10/10/2014 0 Comentarios La realidad del pecado en Josué 7 Pecado. Es la palabra que muchas veces los creyentes no queremos oír. Es la realidad que el mundo no quiere admitir. Pero por la gracia de Dios, la presencia del pecado en el mundo, así como sus consecuencias en las vidas tanto de creyentes e incrédulos; está claramente plasmada en la Biblia. Las Escrituras nos presentan una devastadora pero importante perspectiva acerca del pecado que, por nuestro propio bien; debiéramos contemplar y meditar regularmente. En esta entrada quisiera compartir con ustedes una pequeña meditación acerca de la realidad del pecado como se nos describe tan crudamente en el capítulo 7 del libro de Josué. Pero antes de empezar, me gustaría que recuerdes: entender la realidad del pecado, así como aceptar su presencia en nuestras vidas; no es un fin en sí mismo. Tiene un propósito mayor: guiarnos a la persona de Jesús. En este caso, descubriremos que la historia del pecado de Acán nos lleva a entender nuestra imperiosa necesidad de un salvador. De la misma manera, el relato nos ofrece una perspectiva fresca de la obra que Cristo llevó a cabo en la Cruz a favor nuestro. 1. El pecado se origina en los deseos de nuestro corazón. En nuestro texto, vemos a Acán confesar: "vi un hermoso manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo. Los deseaba tanto que los tomé." (Josué 7:21 NTV). Acán codició para sí mismo los tesoros que vio. Esta confesión nos recuerda las palabras de Santiago cuando dice: La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja creer, da a luz la muerte. (Santiago 1:14-15 NTV) Así que el pecado es más un problema interno que externo. Las circunstancias que nos rodean pueden probarnos, pero la verdadera tentación, en palabras de Santiago; "viene de nuestros propios deseos". 2. El pecado puede estar oculto a la vista de los hombres, pero no lo está a la vista de Dios. Acán logró pasar desapercibido al robar parte del tesoro en medio del fragor de la batalla de Hai. Más adelante, escondió con éxito la prueba de su pecado: "Está todo enterrado bajo mi carpa" (Josué 7:21 NTV). Aparentemente nadie (a excepción quizás de su familia) sabía de lo que Acán había hecho. En su aflicción, Josué y los ancianos de Israel no tenían ni la más remota idea de que su derrota había sido consecuencia de que alguien en el pueblo había pecado al robar una parte de lo consagrado al Señor (v. 6-9). La Biblia nos enseña claramente que: No hay nada en toda la creación que esté oculto a Dios. Todo está desnudo y expuesto ante sus ojos; y es a Él a quien rendimos cuenta. (Hebreos 4:13 NTV) Así que el pecado es algo de lo que siempre habremos de rendir cuentas, sin importar que tan oculto pueda éste aparentar ser ante nuestros ojos. 3. El pecado enciende la ira de Dios. El texto bíblico menciona que a causa del pecado de Acán "el Señor estaba muy enojado con los israelitas" (Josué 7:1 NTV). Otra versión lo describe de la siguiente manera: "la ira del Señor se encendió contra los hijos de Israel" (LBLA). La idea de que Dios estaba airado con el pueblo de Israel a causa del pecado de Acán se repite al final del capítulo (v. 26). De hecho, esta verdad (de que Dios se aira a causa del pecado) se repite continuamente a lo largo de toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis. El apóstol Pablo lo describió de la siguiente manera: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres. (Romanos 1:18 LBLA) 4. El pecado es algo terrible y aborrecible a la vista de Dios. Esta verdad la podemos apreciar en la forma en la que el pueblo de Israel trata con Acán y toda su familia. Quizás para nuestros ojos modernos el acto de Josué y de los demás líderes de apedrear a Acán -junto con toda su familia y todas sus posesiones- para luego quemar los restos pudiera parecer una reacción exagerada, brutal e incivilizada (Josué 7:24-25). Pero no debemos olvidar que tal reacción fue ordenada por Dios tan sólo unos versículos atrás (v. 14 y 15). Así que el pecado es más que un simple error o defecto de nuestra parte. Lo verdaderamente grave de un acto pecaminoso no se mide en relación al daño que pueda o no causar a otras personas, sino en relación a la santidad y perfección de Dios. Israel desobedeció las instrucciones sobre lo que debía ser apartado para el Señor. (Josué 1:1 NTV) - ¡Israel ha pecado y roto mi pacto! Robaron de lo que les ordené que apartaran para mí. (Josué 7:11 NTV) Estos versículos nos dejan ver que todo pecado -no sólo el de Acán- es un acto desafiante de desobediencia a la voluntad de Dios, una afrenta a Su santidad. 5. El pecado merece la muerte. Los versículos finales de este capítulo son un claro recordatorio de cuál es la merecida retribución de todo pecado: la muerte. La historia de Acán nos recuerda así la enseñanza de Pablo en Romanos: Porque la paga del pegado es muerte. (Romanos 6:23 RV) Esta última verdad nos dirige directamente a la necesidad de un salvador. Esto es porque la historia de Acán nos enseña de una manera vívida que sin derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados. El texto bíblico de Josué 7 señala que no fue sino hasta que Acán murió que el furor de Jehová se apartó del pueblo de Israel. Así que de manera indirecta, la horrible muerte de Acán nos señala hacia nuestra necesidad del Salvador quien en la cruz satisfizo la ira de Dios por los pecados. A quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe. (Romanos 3:25 LBLA) - Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. (Romanos 5:9 LBLA) Lo cierto es que usted y yo hemos cometido la misma clase de pecados que Acán cometió. Hemos de una manera u otra tomado lo que no es nuestro, hemos mentido y tratado de esconde nuestros pecado. Así que nosotros también somos merecedores de la misma consecuencia que Acán recibió. Merecemos la condenación eterna. Fue Jesús, quien a través de una muerte horrible apartó la ira de Dios de nosotros y nos liberó del pecado cuya realidad hemos meditado.
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