Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11:40 LBLA) Al final del capítulo diez en el Evangelio de Juan, vemos a Jesús enseñando al otro lado del río Jordán, alejado de Jerusalén y de los fariseos que tenían toda la intención de apedrearlo (Jn. 10:31, 39). Pero ahora en el capítulo once lo vemos regresar de nuevo con sus discípulos al área de los alrededores de la ciudad (Betania se encontraba a poco menos de tres kilómetros de ella) a causa de la enfermedad y muerte de un amigo. Aunque en el Evangelio de Juan es la primera vez que se menciona a la familia de Marta, María y Lázaro, sabemos que los tres eran cercanos a Jesús y que Él en varias ocasiones se quedó con ellos en su casa para enseñar y comer (cf. Lucas 10:38-42). La resurrección de Lázaro que se relata en éste capítulo constituye la última y más dramática señal de Jesús en todo el Evangelio de Juan. Éste milagro también sirvió como el evento climático que desencadenó la decisión de los líderes judíos de asesinar a Jesús, plan que finalmente desembocó en la traición de Judas y en la muerte de Cristo en la cruz. Todo el evento nos enseña muchas verdades valiosas, algunas de las cuales mencionamos a continuación. 1. La muerte de Lázaro nos recuerda que vivimos en un mundo quebrantadoLa primera verdad que aprendemos en este pasaje es que estamos en un mundo quebrantado. La Biblia nos enseña que esto no siempre fue así. Sabemos que Dios creó el mundo “bueno en gran manera” (Gen. 1:31) pero que la entrada del pecado trajo consigo la muerte (Gen. 2:17, Rom. 5:12; 6:23), así como dolor, relaciones rotas, frustración y las dificultades de un mundo bajo maldición (Gen. 3:16-19). Todo el Evangelio de Juan nos recuerda el hecho de que estamos en un mundo quebrantado por el pecado, en el que una mujer puede vivir en adulterio con un varón tras otro sin encontrar nunca la satisfacción que busca (Jn. 4:1-26), en el que un padre puede ver a su hijo enfermar y morir sin poder hacer nada al respecto (Jn. 4:43-54), en el que un joven puede quedar inválido y permanecer así por treinta y ocho años, postrado en el suelo y sin poder ayudarse (Jn. 5:1-9), en el que un ciego de nacimiento es abandonado -incluso por sus propios padres- para mendigar (Jn. 9:1-12), en el que los amigos y familiares enferman y mueren trágicamente (Jn. 11:1-44), en el que las personas traicionan a sus amigos por dinero (Jn. 13:11) y en el que el inocente es acusado falsamente, juzgado injustamente y asesinado con crueldad (Jn. 18 y 19). Pero quizás de todas las historias en este Evangelio, el capítulo 11 es el que refleja con mayor crudeza el dolor de la enfermedad y de la muerte. Casi podemos sentir la desesperación de Marta y de María al enviar por Jesús, y su decepción de no verlo llegar a tiempo para sanar a su hermano. Vemos las lágrimas, escuchamos el llanto de tristeza y el dolor que las siguientes palabras expresan: “Señor, si hubieras estado aquí…” (Jn. 11:21, 32). Son las palabras que expresan la duda de saber que Dios pudo haber hecho algo respecto a nuestra situación pero aparentemente no lo hizo. Y esto nos conduce a la segunda verdad que aprendemos en este pasaje 2. Jesús a veces no responde a nuestras peticiones exactamente como nosotros lo deseamos“¿No podía éste, que abrió los ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera?” (Jn. 11:37), es la pregunta que se hicieron los judíos. Y aunque ellos se cuestionaban en incredulidad, nosotros que hemos leído el Evangelio desde su inicio sabemos que Jesús SÍ pudo haber evitado que Lázaro muriera. ¿No podía acaso Jesús sanar a Lázaro desde donde se encontraba, sin tener que acudir a él? ¡Por supuesto que sí! El mismo evangelio de Juan nos narra cómo Jesús sanó al hijo del “oficial del rey” que se encontraba “al borde de la muerte”, quien se curó exactamente en el mismo instante en que Jesús lo declaró (Jn. 4:46-53). Así que aunque Jesús pudo sanar a Lázaro sin tener que acudir a Betania, vemos que Él decidió no hacerlo de esa manera. Además, en este pasaje también leemos que Jesús, después de haber recibido la noticia acerca de Lázaro, retrasó su salida por otros dos días (v. 6); de manera que para el tiempo en que Jesús llegó a la ciudad de Betania, su amigo se encontraba ya en la tumba desde hace cuatro días (v. 39). Lo que observamos es que Jesús deliberadamente se retrasó en partir, para que cuando Él llegara con Su amigo, éste sea ya un cadáver en descomposición. Pero, ¿por qué lo hizo? Jesús les dijo a Sus discípulos por adelantado cuál era el propósito del milagro que ellos estaban a punto de presenciar. Por Sus palabras, podemos aprender lo siguiente. 3. Cada circunstancia en nuestra vida es ordenada por Dios para Su propia gloria y para el bien de los que creen en Él.Jesús les enseñó a Sus discípulos que tanto la enfermedad como la muerte de Lázaro, así como todas las circunstancias alrededor del evento tenían un doble propósito divino:
Si hay algo que aprendemos en el Evangelio de Juan es que cada circunstancia por la que atravesamos (incluyendo aquellas que producen dolor y sufrimiento) tiene un propósito establecido por Dios. ¿Recuerdan lo que Jesús le dijo a Sus discípulos cuando le preguntaron acerca del ciego de nacimiento (Jn. 9:1-3)? Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. Según Jesús, la razón por la que aquel hombre estaba ciego no era por su pecado o el de sus padres, sino porque su ceguera serviría al propósito de manifestar las obras de Dios (que señalarían a Jesús como el Mesías). No sólo el Evangelio de Juan, sino que la enseñanza consistente de toda la Escritura es que: Dios, el Gran Creador de todo, sostiene, dirige, dispone, y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible y al libre e inmutable consejo de su propia voluntad, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia. Pero en Su providencia, Dios no sólo gobierna todas las cosas para “la alabanza de [Su] gloria,” sino también para el bien de los que creen en Él. El apóstol Pablo enseña en la epístola a los Romanos: “sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Rom. 8: 28). Muchas veces, en el momento mismo de la aflicción no podemos entender cómo determinada circunstancia es para el bien de los que creen en Él, pero con el paso del tiempo es posible llegar a ver la mano providencial de Dios en ella: Entonces dijo José a sus hermanos… Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá arada ni siega. Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto. Daos prisa, id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. (Gen. 45:4-9) Así que, ahora que conocemos un poco del propósito divino, podemos seguir estudiando este pasaje preguntándonos: 1. ¿Cómo estos eventos revelan la gloria de Dios? 2. ¿Cómo este milagro fortalece la fe de los discípulos? 4. Jesús se compadece de nuestro sufrimiento y llora con nosotros¿Cómo reaccionó Jesús cuando vio llorar a María? La primera reacción que Juan registra para nosotros es: “se conmovió profundamente” (v. 33). Esta frase traduce un término griego que era utilizado para describir el bufido de los caballos al entrar en batalla. Es una palabra que siempre sugiere ira o indignación. La segunda reacción que se registra es que Jesús “se entristeció” y “lloró” (v. 35). La actitud de Jesús era tan evidente que los judíos se dieron cuenta de cuánto amaba Jesús a Lázaro y a sus hermanas (v. 36). En resumen, vemos a Jesús: • Enfurecerse ante la muerte en el mundo de Dios. • Agitado por el dolor que la muerte causa. • Con una pena genuina por la muerte de un amigo. ¿Qué nos enseña esto acerca de Jesús? La combinación de ira, ansiedad y pena nos muestra la verdadera humanidad de Jesús y Su profundo amor y cuidado por Sus amigos. La reacción de Jesús ante la muerte de Lázaro también nos muestra cómo es Dios: • Él es un Dios de amor y cuidado. • Él muestra compasión, incluso ira ante la muerte en el mundo. • Él conoce la pena – Dios entiende lo que nos impacta. Jesús conoce nuestro sufrimiento y se identifica con Él y esa compasión es parte de Su gloria. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Heb. 4:15) 5. Jesús vino al mundo para rescatarnos de este mundo quebrantadoUno de los principales errores que se comete al leer los Evangelios es concluir que Dios va a resolver todo dolor y sufrimiento de este lado de la eternidad. Leemos que Jesús sanó a los enfermos y resucitó a los muertos y erróneamente concluimos que el propósito de Dios es obrar esta misma clase de milagros todo el tiempo entre nosotros. Pero ésta conclusión pierde de vista el verdadero significado y propósito de los milagros realizados por Jesús. Primero, note la naturaleza temporal de esos milagros: El vino que Jesús milagrosamente obtuvo del agua se agotó con el paso de las horas. La multitud, después de haber comido de los panes y peces multiplicados sintió hambre al otro día. Lázaro, con el paso de los años volvió a morir y fue enterrado, probablemente en la misma tumba de la cual había salido. De la misma manera, todos aquellos que fueron sanados por el Señor pudieron volver a enfermarse o pasar aflicción. Ninguno de los milagros de Jesús constituyó una solución definitiva a nuestro quebrantamiento. Segundo, quiero que note la naturaleza limitada o selectiva de esos milagros. Observe la descripción que Juan hizo de la enorme cantidad de enfermos que estaba en el estanque de Betesda: “En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua” (Jn. 5:3) Y de toda esa multitud, ese día Jesús sanó tan solo a uno. Como hemos aprendido, Juan nos enseña que los milagros de Jesús no constituyen la principal razón por la cual Él vino al mundo. Éstos más bien eran señales que apuntaban hacia Su divinidad como el Mesías esperado. Los milagros eran señales hacia la verdadera obra de Salvación que Jesús iba a hacer en la cruz. La cruz –no los milagros– es la verdadera solución a nuestros problemas, pues la cruz es la solución para el origen de nuestros problemas: el pecado. En la cruz, Jesús murió en lugar de “el pueblo” para que este “no perezca” (v. 50) y sea salvo de sus pecados. La cruz es la que hace posible la esperanza de una resurrección que será definitiva y para siempre. Los milagros de Jesús son tan sólo una sombra de una realidad futura, una señal que apunta a una realidad consumada que aún aguarda a los que esperan el regreso del Señor: Un cielo nuevo y una tierra nueva en el que ya no habrá más muerte, no habrá más duelo, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:1-8) Reflexión finalA partir de la Caída, ha habido una maldición sobre la tierra la cual ha sumergido a todos sus habitantes en el desastre, las lágrimas, la enfermedad y la tumba. El pecado no era el propósito de Dios para el hombre. Todas las cosas en el mundo fueron creadas para el bien y la bendición del hombre, pero el pecado corrompió esa bondad y bendición y trajo en vez de ella la maldición. En el tiempo de Dios el pecado habrá terminado su curso y será destruido para siempre. Si Jesús pudo hacerlo con Lázaro, seguro que entonces Él puede levantar a los muertos de sus tumbas al final de los tiempos. Categorías: Sufrimiento.
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