Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11:40 LBLA) Al final del capítulo diez en el Evangelio de Juan, vemos a Jesús enseñando al otro lado del río Jordán, alejado de Jerusalén y de los fariseos que tenían toda la intención de apedrearlo (Jn. 10:31, 39). Pero ahora en el capítulo once lo vemos regresar de nuevo con sus discípulos al área de los alrededores de la ciudad (Betania se encontraba a poco menos de tres kilómetros de ella) a causa de la enfermedad y muerte de un amigo. Aunque en el Evangelio de Juan es la primera vez que se menciona a la familia de Marta, María y Lázaro, sabemos que los tres eran cercanos a Jesús y que Él en varias ocasiones se quedó con ellos en su casa para enseñar y comer (cf. Lucas 10:38-42). La resurrección de Lázaro que se relata en éste capítulo constituye la última y más dramática señal de Jesús en todo el Evangelio de Juan. Éste milagro también sirvió como el evento climático que desencadenó la decisión de los líderes judíos de asesinar a Jesús, plan que finalmente desembocó en la traición de Judas y en la muerte de Cristo en la cruz. Todo el evento nos enseña muchas verdades valiosas, algunas de las cuales mencionamos a continuación. 1. La muerte de Lázaro nos recuerda que vivimos en un mundo quebrantadoLa primera verdad que aprendemos en este pasaje es que estamos en un mundo quebrantado. La Biblia nos enseña que esto no siempre fue así. Sabemos que Dios creó el mundo “bueno en gran manera” (Gen. 1:31) pero que la entrada del pecado trajo consigo la muerte (Gen. 2:17, Rom. 5:12; 6:23), así como dolor, relaciones rotas, frustración y las dificultades de un mundo bajo maldición (Gen. 3:16-19). Todo el Evangelio de Juan nos recuerda el hecho de que estamos en un mundo quebrantado por el pecado, en el que una mujer puede vivir en adulterio con un varón tras otro sin encontrar nunca la satisfacción que busca (Jn. 4:1-26), en el que un padre puede ver a su hijo enfermar y morir sin poder hacer nada al respecto (Jn. 4:43-54), en el que un joven puede quedar inválido y permanecer así por treinta y ocho años, postrado en el suelo y sin poder ayudarse (Jn. 5:1-9), en el que un ciego de nacimiento es abandonado -incluso por sus propios padres- para mendigar (Jn. 9:1-12), en el que los amigos y familiares enferman y mueren trágicamente (Jn. 11:1-44), en el que las personas traicionan a sus amigos por dinero (Jn. 13:11) y en el que el inocente es acusado falsamente, juzgado injustamente y asesinado con crueldad (Jn. 18 y 19). Pero quizás de todas las historias en este Evangelio, el capítulo 11 es el que refleja con mayor crudeza el dolor de la enfermedad y de la muerte. Casi podemos sentir la desesperación de Marta y de María al enviar por Jesús, y su decepción de no verlo llegar a tiempo para sanar a su hermano. Vemos las lágrimas, escuchamos el llanto de tristeza y el dolor que las siguientes palabras expresan: “Señor, si hubieras estado aquí…” (Jn. 11:21, 32). Son las palabras que expresan la duda de saber que Dios pudo haber hecho algo respecto a nuestra situación pero aparentemente no lo hizo. Y esto nos conduce a la segunda verdad que aprendemos en este pasaje 2. Jesús a veces no responde a nuestras peticiones exactamente como nosotros lo deseamos“¿No podía éste, que abrió los ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera?” (Jn. 11:37), es la pregunta que se hicieron los judíos. Y aunque ellos se cuestionaban en incredulidad, nosotros que hemos leído el Evangelio desde su inicio sabemos que Jesús SÍ pudo haber evitado que Lázaro muriera. ¿No podía acaso Jesús sanar a Lázaro desde donde se encontraba, sin tener que acudir a él? ¡Por supuesto que sí! El mismo evangelio de Juan nos narra cómo Jesús sanó al hijo del “oficial del rey” que se encontraba “al borde de la muerte”, quien se curó exactamente en el mismo instante en que Jesús lo declaró (Jn. 4:46-53). Así que aunque Jesús pudo sanar a Lázaro sin tener que acudir a Betania, vemos que Él decidió no hacerlo de esa manera. Además, en este pasaje también leemos que Jesús, después de haber recibido la noticia acerca de Lázaro, retrasó su salida por otros dos días (v. 6); de manera que para el tiempo en que Jesús llegó a la ciudad de Betania, su amigo se encontraba ya en la tumba desde hace cuatro días (v. 39). Lo que observamos es que Jesús deliberadamente se retrasó en partir, para que cuando Él llegara con Su amigo, éste sea ya un cadáver en descomposición. Pero, ¿por qué lo hizo? Jesús les dijo a Sus discípulos por adelantado cuál era el propósito del milagro que ellos estaban a punto de presenciar. Por Sus palabras, podemos aprender lo siguiente. 3. Cada circunstancia en nuestra vida es ordenada por Dios para Su propia gloria y para el bien de los que creen en Él.Jesús les enseñó a Sus discípulos que tanto la enfermedad como la muerte de Lázaro, así como todas las circunstancias alrededor del evento tenían un doble propósito divino:
Si hay algo que aprendemos en el Evangelio de Juan es que cada circunstancia por la que atravesamos (incluyendo aquellas que producen dolor y sufrimiento) tiene un propósito establecido por Dios. ¿Recuerdan lo que Jesús le dijo a Sus discípulos cuando le preguntaron acerca del ciego de nacimiento (Jn. 9:1-3)? Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. Según Jesús, la razón por la que aquel hombre estaba ciego no era por su pecado o el de sus padres, sino porque su ceguera serviría al propósito de manifestar las obras de Dios (que señalarían a Jesús como el Mesías). No sólo el Evangelio de Juan, sino que la enseñanza consistente de toda la Escritura es que: Dios, el Gran Creador de todo, sostiene, dirige, dispone, y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible y al libre e inmutable consejo de su propia voluntad, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia. Pero en Su providencia, Dios no sólo gobierna todas las cosas para “la alabanza de [Su] gloria,” sino también para el bien de los que creen en Él. El apóstol Pablo enseña en la epístola a los Romanos: “sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Rom. 8: 28). Muchas veces, en el momento mismo de la aflicción no podemos entender cómo determinada circunstancia es para el bien de los que creen en Él, pero con el paso del tiempo es posible llegar a ver la mano providencial de Dios en ella: Entonces dijo José a sus hermanos… Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá arada ni siega. Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto. Daos prisa, id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. (Gen. 45:4-9) Así que, ahora que conocemos un poco del propósito divino, podemos seguir estudiando este pasaje preguntándonos: 1. ¿Cómo estos eventos revelan la gloria de Dios? 2. ¿Cómo este milagro fortalece la fe de los discípulos? 4. Jesús se compadece de nuestro sufrimiento y llora con nosotros¿Cómo reaccionó Jesús cuando vio llorar a María? La primera reacción que Juan registra para nosotros es: “se conmovió profundamente” (v. 33). Esta frase traduce un término griego que era utilizado para describir el bufido de los caballos al entrar en batalla. Es una palabra que siempre sugiere ira o indignación. La segunda reacción que se registra es que Jesús “se entristeció” y “lloró” (v. 35). La actitud de Jesús era tan evidente que los judíos se dieron cuenta de cuánto amaba Jesús a Lázaro y a sus hermanas (v. 36). En resumen, vemos a Jesús: • Enfurecerse ante la muerte en el mundo de Dios. • Agitado por el dolor que la muerte causa. • Con una pena genuina por la muerte de un amigo. ¿Qué nos enseña esto acerca de Jesús? La combinación de ira, ansiedad y pena nos muestra la verdadera humanidad de Jesús y Su profundo amor y cuidado por Sus amigos. La reacción de Jesús ante la muerte de Lázaro también nos muestra cómo es Dios: • Él es un Dios de amor y cuidado. • Él muestra compasión, incluso ira ante la muerte en el mundo. • Él conoce la pena – Dios entiende lo que nos impacta. Jesús conoce nuestro sufrimiento y se identifica con Él y esa compasión es parte de Su gloria. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Heb. 4:15) 5. Jesús vino al mundo para rescatarnos de este mundo quebrantadoUno de los principales errores que se comete al leer los Evangelios es concluir que Dios va a resolver todo dolor y sufrimiento de este lado de la eternidad. Leemos que Jesús sanó a los enfermos y resucitó a los muertos y erróneamente concluimos que el propósito de Dios es obrar esta misma clase de milagros todo el tiempo entre nosotros. Pero ésta conclusión pierde de vista el verdadero significado y propósito de los milagros realizados por Jesús. Primero, note la naturaleza temporal de esos milagros: El vino que Jesús milagrosamente obtuvo del agua se agotó con el paso de las horas. La multitud, después de haber comido de los panes y peces multiplicados sintió hambre al otro día. Lázaro, con el paso de los años volvió a morir y fue enterrado, probablemente en la misma tumba de la cual había salido. De la misma manera, todos aquellos que fueron sanados por el Señor pudieron volver a enfermarse o pasar aflicción. Ninguno de los milagros de Jesús constituyó una solución definitiva a nuestro quebrantamiento. Segundo, quiero que note la naturaleza limitada o selectiva de esos milagros. Observe la descripción que Juan hizo de la enorme cantidad de enfermos que estaba en el estanque de Betesda: “En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua” (Jn. 5:3) Y de toda esa multitud, ese día Jesús sanó tan solo a uno. Como hemos aprendido, Juan nos enseña que los milagros de Jesús no constituyen la principal razón por la cual Él vino al mundo. Éstos más bien eran señales que apuntaban hacia Su divinidad como el Mesías esperado. Los milagros eran señales hacia la verdadera obra de Salvación que Jesús iba a hacer en la cruz. La cruz –no los milagros– es la verdadera solución a nuestros problemas, pues la cruz es la solución para el origen de nuestros problemas: el pecado. En la cruz, Jesús murió en lugar de “el pueblo” para que este “no perezca” (v. 50) y sea salvo de sus pecados. La cruz es la que hace posible la esperanza de una resurrección que será definitiva y para siempre. Los milagros de Jesús son tan sólo una sombra de una realidad futura, una señal que apunta a una realidad consumada que aún aguarda a los que esperan el regreso del Señor: Un cielo nuevo y una tierra nueva en el que ya no habrá más muerte, no habrá más duelo, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:1-8) Reflexión finalA partir de la Caída, ha habido una maldición sobre la tierra la cual ha sumergido a todos sus habitantes en el desastre, las lágrimas, la enfermedad y la tumba. El pecado no era el propósito de Dios para el hombre. Todas las cosas en el mundo fueron creadas para el bien y la bendición del hombre, pero el pecado corrompió esa bondad y bendición y trajo en vez de ella la maldición. En el tiempo de Dios el pecado habrá terminado su curso y será destruido para siempre. Si Jesús pudo hacerlo con Lázaro, seguro que entonces Él puede levantar a los muertos de sus tumbas al final de los tiempos. Categorías: Sufrimiento.
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19/6/2016 0 Comentarios La Carrera del CristianoPor tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón. (Hebreos 12:1-3 LBLA) IntroducciónQuizás usted no se lo hubiera imaginado, pero resulta que soy aficionado a los deportes. Como tal, cada cuatro años disfruto mucho de ese período de aproximadamente quince días en el que miles de atletas y deportistas de más de doscientos países se reúnen para participar en las Olimpiadas. De entre los deportes olímpicos que normalmente sigo (además del fútbol claro está), están las pruebas de resistencia como la marcha atlética y el maratón. Me gusta estar al pendiente de dichos eventos porque históricamente son disciplinas en las que México ha destacado y casi siempre hay una esperanza, aunque sea pequeña; de obtener una medalla (o al menos eso es lo que las televisoras nacionales quieren que creamos). Además, creo que las pruebas de resistencia ofrecen una clase de emoción especial, diferente a la que se siente en las competencias de velocidad como la natación o la carrera de los 100 metros planos. Muchas anécdotas deportivas muy interesantes se han formado dentro de las pruebas de resistencia. Una de ellas es la historia de John Stephen Akhwari, el corredor de Tanzania que terminó en el último lugar dentro del maratón olímpico de México 68. Akhwari impuso un record de tiempo que hasta ahora nadie ha podido romper ya que, en toda la historia ningún corredor ha tardado tanto en llegar a la meta final. Lesionado en el camino, Akhwari logró entrar al estadio, cojeando, con su pierna vendada y sangrando. Más de una hora había pasado ya desde que el penúltimo de los corredores había completado la carrera. Sólo unos cuantos espectadores quedaban en las gradas cuando Akhwari finalmente cruzó la meta. Cuando se le preguntó por qué había continuado la prueba a pesar de todo el dolor que sentía, Akhwari contestó: “Mi país no me envió a México para comenzar la carrera. Me envió aquí para terminarla”. Curiosamente, las Escrituras comparan la vida cristiana con una carrera que no solamente se debe comenzar; sino que es necesario terminar. Por ejemplo, al final de su vida el apóstol Pablo, sabiendo que le quedaba poco tiempo en este mundo, le escribe a su amado discípulo Timoteo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe (2 Tim. 4:7) Note que Pablo utiliza dos analogías para hablar de su propia vida de fe: una batalla y una carrera. Estos dos símiles no se contraponen sino más bien se complementan. La palabra “batalla” hace referencia a la intensidad y dificultad de la vida cristiana, mientras que “carrera” nos habla de la extensión y de la perseverancia necesaria para vivirla. En otras palabras, Pablo esta diciendo: “Toda mi vida ha sido como una batalla y como una carrera. Para mí, mantener la fe ha sido una lucha que ha durado toda mi vida. El confiar en las promesas del Padre y caminar por fe en el Hijo de Dios ha sido una guerra que se ha extendido a lo largo de toda mi vida. He luchado para estar satisfecho en Dios y con todo lo que Él es para mí en Jesús. Día y noche, por todos los medios que me fueron dados, corrí la carrera de perseverancia”. En el versículo 1 del capítulo 12 de Hebreos, el escritor sagrado utiliza también la misma analogía de la carrera, para enseñarnos sobre la necesidad de perseverar en la vida cristiana. De aquí obtenemos nuestra primera enseñanza. 1. La Vida Cristiana Es Como Una CarreraCuando se nos habla de que la vida cristiana es como una carrera, se nos da a entender que ser cristiano requiere de esfuerzo y disciplina. Pero sobre todo, que la vida de fe requiere de perseverancia, de resistencia y de permanecer aún bajo situaciones extenuantes y difíciles. Ésta descripción podría parecer extraña y, de cierto modo; legalista. Pero la verdad es que muchos de nosotros nos comportamos como si la vida cristiana fuera algo fácil: Los domingos en la mañana nos levantamos, tomamos el desayuno tranquilamente, nos vestimos de manera elegante, cargamos nuestra Biblia bajo el brazo (quizás el mayor esfuerzo que hagamos), acudimos a la iglesia, cantamos bonito, ofrendamos, escuchamos un buen sermón y nos regresamos a casa. No sabemos nada o no hemos experimentado nada de la lucha ni de la batalla, nada del cansancio de la carrera. La Biblia en ninguna parte compara la vida cristiana con un día en la playa, recostados en una hamaca y con una piña colada en la mano. Al contrario. Para Jesús, la vida cristiana es como tomar una pesada cruz (Mateo 16:24) y llevarla a cuestas para seguirle. Para el apóstol Pablo la vida cristiana es como estar crucificado para hacer morir el pecado en nosotros (Romanos 6:6; Gálatas 2:20). La vida cristiana requiere que muchas veces tomemos la difícil y dolorosa decisión de cortarnos la mano o sacarnos el ojo que nos hace pecar (Mateo 5:28-30). En otras palabras, la Biblia no dice nada sobre un Cristianismo fácil que se vive sin esfuerzo. Pablo no reconoce un Cristianismo que no sea semejante a correr una larga y cansada carrera o pelear una fiera batalla. Esa es la razón por la cual el punto principal de nuestro texto es imperativo: Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1) Estas palabras constituyen un llamado a que veamos nuestra vida como una carrera que debe correrse con pasión, celo, energía y disciplina. Cuando se nos dice que nos despojemos “de todo peso y del pecado que nos asedia” lo que significa es que debemos tomarnos en serio esta carrera. 2. La Vida Cristiana Es Como Una Carrera Que Podemos TerminarSi bien el comparar la vida cristiana con una carrera nos indica del esfuerzo y paciencia que se requiere, la intención del autor es motivar a sus lectores originales (y a nosotros) a no desesperar y continuar, pues la vida cristiana es una carrera que ciertamente se puede acabar. La primera motivación que el texto nos presenta para continuar la carrera de fe se encuentra en el versículo 1: “teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos”. Con estas palabras, el autor hace referencia a los hombres y mujeres mencionados en el capítulo 11 de la epístola, cuya vida da testimonio de su fe y también incluye a todos los santos que desde entonces han terminado la carrera antes que nosotros. La idea es que, mientras corremos; hay una densa y grande muchedumbre de testigos alrededor de la pista. En palabras de Calvino: Estamos rodeados por este numeroso séquito, de modo que a donde quiera que volvamos los ojos inmediatamente nos topamos con muchos ejemplos de fe. Aunque al principio no lo parezca, ésta es una realidad que nos debe motivar. Para tal efecto, es importante que observemos que el autor no llama a los santos del pasado “espectadores”, sino testigos. La palabra “testigo” en el original griego es martus (µάρτυζ), de donde proviene la voz castellana mártir, que significa “uno que da testimonio mediante su muerte”. El vocablo denota entonces a uno que puede certificar de aquello que ha visto, oído o conoce. La idea entonces de llamar a todos estos santos “testigos” no lo es tanto para decir que ellos nos están observando, sino más bien para decirnos que ellos están lo suficientemente cerca como para poder observarlos y escucharlos mientras corremos. Al correr la carrera observamos hacia la multitud y nos damos cuenta que cada uno de ellos terminó la carrera y nos dice: “Se puede hacer. Se puede hacer”. Dicho de otra forma, estas personas del pasado forman una multitud que nos da testimonio sobre el valor y la bendición de vivir por fe. La gran multitud no está compuesta por espectadores que nos critica y nos rechifla al tropezar, sino por aquellos cuya vida de fe anima y motiva a vivir de esa manera. El corredor debe inspirarse por los ejemplos de piedad que esos santos establecieron durante su vida. Ahora bien, de manera personal considero que en este punto es importante resaltar que hacemos bien en mirar a todos estos testigos, pero no como "súper" hombres o mujeres que podemos admirar pero que nunca podremos ser como ellos. En el evangelicalismo tenemos la tendencia de que, cuando se habla de los “grandes hombres de la fe”; resaltamos sus grandes atributos: su valentía, su coraje, su determinación y su gran fe, y minimizamos sus defectos y pecados. Al hacerlo, sacamos del contexto bíblico las historias divinamente inspiradas y las dejamos desprovistas de su verdadero propósito, que es conducirnos a un Dios de gracia y salvación. La realidad es que la Escritura nos presenta a hombres y mujeres con pasiones semejantes a las nuestras (cf. Santiago 5:17), con luchas, problemas familiares y pecados como los nuestros pero que por fe y por gracia acabaron la carrera. La Biblia nos habla no sólo de un Abraham que dejó su tierra por fe y que estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo en obediencia a Dios, sino también nos presenta a una persona con temor al hombre, mentiroso y que en una ocasión decidió tomar las riendas de su vida queriendo apresurar el plan de Dios. Jacob no sólo dedicó por fe el diezmo de todas sus posesiones futuras, sino que también fue un engañador y propenso a tener ídolos en su hogar. José fue odiado por su familia y por más que se esforzaba en obedecer, parecía que nunca le iba bien. Moisés no sólo fue el profeta humilde de Dios, también fue un asesino con registros de propensión a la ira. David no sólo es descrito como un hombre conforme al corazón de Dios, sino también como quien cometió adulterio y asesinato. Jonás desafió el llamamiento de Dios. Pedro negó tres veces a su Señor y luchó con el temor al hombre. Juan Marcos abandonó su ministerio en las misiones. Como lo dijera en una ocasión el predicador Paul Washer: No hay grandes hombres o mujeres de Dios en las Escrituras o en la historia de la Iglesia, solamente hay hombres y mujeres débiles, pecadores, e infieles de un Dios grande y misericordioso. La Escritura no exalta nunca a los hombres que aparecen en ella. No lo hagamos nosotros tampoco. Más bien, el autor de Hebreos quiere que meditemos en la fe que por gracia operó en ellos, y nos demos cuenta que el mismo poder y fe que los hizo terminar la carrera nos llevará también a nosotros a la meta. En Santificación
16/4/2016 0 Comentarios ¿Por qué Dios nos hace esperar?¿Ha sentido en ocasiones que Dios no responde a sus oraciones, o que al menos se toma Su tiempo en hacerlo? ¿Hay alguna petición que por años continuamente le ha traído al Señor, pero la respuesta no parece siquiera estar cercana? ¿Se ha preguntado alguna vez por qué Dios decide esperar responder nuestras oraciones, de manera que incluso a veces parece que no va a responder? Si su respuesta a éstas preguntas es afirmativa, tome aliento: no es el único que ha sentido o pensado algo semejante. Muchos creyentes se han visto en la misma situación. Tomemos un ejemplo de la Palabra: Génesis 21:5 dice que Abraham tenía 100 años cuando nació su hijo Isaac, el hijo de la promesa. Sin embargo, el relato bíblico nos dice también que Abraham era de 75 años cuando salió de Harán (Génesis 12:4), confiando en la promesa de que Dios le daría una descendencia y haría de él "una nación grande" (Génesis 12:2). La Biblia nos muestra claramente que, en el caso de Abraham; Dios cumplió lo que le "había prometido" a Abraham (Génesis 21:1). Sin embargo, al comparar estos textos nos damos cuenta de que Dios esperó ¡25 años para confirmar Su promesa! Así que no se desaliente y cobre ánimo. Dios en el tiempo propicio habrá de responder. Pero, todavía nos podemos preguntar: ¿Por qué obra Dios de esa manera? ¿Qué lo motiva a hacernos esperar por una respuesta? Oswald Chambers, en su libro devocional En Pos de lo Supremo nos sugiere la siguiente razón: Abraham experimentó... años de silencio, pero durante todo ese tiempo toda su autosuficiencia fue destruida. Él creció por encima de la confianza en su propio sentido común. Esos años de silencio fueron un tiempo de disciplina, no un período en el que Dios se encontraba enojado. Desde nuestra limitada perspectiva humana somos proclives no solo a la impaciencia y la incredulidad, sino también a dudar de la bondad y de la sabiduría de Dios. Con todo, la Biblia nos enseña que Dios es justo, bueno y fiel. Él siempre tiene un propósito para hacernos esperar. Ésta verdad nos debe conducir a un estado del alma diferente cuando estemos en una situación así, mientras nos hacemos las preguntas: "¿Qué quiere Dios hacer conmigo al hacerme esperar? ¿Qué me quiere mostrar?" Oswald Chambers sugiere también que nos analicemos de la siguiente manera: ¿Tengo alguna confianza en la carne? ¿O he aprendido a ir más alláde toda confianza en mí mismo y en otros hijos de Dios?... ¿He puesto mi confianza en Dios mismo y no en Sus bendiciones? Sí, Dios tiene muy buenas razones para hacernos esperar. Oswald Chambers concluye con la siguiente observación que usted y yo necesitamos oir más seguido: La razón por la que todos estamos siendo disciplinados es para que sepamos que Él es real. Tan pronto como Dios se vuelve real para nosotros, las personas en quienes hemos confiado pierden su brillo al lado de Él, y se convierten en sombras de la realidad. Muchas veces oramos, no con una actitud de confianza en Dios. Más bien le estamos pidiendo a Dios que nos de algo en lo que estamos confiando en vez de Él. Pero Dios en Su gracia tiene mejores planes para Sus hijos. Glorifiquemos a Dios esperando con paciencia y confianza, ya que sabemos que Dios siempre es bueno, justo y fiel y tiene un propósito más sublime. En Esperanza
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