23/4/2016 0 Comentarios Cuando un amigo nos hiereEl viernes de la semana pasada parecía indicar que todo iba a transcurrir de manera normal en la rutina de recoger a mi hija de la escuela: la espera de siempre a la puerta del edificio, la maestra indicando a los niños uno por uno que ya se puede ir, el abrazo que cada día ella me da después de no haberme visto por dos horas y media, así como la caminata hacia el auto escuchándola hablar de lo que hizo en el receso o de los dibujos que hizo en clase, entre otras cosas. Nada parecía estar fuera de lo rutinario hasta que, estando ya en el vehículo camino a casa; ella me dice: "¡Papi, Jaime me dijo que ya no quiere ser mi amigo!" Volteo rápidamente a verla en su asiento y sus ojos ya están llenos de lágrimas. Jaime es el niño con el que mi hija más se ha relacionado de todo su grupo (podría decirse que es su mejor amigo). Según su maestra, durante sus primeros meses en la escuela eran prácticamente inseparables: jugaban juntos en el receso todos los días, muchas de las actividades en el salón de clases las hacían entre ellos... En fin, hasta en los días de excursión se sentaban juntos en el autobús escolar. Aunque ahora mi hija interactúa mucho más con otros niños, Jaime todavía tiene un lugar especial en los afectos de mi hija. Así que puedo saber con certeza que las lágrimas de la niña de cinco años que está llorando en la parte trasera del automóvil son de verdadera tristeza. "¿Y tú que le respondiste a Jaime?" Le inquirí. "Pues le dije que yo tampoco quiero ser su amigo" me respondió entre lágrimas. Las palabras de mi hija sin lugar a dudas revelan que ella es tan pecadora como yo, con la misma necesidad que la mía de un Salvador. Al igual que yo en muchas ocasiones, mi hija respondió pecaminosamente a la palabras hirientes de un amigo. Es por eso que, en la medida de mis capacidades, en medio de esa situación traté de llevar a mi hija a Jesús y al evangelio para ayudarle a resolver este problema. A continuación les comparto algunas de las cosas que le dije. Acude a Jesús, porque Él entiende cómo te sientesTodos nosotros hemos sido ofendidos o heridos por un amigo. Pero pocos de nosotros hemos experimentado la traición y el abandono como Jesús lo hizo. Él fue traicionado por uno de sus amigos y vendido por tan sólo treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16). En el momento en que más los necesitaba a su lado, sus amigos lo dejaron sólo (Mateo 26:56). Para culminar la afrenta, Jesús fue negado tres veces por quien quizás era su discípulo y amigo más cercano (Mateo 26:70-75). Imagina el dolor en el corazón de nuestro Señor al escuchar (o al menos observar) la actitud de Pedro al negarle (Lucas 22:61). Así que cuando un amigo nos ofende o nos hiere, no estamos sólos. Jesús entiende perfectamente cómo nos sentimos y por eso podemos acudir a Él con nuestro dolor, sabiendo que somos comprendidos y recibidos. Acude a Jesús, porque Él te da el ejemplo de cómo perdonar a tu amigoEntre otras cosas, le señalé a mi hija cómo Jesús a pesar de todo el dolor que recibió por parte de Sus amigos, les perdonó y recibió de nuevo. En especial, le mostré cómo nuestro Señor después de resucitar, a una de las primeras personas que buscó fue precisamente Pedro (Lucas 24:34; 1 Corintios 15:5). También le hice ver la manera en que Jesús lo perdonó y le hizo saber que seguían teniendo la misma (o una mejor) relación de amistad y amor (Juan 21). Con el ejemplo de Cristo, invité a mi hija a perdonar a Jaime y a que la siguiente vez que lo viera le dijera: "Todavía quiero ser tu amiga." Esa noche y las siguientes oramos por Jaime antes de irnos a dormir. Acude a Jesús, porque también necesitas Su perdón Una de las cosas que no quise dejar pasar, es que mi hija se diera cuenta de que necesita a Jesús más que tan sólo como un ejemplo a seguir: "¿Recuerdas las veces que a mamá o a papá nos has dicho: ¡ya no quiero estar contigo!, después que te hemos corregido o disciplinado?" "Ajá" respondió ella suscintamente. "¿Cómo crees que eso nos hace sentir?" Le pregunto de nuevo. "Mal", reconoce ella. "Entonces quiero que te des cuenta de que Jaime no es el único culpable de lastimar a alguien que lo quiere mucho. Tú también lo has hecho. Y por eso necesitas pedir perdón a Dios. Tu también necesitas a Jesús."
Lo cierto es que ninguno de nosotros somos inocentes de haber ofendido o herido a un amigo cercano o familiar. Todos somos culpables de haber lastimado a alguien en su interior. Ya sea intencionalmente o no. Y como mi hija, todos necesitamos de un Salvador. Agradezco al Señor por la oportunidad de llevar a mi hija el mensaje del Evangelio en una situación como ésta. Porque yo también necesito escucharlo una y otra vez.
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En esta semana me ocurrió un accidente de tránsito en el que estuvieron involucrados tres vehículos. Yo me encontraba completamente detenido detrás de una larga fila de automóviles que esperaba que el semáforo del próximo cruce cambiara de rojo a verde. Lo mismo hacía la camioneta que se encontraba inmediatamente detrás de el vehículo que yo conducía. De repente se escuchó un tremendo rechinar de llantas y un fuerte impacto: otro vehículo había golpeado a una velocidad considerable la camioneta detrás de mí. La fuerza del primer impacto fue tal que la camioneta detrás mío fue impulsada hacia delante golpeando el automóvil que conducía. Gracias a Dios, aunque los daños al vehículo que causó el accidente fueron tremendos (prácticamente una pérdida total del auto) ninguno de los tres conductores salimos lesionados. El daño exterior (todavía no ha sido valorado en un taller) a mi automóvil fue mínimo: aparentemente unos rasguños. Claro está, en los momentos inmediatos a un accidente tienes poco tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido y los posibles "hubieras". Estás demasiado ocupado con el intercambio de información de pólizas de seguro y hablando con agentes de policía como para pensar detenidamente en los recién acontecido. Pero una vez llegas a casa tienes tiempo para meditar en todo lo que sucedió. ¿Y si no me hubiera alineado en ese carril? Instantes antes del accidente tomé la decisión consciente de pasarme a ese carril -aunque la línea de autos era larga- en contra de seguir adelante y seguir una ruta diferente a casa. ¿Y si hubiera salido de la oficina media hora más tarde, como originalmente había planeado temprano en la mañana? Pero al final decidí salir a la hora acostumbrada de la oficina. Dicen que el "hubiera" no existe, pero muchas veces no puedo evitar pensar de esa manera. Gracias a Dios, mis pensamientos fueron detenidos por otro "hubiera" más. ¿Y si la camioneta que me golpeó no hubiera estado detrás de mí y en vez de recibir un impacto secundario hubiera recibido el golpe directo de la primera camioneta? Todo HUBIERA sido diferente. De repente la perspectiva de todo es diferente. Dios no tenía que permitir que el accidente sucediera de la manera en que lo hizo. Gracia. Dios no tenía que ordenar los acontecimientos como fueron, pero decidió hacerlo. Inmediatamente no pude evitar relacionar los acontecimientos del accidente con la historia del evangelio. La Biblia me dice que, debido a mis pecados, no solo merezco la muerte (Romanos 6:23) sino que la ira de Dios estaba sobre mí (Romanos 1:18; Efesios 2:3). Pero Cristo, al igual que el vehículo detrás mío, absorbió toda la fuerza de la ira de Dios en la cruz del calvario, de manera que la justicia de Dios fue satisfecha (Romanos 3:25 y 26). Si no hubiera sido por Cristo, yo tendría que recibir ese impacto. Gracia. Dios no tenía que ordenar los acontecimientos de esa manera, pero decidió hacerlo. Cristo no tuvo que morir por mis pecados. Pero lo hizo. Así que, después de todo puedo estar seguro que todo lo que me acontece es una muestra de misericordia de Dios hacia mí. Dios ya no está airado conmigo. Su ira ha sido satisfecha. Dios ahora me muestra su gracia. Sea que en un accidente de tránsito salga bien librado o no. Sé que quizás resulta un poco más fácil decirlo cuando en realidad el accidente no tuve mayores consecuencias sobre mí. Diferente sería que mi automóvil hubiera quedado desecho o yo hubiera tenido que ser hospitalizado con heridas de gravedad. Pero conozco a personas cuya historia ha sido diferente. Conozco a quienes han padecido cáncer y en medio de su enfermedad afirmar que Dios los trata con gracia. Conozco a quienes han perdido su empleo y en medio de la necesidad económica afirmar que Dios los trata con gracia. Conozco quienes han perdido hijos y en medio del dolor de los recuerdos afirmar que Dios los trata con gracia. Ese es el poder del Evangelio de Jesucristo. El cual estoy agradecido que este accidente de tránsito me recordara. En Evangelio.
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