Cualquier persona que recorra todo lo que he escrito en este blog a lo largo de los años, se podrá dar cuenta que uno de los temas sobre el cual más he hablado es el del sufrimiento. No es que me considere un experto en dicho tema. No considero que mis experiencias dolorosas en este mundo hayan sido muchas o muy intensas, como para hablar desde el lado de la experiencia. Tampoco me considero un profundo conocedor de todos los aspectos bíblicos y teológicos necesarios que me permitirían aconsejar a una persona que está sufriendo. Y sin embargo el sufrimiento es algo de lo que constantemente me encuentro escribiendo, leyendo y pensando. Quizás es porque considero que el sufrimiento del creyente en particular y del ser humano en general es uno de las realidades que tienen el mayor potencial de demostrar y exhibir la soberanía, sabiduría y gloria de Dios. Quizás es porque sé que tarde o temprano me tocará estar también en una situación en la que mi fe en Dios se probará a través de la experiencia del dolor, ya sea físico o espiritual (¿es posible separar el uno del otro?). Sea como sea, el sufrimiento y sobre todo la soberanía de Dios sobre éste es uno de los temas que más me intrigan y me hacen pensar. En esta ocasión me gustaría compartirles un poema anónimo que habla profundamente del sufrimiento del creyente y del propósito secreto de Dios al hacer pasar a uno de Sus hijos por tal tipo de experiencias. Lo escuché por primera vez hace varios años recitado por el pastor Arturo Azurdia en uno de sus sermones. También me he llegado a enterar que este poema significó mucho para Joni Eareckson Tada en una etapa de su vida. El poema lo pueden encontrar también en este enlace, para aquellos que quieran leerlo y ser impactados por su mensaje en su idioma original, con toda la belleza que realmente tiene y que mi muy pobre traducción le hace perder. Al final, espero que todos los que lo lleguen a leer y que en este momento estén pasando por una situación muy difícil, recuerden que Dios tiene un propósito redentor en todo ello. Que Él en verdad sabe lo que se propone. Cuando Dios desea instruir a un hombre, estremecer a un hombre y capacitar a un hombre.
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