II. Buscad las cosas de arriba Entender todo esto, debe cambiar manera de vivir. El llamado que el apóstol nos hace es a que busquemos “las cosas de arriba”. A que pongamos “la mira en las cosas de arriba”. Cristo está vivo y reinando a la diestra de Dios, y en virtud de nuestra unión con Cristo, es como si nosotros estuviéramos allá con Él. Nuestra “vida está escondida con Cristo en Dios”. No sólo estamos virtualmente allí, sino que tenemos la promesa de que algún día verdaderamente vamos a estar ahí: “Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (v. 4). El apóstol quiere que nos apropiemos de estas realidades. Cuando entendemos que donde Cristo está es donde pertenecemos, entonces ahí comenzaremos a poner nuestra mirada. Dejaremos de ver las cosas “de la tierra”, para comenzar a ver constantemente a Cristo a la diestra del Padre. Así es como la Palabra nos exhorta a vivir el día de hoy: “buscad las cosas de arriba... poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Versículos más adelante, el apóstol nos aclara cuales son las cosas de la tierra de las que debemos apartar nuestra mirada: “la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia”. También apartemos nuestra mirada de “ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca”. Poner nuestra mirada en las cosas de arriba significa también que procuremos tener “más fe, más amor, más paciencia, más celo”. Que nos esforcemos para “una mayor caridad, mayor amabilidad fraternal, un mayor espíritu de humildad”, para “ser semejantes a Cristo”. Finalmente, poner la mira en las cosas de arriba equivale también a depositar nuestros afectos sobre nuestro Dios y salvador. Debemos de hacer de Dios “objeto de nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras emociones, nuestro amor”. ConclusiónEl llamado de la Palabra a nosotros en este día es a que recordemos, meditemos y vivamos la resurrección no sólo un día al año. Sino cada semana, cada día, en nuestras relaciones, en nuestras actividades, en nuestros pensamientos, porque “hemos resucitado con Cristo”.
Todos sabemos que en estos días por todas partes encontramos muestras de fervor religioso: la televisión transmite películas de contenido religioso, en los pueblos se hacen peregrinaciones y representaciones de la muerte de Jesús y las iglesias están saturadas de personas. En estos días parece que todo el mundo tiene puesta su mirada en el Cristo resucitado. La triste verdad es que para la mayoría de las personas este interés o fervor no es otra cosa más que parte de una religión muerta. La mayoría de la gente que en estos días dice recordar la muerte de Jesús, a los pocos días vuelve a su vida cotidiana de pecado, en donde no hay ni la menor evidencia de creer que Cristo ha resucitado o de comprender lo que este hecho histórico implica para sus vidas. Las televisoras regresan a su programación habitual, llena de violencia y de inmoralidad sexual. En las calles ya no se habla de Jesús, ni se le rinde adoración o amor. Las iglesias vuelven a su ocupación normal, algunas de ellas quedando de nuevo completamente vacías. En cambio, para el creyente, la resurrección de Jesús es parte de una fe viva. El creyente continuamente está poniendo su mirada en el Cristo resucitado y exaltado. El creyente en Cristo no celebra y recuerda la resurrección de su Señor sólo una vez al año, sino que constantemente está meditando en ella, y procura entrar en su compañía en la vida de resurrección. El llamado de la Escritura es entonces a que vivamos la resurrección. Todos los días.
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I. Hemos resucitado con Cristo (v. 1a) El apóstol nos dice: “Si habéis, pues, resucitado con Cristo”. Debemos notar que el apóstol no está queriendo expresar duda. Él no está diciendo: “si es que habéis resucitado con Cristo”. Más bien, el apóstol está suponiendo una realidad, como base de su exhortación. Podemos entender estas palabras como diciendo: “Habiendo, pues, resucitado con Cristo”. La NVI traduce estas palabras como: “Ya que han resucitado con Cristo”. Para Pablo, no existe la menor duda: todos los que creen en Cristo, han resucitado con Él.
Pero, ¿qué quiere decir el apóstol con “hemos resucitado con Cristo”? Esta afirmación encierra al menos dos ideas acerca de nuestra nueva vida en Cristo: 1) Pablo hace referencia a lo que los teólogos han llamado nuestra unión mística con Cristo. Los creyentes hemos sido unidos a Cristo: Cristo es la cabeza de la iglesia y nosotros estamos unidos a Él formando el cuerpo. Esta unión es en palabras del mismo Spurgeon: “íntima, continua, indisoluble, todo lo que le afecta a Él nos afecta a nosotros”. Una de las implicaciones de nuestra unión con Cristo es que Él es nuestro sustituto en todo ante los ojos del Padre. Estar unidos a Cristo o estar en Cristo, significa que Dios nos ha hecho partícipes de todo lo que Cristo hizo. En virtud de ello, El Padre toma en cuenta la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, como si fueran nuestras. En cuanto a Su vida, Dios nos ha imputado la justicia perfecta de Cristo. Su justicia es nuestra justicia. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30). En cuanto a Su muerte, entendemos que nosotros hemos muerto con Cristo, que la muerte de Jesús se acredita a nosotros los creyentes, como si fuera nuestra. En Cristo hemos satisfecho la pena del pecado y ya no hay condenación sobre nosotros. Apenas unos versículos atrás de nuestro texto, leemos que Dios anuló “el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14). Dios clavó en la cruz el acta de nuestra deuda, diciendo: “Esta es la paga perfecta que satisface mi justicia”. Spurgeon dijo: “Nosotros hemos sufrido la sentencia de la ley en Él, nuestro Sustituto, hemos sido puestos en la prisión y hemos muerto bajo su muerte, y ahora ya no estamos bajo la maldición”. En cuanto a Su resurrección, podemos decir que “Cuando Dios resucitó a Cristo, empezó a vernos en cierto sentido como resucitados «con Cristo» y por consiguiente dignos de los méritos de la resurrección de Cristo. Romanos 4:25 dice: “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. En Efesios 2:6 Pablo dice: “y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Por todo esto, el apóstol dice en Colosenses 2:10-12 que “hemos sido hechos completos en Él”, que somos circuncidados en Cristo, que en Él hemos sido muertos y “sepultados”. 2) Pero la Escritura también nos enseña que hay una dimensión u operación interna en los creyentes, asegurada y efectuada por la obra de Cristo. En la cruz, Cristo murió por nuestros pecados, y con elló nos dio el poder para vencer al pecado. Romanos 6:2 dice que gracias a la obra de Cristo, “hemos muerto al pecado”, es decir, hemos sido liberados del yugo de esclavitud que estaba sobre nosotros, y hemos sido liberados para servir a Dios. Por eso en el versículo 3 de nuestro pasaje Pablo nos recuerda: “habéis muerto”. La resurrección de Cristo también aseguró nuestro nuevo nacimiento. Pedro dice que “nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 1:3). En palabras de Pablo, estábamos “muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1), pero Dios nos dio vida, una vida espiritual y nueva de manera que ya no tengamos que permanecer en nuestra pasada manera de vivir. Leemos en Colosenses 2:13 dice: “Y cuando estábais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él”. Con el mismo poder con el que el Padre levantó a Cristo, también nos regeneró a cada uno de nosotros, y nos dio una nueva vida. El apóstol nos llama a que constantemente estemos considerando esto: que estamos unidos a Cristo, que Su justicia es nuestra justicia, que Su muerte es nuestra muerte, que Su resurrección es nuestra resurrección, y que Dios por Su gracia nos ha hecho morir al pecado y resucitar para una vida nueva. -- Ir a la última parte... Leer la primera parte... Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria. Introducción: La resurrección de Cristo, un hecho histórico En una ocasión, el predicador Carlos Spurgeon dijo: “La resurrección de nuestro divino Señor es la piedra angular de la doctrina cristiana”. Luego agregó: “si este hecho se pudiera desmentir, toda la estructura del Evangelio se vendría abajo”. Cuando vamos a la Escritura, vemos que ésta nos enseña que si Jesucristo no se hubiera levantado de entre los muertos, el cristianismo no tendría sentido ni razón de ser: sería algo vano. El apóstol Pablo dice en 1 Corintios 15:14 de la manera más enfática: “si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también es nuestra fe”. Lo que el apóstol nos está diciendo es que, si Cristo no ha resucitado, todos los himnos que usted y yo hemos cantado, las oraciones que hemos hecho, y el que yo esté aquí hablandoles de la Palabra, todo sería algo vano, inútil. Si Cristo no resucitó, nuestra fe sería producto del engaño más grande de la historia, con el cual millones de personas en el mundo estarían siendo defraudadas, depositando su confianza en una esperanza falsa.
Pero damos gracias a Dios porque sabemos que la resurrección de Jesucristo es un hecho histórico verídico dentro de la historia registrada de la humanidad. Respecto a esto, Spurgeon comenta: “No es posible que un hecho histórico pueda ser colocado en una base de credibilidad superior a la resurrección de Jesús de los muertos”. Los argumentos históricos a favor de la resurrección de Cristo son sustanciales, contundentes e innegables. Tenemos también el testimonio de la Palabra de Dios, que es todavía más importante que los argumentos históricos. Todo el Nuevo Testamento da testimonio de la realidad de la resurrección de Cristo. El Nuevo Testamento nos da el testimonio de que Él se apareció vivo a muchísimas personas después de haber resucitado. El argumento más impactante a favor de la resurrección son todas esas personas cuyas vidas fueron cambiadas por el Cristo resucitado. Sin importar lo que cualquier escéptico pudiera decir, todos sabemos que es imposible que 500 personas se pudieran poner de acuerdo para contar una mentira, de la cual no obtendrían ningún beneficio o ganancia. Es imposible que una persona -mucho menos cientos-, estuviera dispuesta a perderlo todo: familia, hogar, posesiones, y la vida misma, por testificar algo que sabía que no era verdad, es decir, por testificar que ellos habían visto a Jesús vivo de entre los muertos, y que sólo en Él hay salvación. La resurrección de Jesús es entonces un hecho real, fundamental en nuestra fe, que nosotros, como pueblo de Dios, celebramos y recordamos continuamente. La enseñanza de la Escritura es que la resurrección de Jesús debe afectar profundamente nuestra manera de vivir. Ésa es la exhortación que la Escritura nos hace en nuestro texto: “Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba... Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Este texto nos hace el llamado a que la resurrección de Jesús esté continuamente en nuestra mente, siendo contemplada y meditada, para que ésta realidad efectúe en nosotros la transformación de nuestra manera de vivir. Para ello, el apóstol Pablo nos recuerda que: I. Estamos unidos a Cristo en Su resurrección, hemos “resucitado con Cristo”. II. Nuestro vivir debe estar marcado por un constante mirar hacia el Cristo resucitado y exaltado. En las siguientes entradas consideraremos brevemente estas dos cosas. Parte 2... |
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