30/5/2015 0 Comentarios Digno es el corderoCuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: DIGNO eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado DIGNO es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Después de leer varias veces este pasaje del libro de Apocalipsis, he llegado a la conclusión de que una de las palabras clave para entender lo que está pasando es "digno". Dos veces en tan sólo cuatro versículos se menciona que el Cordero es "digno". Tanto los cuatro seres vivientes, como los veinticuatro ancianos, así como los miles de miles de ángeles, todos ellos se postran delante del Cordero y le adoran, declarando que Él es digno. El Cordero es digno de tomar el libro y de abrir sus sellos. Jesús es digno de recibir la gloria y la alabanza. El diccionario ofrece al menos los dos siguientes significados de la palabra digno: 1. adj. Merecedor de algo. 2. adj. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo. Cuando los ángeles y los ancianos declaran que Jesús es digno, están declarando que Jesús es merecedor. ¿Merecedor de que? Una vez más, es merecedor de ejecutar los juicios de Dios sobra la humanidad (tomar el libro) y merecedor de "recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza". Cristo es merecedor de todo ello, por haber sido el Cordero que fue inmolado, dando su sangre para comprar "para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación". En este pasaje se declara la dignidad de Jesús sobre todo el universo , se afirma Su merecimiento de recibir nuestra alabanza, honra y gloria, ello en virtud de haberse entregado para nuestra redención. Ahora bien: si alguien es merecedor de toda la honra y la alabanza, entonces el hecho de no ofrecérsela es una ofensa a su dignidad, un crimen. Considerando esto, ¿cómo podemos siquiera tener la osadía de no entregarle a Cristo todo nuestro corazón, mente, cuerpo y vida, a Él que es digno de ello? Si Él es digno, es decir, merecedor de toda nuestros afectos y pensamientos, cada vez que fallamos en hacerlo es una ofensa a Su dignidad, es un pecado. ¡Oh, Señor, ampárame en Tu gracia, por todo aquello en lo que mi vida ha fallado en ser un acto de adoración, pues cuántos de mis pensamientos, emociones, actitudes y palabras, no han sido puestos a tus pies en forma de honra, gloria y alabanza! Purifica mi corazón, y hazlo todo tuyo, pues no mereces algo menos que todo mi ser. Amén.
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Excelente consejo del puritano Richard Sibbes para todo aquel creyente que ha sido vencido por el pecado. Les deseo un excelente inicio de semana a todos...
Hace aproximadamente ocho años tuve la oportunidad de cambiar mi centro de trabajo (de la institución educativa en la que laboraba a otra). Recuerdo que en ese entonces, era para mí algo común expresar con personas cercanas (mi esposa, padres y amigos) cierto grado de insatisfacción, enojo o quejas hacia la institución que dejé. Por demás está decir que al principio, mi nuevo centro de trabajo me parecía más que excelente. Me dotaron de una oficina y de equipo de trabajo. Por supuesto, el salario también era mejor, así como las prestaciones. En fin, al principio, todo parecía ser miel sobre hojuelas. Sin embargo, a medida que los años han pasado, he podido ver las diversas deficiencias o defectos de mi actual centro laboral. Después de todo, no es el lugar de trabajo perfecto. Tampoco mis compañeros lo son. Aunque actualmente puedo decir que estoy verdaderamente feliz, satisfecho y agradecido con Dios por mi actual empleo, en algunas ocasiones todavía me encuentro expresando insatisfacción o queja hacia mi centro de trabajo. Así como yo, en muchas ocasiones también he escuchado palabras similares en otras personas. Después de mirar mi propio corazón y observar el comportamiento de otras personas, estoy convencido que uno de los pecados más tolerados entre los creyentes es el de quejarnos de nuestras circunstancias presentes. Lo toleramos porque después de todo.... no le hace daño a nadie cuando expresamos nuestra inconformidad con algo o alguien, ¿no es así?
Al principio de este capítulo, la Biblia nos narra las circunstancias particulares por las cuales atravesaba el pueblo de Israel: Partieron de Elim, y toda la congregación de los hijos de Israel llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, el día quince del segundo mes después de su salida de la tierra de Egipto. Y toda la congregación murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto. Y los hijos de Israel les decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud (Éxodo 16:1-3, BLA). Analicemos con un poco de cuidado este pasaje de la Escritura. Para empezar, la Biblia nos proporciona una palabra bíblica que describe la actitud de una persona cuando se queja de las circunstancias: MURMURAR. El diccionario de la lengua española define el verbo murmurar como la acción de "hablar entre dientes, manifestando queja o disgusto por algo". Al observar el pasaje, notamos que eso es precisamente lo que estaban haciendo los israelitas: se quejaban de su presente situación. Sabemos que mientras los Israelitas estaban en Egipto, ellos clamaban a Dios por liberación. Sus circunstancias eran extremas. Y Dios respondió a su clamor de manera soberana y poderosa sacando a Su pueblo de la esclavitud en Egipto, para dirigirlos hacia la tierra prometida. Sin embargo, durante el camino hacia la tierra de Canaan (y al igual que yo con mi nuevo centro de trabajo) los israelitas se dieron cuenta que no todo era miel sobre hojuelas. En el desierto donde se encontraban ahora, no tenían ninguna fuente aparentemente segura de alimento, a diferencia de cuando estaban en Egipto. Empezaron a experimentar cansancio, sed, hambre, posiblemente las continuas quejas de hijos, esposas, esposos, etc. Acampar en el desierto no es precisamente como estar en un hotel categoría cinco estrellas a la orilla de la Riviera Francesa. Es entonces cuando los israelitas comienzan a murmurar. Ahora bien, es importante que notemos que en este pasaje, la Escritura NO dice que los israelitas se quejaban específicamente de Dios, mucho menos que le echaran a Él la culpa de su nueva y difícil situación. No, más bien ellos se quejaban de sus líderes humanos -Moisés y Aarón-, quienes aparentemente habían tomado la errada decisión de llevar al pueblo a través del desierto. Al igual que los israelitas, estoy seguro que ninguno de nosotros se atrevería a quejarse de Dios o a culparlo de nuestros problemas, ¿verdad? Al menos, eso pensamos... Solamente nos quejamos de nuestros vecinos, de nuestro empleo, de nuestros hijos o esposas, de nuestra iglesia, de nuestra salud....
Entonces, quejarnos o murmurar de estas circunstancias es quejarse y murmurar contra Dios. Eso es precisamente lo que Moisés le hace ver al pueblo de Israel: Entonces Moisés y Aarón dijeron a todos los hijos de Israel: A la tarde sabréis que el SEÑOR os ha sacado de la tierra de Egipto; Los israelitas murmuraban contra Moisés y Aarón. Pero al hacerlo, en realidad estaban murmurando contra el Señor, quien había puesto a estos hombres como sus líderes, quien además les había instruido a que llevaran al pueblo por el desierto y en última instancia, quien era el responsable de la salida poderosa de los israelitas de Egipto.
En respuesta a este pasaje de la Escritura creo que algo que debemos procurar hacer es prestar atención a lo que expresamos con nuestra boca. Pues nuestras palabras no son otra cosa más que una manifestación de lo que ocurre en nuestro corazón (Mateo 12:34). Algo que me llama mucho la atención de este texto es que dice (al menos tres veces) que el Señor escucha nuestra murmuración. Sin embargo, aún si nuestra queja está sólo en nuestros pensamientos, Dios la conoce y escucha nuestros pensamientos (Salmo 139:4). De nuestro Dios no hay algo que podamos esconder. En conclusión, meditando en estas verdades, puedo entender un poco más acerca de:
¡Alabado sea el Señor por el verdadero alimento que nos ha otorgado! Es en el poder de Su gracia que podremos crecer en santidad para no quejarnos de nuestras circunstancias, sino dar gracias por todo, como la Escritura misma nos instruye.
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