densa y grande muchedumbre de testigos alrededor de la pista. En palabras de Calvino: Estamos rodeados por este numeroso séquito, de modo que a donde quiera que volvamos los ojos inmediatamente nos topamos con muchos ejemplos de fe. Aunque al principio no lo parezca, ésta es una realidad que nos debe motivar. Para tal efecto, es importante que observemos que el autor no llama a los santos del pasado “espectadores”, sino testigos. La palabra “testigo” en el original griego es martus (µάρτυζ), de donde proviene la voz castellana mártir, que significa “uno que da testimonio mediante su muerte”. El vocablo denota entonces a uno que puede certificar de aquello que ha visto, oído o conoce. La idea entonces de llamar a todos estos santos “testigos” no lo es tanto para decir que ellos nos están observando, sino más bien para decirnos que ellos están lo suficientemente cerca como para poder observarlos y escucharlos mientras corremos. Al correr la carrera observamos hacia la multitud y nos damos cuenta que cada uno de ellos terminó la carrera y nos dice: “Se puede hacer. Se puede hacer”. Dicho de otra forma, estas personas del pasado forman una multitud que nos da testimonio sobre el valor y la bendición de vivir por fe. La gran multitud no está compuesta por espectadores que nos critica y nos rechifla al tropezar, sino por aquellos cuya vida de fe anima y motiva a vivir de esa manera. El corredor debe inspirarse por los ejemplos de piedad que esos santos establecieron durante su vida. Ahora bien, de manera personal considero que en este punto es importante resaltar que hacemos bien en mirar a todos estos testigos, pero no como "súper" hombres o mujeres que podemos admirar pero que nunca podremos ser como ellos. En el evangelicalismo tenemos la tendencia de que, cuando se habla de los “grandes hombres de la fe”; resaltamos sus grandes atributos: su valentía, su coraje, su determinación y su gran fe, y minimizamos sus defectos y pecados. Al hacerlo, sacamos del contexto bíblico las historias divinamente inspiradas y las dejamos desprovistas de su verdadero propósito, que es conducirnos a un Dios de gracia y salvación. La realidad es que la Escritura nos presenta a hombres y mujeres con pasiones semejantes a las nuestras (cf. Santiago 5:17), con luchas, problemas familiares y pecados como los nuestros pero que por fe y por gracia acabaron la carrera. La Biblia nos habla no sólo de un Abraham que dejó su tierra por fe y que estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo en obediencia a Dios, sino también nos presenta a una persona con temor al hombre, mentiroso y que en una ocasión decidió tomar las riendas de su vida queriendo apresurar el plan de Dios. Jacob no sólo dedicó por fe el diezmo de todas sus posesiones futuras, sino que también fue un engañador y propenso a tener ídolos en su hogar. José fue odiado por su familia y por más que se esforzaba en obedecer, parecía que nunca le iba bien. Moisés no sólo fue el profeta humilde de Dios, también fue un asesino con registros de propensión a la ira. David no sólo es descrito como un hombre conforme al corazón de Dios, sino también como quien cometió adulterio y asesinato. Jonás desafió el llamamiento de Dios. Pedro negó tres veces a su Señor y luchó con el temor al hombre. Juan Marcos abandonó su ministerio en las misiones. Como lo dijera en una ocasión el predicador Paul Washer: No hay grandes hombres o mujeres de Dios en las Escrituras o en la historia de la Iglesia, solamente hay hombres y mujeres débiles, pecadores, e infieles de un Dios grande y misericordioso. La Escritura no exalta nunca a los hombres que aparecen en ella. No lo hagamos nosotros tampoco. Más bien, el autor de Hebreos quiere que meditemos en la fe que por gracia operó en ellos, y nos demos cuenta que el mismo poder y fe que los hizo terminar la carrera nos llevará también a nosotros a la meta. En Santificación
0 Comentarios
Tu comentario se publicará una vez que se apruebe.
Deja una respuesta. |
Archivos del blogAgosto 2017 Julio 2017 Junio 2017 Abril 2017 Marzo 2017 Febrero 2017 Enero 2017 Diciembre 2016 Noviembre 2016 Octubre 2016 Septiembre 2016 Agosto 2016 Julio 2016 Junio 2016 Mayo 2016 Abril 2016 Marzo 2016 Febrero 2016 Enero 2016 Diciembre 2015 Noviembre 2015 Octubre 2015 Septiembre 2015 Agosto 2015 Julio 2015 Junio 2015 Mayo 2015 Abril 2015 Marzo 2015 Febrero 2015 Enero 2015 Diciembre 2014 Octubre 2014 Septiembre 2014 Agosto 2014 Julio 2014 Junio 2014 Mayo 2014 Abril 2014 Marzo 2014 Febrero 2014 Enero 2014 Diciembre 2013 Abril 2013 Enero 2013 Diciembre 2012 Marzo 2012 Mayo 2011 Febrero 2011 Enero 2011 Diciembre 2010 Noviembre 2010 Julio 2010 Junio 2010 Mayo 2010 Abril 2010 Marzo 2010 Febrero 2010 Enero 2010 Diciembre 2009 Noviembre 2009 Octubre 2009 Septiembre 2009
|
Fotos utilizadas con licencia Creative Commons de Neticola, Brett Jordan, Anna & Michal, chriswasabi, Ryk Neethling